Me siento en la butaca asignada del Teatro María Guerrero con todas las expectativas abiertas. Adaptar una novela al género teatral siempre es problemático, asistir a una matinal puede parecer extraño y que la novela sea Orlando de Virginia Woolf resulta impredecible. Por ello, mantengo mi horizonte despejado a lo que llegue. Los prejuicios, en todos los sentidos, arruinan el disfrute estético con la Woolf y sirven de poco. Las luces del teatro se apagan; se encienden los sentidos.
“El verde en la naturaleza es una cosa, el verde en la literatura es otra”, dice una voz en off. El escenario aparece completamente verde: una estancia palaciega que se irá transformando sucesivamente, como el cuerpo de nuestro protagonista. Vemos, escuchamos, tocamos, en las dos horas siguientes, un espectáculo visual y sensorial cercano a lo operístico de una potente fuerza estética que ensalza los sentidos y azuza la experimentación. Coreografía, vestuario, música, escenografía, iluminación se sincronizan para hacernos cautivos de la belleza y rendirnos al goce artístico. Sin embargo, ¿es posible entender Orlando, icono queer y trans en la posmodernidad, sin someterlo a nuestras ideas preconcebidas?
Durante un baile en la corte, Orlando (Laia Manzanares) seduce a la Reina Isabel I (Alberto Velasco). En el siglo XVI, él es un joven aristócrata inglés de dieciséis años que cautiva a la monarca con su belleza. Ella, emblema de la decrepitud de la vejez, se apasiona con un joven al que convierte en su protegido. Después, a través de los siglos, el joven, que envejece hasta la edad de treinta y seis años, vivirá los cambios de cada época. Él también experimentará el desamor con una princesa rusa, será embajador en Constantinopla, amará a hombres y a mujeres, será poeta en la Gran Bretaña victoriana hasta llegar a los felices años veinte del siglo pasado, durante los cuales se casará con Shermeldine (Nao Albert).
Woolf escribió Orlando, publicada en 1928, para parodiar y “revolucionar” el subgénero narrativo de la biografía. En Memorias de una novelista, Woolf se preguntaba: “¿Qué puede contar un biógrafo?” El personaje de Orlando está inspirado en la poeta Vita Sackville-West a quien está dedicada la obra. Esta era la esposa de un aristócrata y la amante de Virginia. Además, fue una transgresora porque vivió su homosexualidad con naturalidad y porque solía travestirse y hacerse llamar con nombre de varón, Julián.
Así, de manera natural e inesperada, Orlando se transformará en mujer después de un profundo y reparador sueño. Entonces experimentará el cambio en el trato que le dispensarán los demás por el hecho de pertenecer al género femenino. La transgresión es la seña de identidad de Orlando: histórica, a través del tiempo; y sexual, a través de su bisexualidad y transición. Marta Pazos, que firma probablemente su mejor artefacto artístico, no concluye, propone; no teoriza, muestra. Y lo hace con un montaje que nos acerca a la sublimidad y a la beldad.
Asistir a la representación del Orlando de Pazos es una experiencia deslumbrante para el cuerpo, como los que nos muestra en el escenario, danzantes y desnudos, masculinos y femeninos, transformados como el de una sublime Abril Zamora que toma la voz y la palabra de la Woolf, travestida de libro, para traérnoslas, en un acto performativo, a los espectadores del siglo XXI.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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