¿Cuánto hay de las ideas de los demás en mi pensamiento? Esta es una pregunta que se hace Mayorga y que nos vuelve a plantear en El Golem. Las palabras de otros configuran nuestro pensamiento, lo condicionan, lo conducen hacia una determinada dirección. ¿Somos conscientes de ello? ¿Es posible evitarlo? ¿Qué significa ser un librepensador? ¿Somos realmente libres?
“Siempre hay que empezar por un cuento”. Para ello, nos traslada a un mundo distópico cuyo sistema sanitario está a punto de colapsar. Ante la imposibilidad de ser atendidos muchos pacientes tienen que abandonar el hospital. Sin embargo, a Felicia le hacen una propuesta singular: Ismael, su marido, que padece una enfermedad rara, seguirá su tratamiento a cambio de que ella aprenda algunas palabras cada día. Lo que inicialmente parece un ejercicio sencillo, en la práctica no lo es tanto, ya que esas palabras irán transformando no solo su pensamiento, sino también su propio cuerpo. Así lo interpreta magistralmente Vicky Luengo (Felicia) que se revela como una gran actriz y nos sacude en la interpretación de sus pesadillas. Lo hace de la mano de Elena González (Salinas) que interpreta a una inquietante y misteriosa trabajadora del hospital.
La puesta en escena de Alfredo Sanzol, con paneles modulares, que transforman el espacio escénico, nos sitúan en la sobriedad mayorguiana que lo deja casi todo a la imaginación del espectador. Así lo hemos visto en otros montajes como La lengua en pedazos o Reikiavik. El juego de luces, homenaje al maestro Buero Vallejo, nos transportan a los claroscuros de nuestro mundo real, donde el lenguaje tantas veces se convierte en una arma de manipulación.
El Golem, que es un texto denso (algunos lo han tachado de críptico y oscuro), requiere una reflexión detenida y profunda. En él, Mayorga toma el mito que pertenece al folklore judío medieval y al Talmud, pero que también enraíza con la tradición cristiana. El Golem es una criatura creada de barro, igual que el Adán bíblico, sin padre ni madre, capaz de cobrar vida cuando se le introduce en la boca una palabra sagrada. La palabra golem significa “embrión”, “materia prima”, “algo que está en proceso de elaboración”. Y así, una vez más, Mayorga lanza el reto al espectador para que, junto a los actores, elabore y busque el sentido a esas palabras. Porque “del Golem hay tantas interpretaciones como lectores” y porque El Golem es un texto que radica en la dramaturgia de su autor. Aparte de la reflexión sobre el poder transformador de las palabras, tropezamos de nuevo con los mapas mayorguianos; esta vez, mentales, más allá de los históricos y geográficos que encontrábamos en El cartógrafo o los emocionales (581 mapas). “El lenguaje de una persona –cómo usa las palabras y cómo es usado por ellas– es un mapa de su vida”. Quizás por eso está presente una traductora, Salinas, que lanza preguntas y plantea dudas, figura que viene desde El traductor de Blumemberg y que nos recuerda que como lectores y espectadores debemos traducir la propuesta que nos hace. “En la palabra escrita y pronunciada hay algo que solo pertenece a quien la dice. Eso, que no se deja traducir, es lo más importante. Por eso, lo más difícil es traducir dentro de tu propia lengua”.
El Golem es un texto potente, complejo, barroco (como lo definiría Emilio Peral), que nos plantea una reflexión existencial y filosófica sobre el lenguaje y la realidad que este crea y recrea. Pero ello solo puede abordarlo aludiendo a las elipses matemáticas, en las cuales se enzarzan a veces nuestros pensamientos, y al binomio realidad-ficción con el que Mayorga juega en tantos de sus textos. El lector/espectador que al inicio de la obra es aguijoneado con las preguntas de Salinas; al final, tras la metamorfosis de Felicia a través del lenguaje, es golpeado oración tras oración en su monólogo final. Con las palabras somos capaces de iniciar una guerra y de detenerla. “No hay guerra más cruel que la civil, en que cada bando niega la humanidad del enemigo”. Así debemos proseguir “el camino que conduce a la conciencia”, porque “frente a nosotros se levanta una orden que se sostiene sobre dolor humano y que trata la pregunta como delito, el pensamiento como crimen”. Por ello, debemos estar alerta y tener muy presente, como nos advierte desde el principio, que “tratándose de palabras, puede ser muy peligroso”.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe