Hace semanas, escuché en las noticias que la solidaridad intergeneracional se estaba quebrando. Explico un poco mejor esto. Se dice que la solidaridad intergeneracional busca la cooperación, integración e intercambio entre personas de diferentes generaciones. Creo que incluso podríamos hablar de empatía intergeneracional, es decir, que personas mayores sean capaces de comprender los problemas de los más jóvenes y que, a su vez, estos se acerquen a todo lo que significa ir cumpliendo años, realidad a la que ellos también están sometidos aunque no la sientan aún como propia. Así la noticia explicaba que cada vez las diferentes generaciones se encuentran más alejadas en sus puntos de vista y en la manera de afrontar distintos problemas. No sienten que los problemas de los otros les tengan que afectar. Pero, ¿por qué está ocurriendo esto?
Me pareció encontrar más de una causa pero, al final, concluí que la generación de los adultos, o los mayores, no estamos sabiendo responder a los desafíos que el mundo y nuestros jóvenes tienen que enfrentarse. Es posible que alguno de ustedes frunza el ceño al leer esta última oración y no esté de acuerdo con ella. Pensará, por ejemplo, en lo ocurrido este verano que empezamos con una baja incidencia de contagios de Covid-19. Acabaron las clases, aumentaron las interacciones sociales y el aumento de contagios entre los jóvenes menores de treinta años (incluidos también los adolescentes) se disparó de una forma exponencial. Los viajes de ocio a Mallorca y otros lugares costeros sin ninguna medida de protección dieron la puntilla al estallido de la nueva ola. Reconozco que yo también me planteé qué habíamos estado haciendo todo el curso con las medidas de protección y las llamadas continuas a la responsabilidad en los centros educativos. ¿Qué estamos criando? ¿Por qué son tan egoístas e insolidarios? En aquel momento no hallé una respuesta, a pesar de escarbar en mi sesera. He observado el comportamiento de cientos de adolescentes a lo largo de nueve meses y tengo que afirmar que las conductas irresponsables han sido las menos. ¿Se han sentido reprimidos todo este tiempo? ¿Necesitan relacionarse y salir y lo han hecho como el corcho de una botella de cava? ¿Quizás se han relajado porque saben que sus mayores ya están vacunados? No entendía nada. Lo reconozco.
Pero el verano es benévolo y nos permite momentos de ocio para olvidarnos de casi todo. En una de mis salidas, en casa de un familiar, volví a comprobar que sigue sin reciclar la basura, sin separar los residuos. Se trata de una estrategia de protesta por la imposición de un impuesto municipal por el reciclaje. Esta tasa fue creada durante la última crisis financiera para subsanar la maltrecha recaudación municipal. Lo curioso es que lo gravó una corporación de un color político y se ha mantenido todos estos años a pesar del cambio que se produjo en el ayuntamiento. Sin ir más lejos, en el Ayuntamiento de Madrid se creó la tasa de recogida de basura que no existía sorprendentemente. Es decir, todos los ayuntamientos, independientemente del color político, tuvieron que crear impuestos municipales porque la recaudación cayó en picado debido al fin de la borrachera inmobiliaria de la cual las corporaciones municipales fueron grandes beneficiarias, ¿y responsables?
¿Y todo esto qué tiene que ver con el despiporre veraniego de nuestros jóvenes? A mí me brindó la respuesta a la primera pregunta. Muchos de nuestros jóvenes son incapaces de vivir más allá de su realidad más inmediata, sencillamente porque les estamos robando el futuro. Aunque nos parezca mentira, la pandemia pasará; pero el dinosaurio del cambio climático seguirá ahí. Ya hemos tenido bastantes muestras, en forma de catástrofes naturales este verano, de cómo se queja nuestro planeta del maltrato que le infringimos. Es cierto que son necesarios cambios profundos que no dependen de nosotros para frenar o revertir, en la medida de lo posible, los estragos que le causamos a la Tierra. ¿Pero somos capaces de los gestos sencillos que requieren el reciclaje de nuestros residuos? Es algo que debemos hacer por nosotros pero, sobre todo, por nuestros jóvenes, por nuestros hijos y nuestros nietos. Para que sientan que nos importa el planeta que les dejamos, que nos atañe su futuro aunque ya no estemos aquí.
Y así, seguí estrujándome el cerebro y me pareció concluir que ocurre lo mismo con otras cuestiones. ¿Por qué se va a preocupar una persona joven de la pensión de miseria que cobran sus mayores, si tiene que asumir una precariedad laboral crónica, con un salario exiguo, que no le permite emanciparse ni mucho menos acceder a una vivienda digna? Quizás, por eso, solo quizás, viven instalados en el presente más inmediato como todos aquellos que sobreviven a un conflicto bélico, porque la suya es una economía de guerra, sin expectativas de futuro.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto extraída de la red