Todos los valencianos, los que vivís en el país y los que estamos fuera, estamos sobrecogidos por la magnitud de la tragedia de esta DANA que todavía no sabemos cuántas personas se ha llevado por delante. Provoca pánico solo pensarlo. Contemplar las imágenes que nos llegan por los medios de comunicación provoca estupefacción y un profundo dolor. La sensación es de inverosimilitud absoluta. Son semejantes a un escenario de guerra o a un país del Tercer Mundo. El desbordamiento emocional de los que estáis viviendo esta tragedia sin precedentes tiene que ser tan grande que los que estamos lejos solo podemos llorar con vosotros y empujar desde la distancia.
Solo el pueblo salva al pueblo. La solidaridad de todas las personas que han cogido palas, azadas, escobas y cubos y han iniciado el camino hacia los pueblos afectados para ayudar es digno de admiración y nos retorna la fe en el ser humano. Mucha gente joven está participando en estas labores de limpieza improvisadas. Hemos perdido la conciencia de saber todo lo que podemos conseguir si estamos unidos. En la pandemia tuvimos una oportunidad de comprobarlo, pero muy pronto se nos olvidó. Es verdad que es necesaria una mayor coordinación para que esta ayuda sea más efectiva, pero también es cierto que los servicios públicos no están respondiendo como se tendría que esperar en una situación así. Son servicios públicos mermados y debilitados por los recortes llevados a cabo en las últimas décadas; unos, como consecuencia de la crisis financiera del año 2008; otros, producto de las políticas neoliberales que piden bajadas de impuestos y una apuesta decidida por la gestión privada. Y esto lo hemos provocado nosotros con nuestros votos, apoyando partidos políticos que defendían estas políticas. Las empresas privadas no vendrán ahora a salvarnos del barro y la destrucción, sencillamente porque no les da dinero.
Solo unos servicios públicos robustos y bien financiados salvan vidas. Para sostenerlos y sacar provecho hay que pagar impuestos que mantengan unos trabajadores especialistas con unas condiciones dignas de trabajo: sanitarios, policías, servicios de emergencia, etc. Tenemos que borrar del panorama político a todos los cantamañanas que vociferan en los parlamentos y los medios de comunicación que los impuestos son un robo a los trabajadores y que hacen bandera del fraude fiscal. Votar políticos corruptos e incapaces es la peor inversión que podemos hacer. Hay que recordar que el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Manzón, tomó como primera medida la supresión de la Unitat Valenciana d’Emergència, creada per Ximo Puig, porque la calificó como una ocurrencia y un “chiringuito” y sacó pecho de esta decisión. Esta unidad tenía un coste de 9 millones de euros. No obstante, no tuvo inconveniente en entregar 17 millones para el fomento de la tauromaquia. Manuel Milián Mestre, ex diputado estatal del PP, ha denunciado la “miseria de la política” por esta decisión arbitraria y partidista. Puede parecer un chiste pero, según consta en su agenda pública de la GVAOberta, el secretario autonómico de Seguretat i Emergència, Emilio Argüeso, tránsfuga de Ciudadanos y ahora militante del PP, se reunía con el jefe de Festejos Taurinos mientras se producía la DANA en València. De aquellos barros, estos lodos.
Que el President Mazón presente su dimisión es el mínimo elemental, se da por descontado. El secretario autonómico de Seguretat i Emergència y la Consellera de Turisme, Nuria Montes, también tendrían que dejar el cargo. Esta última por su absoluta falta de empatía hacia las personas que buscan a sus familiares desaparecidos o saben ya que han perdido a alguien en esta tragedia. Hace falta eficiencia y seriedad, pero también humanidad y compasión para gestionar el desastre humano que se está viviendo. Llama la atención que cada vez que Mazón comparece públicamente lo hace con la mirada baja, no es capaz de levantar la vista y mirar al frente. Tendría que explicar en rueda de prensa por qué ha rechazado la ayuda de una unidad de élite de bomberos de la Generalitat de Catalunya cuando hay algún pueblo donde aún no ha llegado ningún servicio público a auxiliar a los vecinos cinco días después.
Además, más adelante, se tendrán que estudiar posibles consecuencias penales por homicidios imprudentes, por haber desoído los avisos de emergencia que el AEMET había dado ya el mismo lunes. Aunque sea anecdótico, el lunes 28, la organización de la Plaça del Llibre anunció la cancelación y aplazamiento de esta feria que se tenía que celebrar entre el 30 de octubre y el 3 de noviembre. Aunque suponga un inconveniente y una pérdida económica, tiene que ser prioritario preservar vidas. En València, ya teníamos el triste precedente de la tragedia del metro ocurrida en el año 2006.
Mientras, ha habido algún político nacional que ve venir el alud que se les viene encima y ha intentado con el “divide y vencerás” sembrar la semilla de la discordia y la división. Son políticos con experiencia en ensuciarlo todo de chapapote, como si no hubiera suficiente barro y suciedad ya, y que saben sacar provecho electoral del “todos los políticos son iguales”. Han venido, se han cagado y se han marchado… Sí, me refiero a las lamentables e indecentes declaraciones del líder de la oposición española, el señor Alberto Núñez Feijoo. ¡Qué asco! La pregunta que quizás nos aborda es la siguiente: ¿el Estado español debería declarar el estado de alarma? Recordemos que fue declarado anticonstitucional porque el partido de ultraderecha Vox lo denunció ante el Tribunal Constitucional porque iba en contra de nuestros derechos y de nuestra libertad: el derecho a que una riada arrase tu casa y la libertad de ahogarte en el barro… ¿Dónde están estos garantes de la libertad ahora? ¿Qué capacidad de gestión en catástrofes tienen? De aquellos barros, estos lodos.
Más allá de las consecuencias políticas inmediatas, tendría que haber un antes y un después a esta DANA que pasará a la historia como la más devastadora en el País Valencià, mucho peor que la pantanada de 1982 y la riada en València en 1957. Después de décadas de negacionismo climático, tenemos que ser conscientes de que el cambio climático ya ha llegado y que este tipo de fenómenos volverán. El País Valencià es un territorio sensible a estos fenómenos y a la inminente subida del mar. No podemos seguir viviendo como los avestruces con la cabeza bajo tierra. Ya no vale la frase bíblica “a cada día le basta su afán”. Hay que repensar el modelo económico y crear protocolos claros para futuras alarmas en las cuales habrá que detener la actividad económica. Pero también es necesaria una profunda reestructuración de los planes urbanísticos y de ordenación del territorio. Hay que actuar de manera clara y humana en todas aquellas zonas inundables donde se ha construido sin ninguna previsión de futuro. A veces perder es ganar y más vale prevenir que lamentar.
Por último, los valencianos que vivís y votáis en el País Valencià tendréis que pensar muy bien en manos de quien dejáis la gestión de la res publica. No seré yo quien os diga qué papeleta tenéis que introducir en la urna. Pero tengo que confesaros que soy pesimista en este punto y os diré por qué. Hace casi treinta años que vivo en Madrid. En la primera ola de la pandemia de 2020, murieron más de siete mil ancianos en las residencias madrileñas. Hay informes que confirman que, de haber sido trasladados a los hospitales, cuatro mil se podrían haber salvado. Después de esta gestión, en las elecciones autonómicas celebradas en 2021 en Madrid, el gobierno de Isabel Díaz Ayuso se quedó a cuatro escaños de la mayoría absoluta. En mayo de 2023, consiguió setenta diputados y mayoría absoluta. De aquellos barros, estos lodos.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Poema visual de Gemma Peris