domingo, 11 de mayo de 2025

CÓNCLAVE

El Papa ha muerto. El Vaticano entra en sede vacante. Coincide que el Papa ha fallecido de forma inesperada, cansado y desencantado con los intentos reaccionarios de volver hacia atrás. Porque parece que el Papa era un hombre bueno que buscaba llevar a la Iglesia, una de las instituciones más influyentes, a sus orígenes evangélicos. El Santo Padre ha muerto en la Casa de Santa Marta, residencia adyacente a la Basílica de San Pedro, que ocupan los cardenales que visitan Roma, ya que renunció a vivir en los lujosos apartamentos papales, cuando tomó posesión del cargo, para vivir con una mayor austeridad. Así comienza la película Cónclave (Edward Berger, 2024) que recibió el premio a mejor filme en los Bafta y numerosos reconocimientos internacionales. Sin embargo, después de ocho nominaciones a los Óscar, incluidos mejor actor protagonista y mejor película, solo obtuvo la estatuilla a mejor guion adaptado porque está basada en la novela homónima de Robert Harris.

 

Inmediatamente después del fallecimiento del Santo Padre, comienza la liturgia canónica que señalan siglos de tradición. A los ritos funerarios solemnes, se superpone el sentimiento de pérdida y duelo de sus colaboradores más estrechos. Nos recuerdan que el ocupante de la silla de Pedro era un ser humano con vínculos y afectos, también con hábitos rutinarios y aficiones como el ajedrez. De igual modo, el hecho mismo de la muerte y acaso del poder, nos constata que el Papa estaba solo y murió solo.  

 

Ralph Fiennes encarna al cardenal decano Thomas Lawrence en una de las mejores interpretaciones de su carrera. Es el responsable del colegio cardenalicio. No es el camarlengo, encargado del gobierno de la Iglesia hasta la elección del nuevo Sumo Pontífice, sino el responsable de que el cónclave se lleve a cabo según lo previsto y de que los cardenales elijan al mejor sucesor posible. Los matices de su interpretación hacen del cardenal Lawrence un personaje creíble, preocupado por el rigor del procedimiento, por el rumbo que tomará la institución con su nuevo líder, por el peligro de cisma y la imagen de división, por la búsqueda de la verdad en las intenciones ocultas de sus compañeros, por cuestionarse sus propias motivaciones… Es decir, que se muestra como un hombre competente y hábil, aquilatado en las intrigas vaticanas, a la vez que humano y compasivo.

 

El resto del reparto masculino acompaña la sobresaliente interpretación de Fiennes, porque se trata de un trabajo actoral formado principalmente por varones, como no podía ser de otra forma. Sin embargo, es destacable el papel de la hermana Agnes, interpretado por una espléndida Isabella Rosselini, la jefa de las monjas responsables del alojamiento de los cardenales, cuya intervención será decisiva en algún momento de la trama. Lo que deja en evidencia Cónclave es el papel secundario y subalterno que la Iglesia ha proporcionado a las mujeres a lo largo de su historia. Estas son las abejas obreras necesarias, proveedoras de la logística que hará posible la celebración del cónclave, cuya labor silenciosa, casi invisible, queda patente en las escenas colectivas que nos muestran el procedimiento. No dejan de ser unas meras testigos mudas de todo lo que se cuece a su alrededor, cuando no llegan a ser víctimas de la hegemonía masculina.

 

El mérito de Cónclave, aparte de ser un thriller de suspense entretenido, es mostrarnos los entresijos de esta junta de cardenales y de la propia institución, las luchas soterradas y rastreras por el poder y el encumbramiento de la vanidad y la ambición política. Porque la Iglesia Católica es una organización donde la política y los intereses personales e ideológicos juegan un papel muy importante. Negar eso es contradecir la realidad. Pero lo hace con una sutileza y elegancia propias de una organización forjada en la belleza del rito y en el enmascaramiento de las ambiciones personales, disfrazadas de servicio a los demás y a la organización. La trama nos muestra las dos almas de la Iglesia en pugna: el servicio a las personas según el Evangelio y la perpetuación de unas estructuras de poder, reaccionarias a todo cambio y avance social e histórico.  Asimismo, la fotografía nos devuelve el boato del ritual y de la tradición. El Vaticano y la Capilla Sixtina, donde se celebra el cónclave y se proclama el solemne extra omnes (todos fuera), son lugares donde el arte y la belleza anidan.

 

No obstante, la aparición de un cardenal in pectore (nombrado en secreto por el Papa), Vincent Benítez, interpretado por Carlos Diehz, trae un giro de guion inesperado. Aquí los críticos han encontrado un error importante, ya que un cardenal con esta condición no puede votar en el cónclave ya que su cardenalato, al ser secreto, se extingue con la muerte del Sumo Pontífice. Edward Berger, el director de la cinta, ha oscilado entre la fidelidad al procedimiento y al derecho canónigo, y la ficción. Ha contado con el asesoramiento de expertos en protocolo eclesiástico durante la escritura del guion, especialmente del final, y del rodaje. Recordemos que Cónclave es una película, basada en una novela, es decir, es ficción. Hago este apunte porque hay quien ha calificado el final de inverosímil (probablemente lo es), pero parece que el cineasta no buscaba realismo, sino hacernos reflexionar sobre el rumbo que debería tomar esta institución milenaria y cómo quizás el Espíritu Santo acaba imponiéndose a pesar de todo, lectura que harán los creyentes, porque no debemos olvidarnos de que se trata de una organización religiosa con inspiración divina. En cualquier caso, el final de Cónclave, el de la película de ficción por supuesto, deja una puerta abierta a la esperanza y a la confianza en el futuro. Así sea.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

 

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