domingo, 18 de diciembre de 2022

EL PESO DE UN CUERPO

El peso de un cuerpo es una obra escrita y dirigida por Victoria Szpunberg (Buenos Aires, 1973) que aborda el tema del envejecimiento de nuestra sociedad actual. Esta es la presentación del último texto dramático de esta autora argentina, afincada en Barcelona. La obra, estrenada hace más de un año en Barcelona y después de la gira por Cataluña, llega en castellano a la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán del CDN.

 

Laia Marull es Olga, una hija que tiene que cuidar de su padre, después de sufrir un ictus. Este, que ha sido un referente emocional e ideológico para su hija, sufre un proceso de deterioro físico y mental que lo convierte en un ser totalmente dependiente. A partir de una situación personal (no se trata de una autoficción), Szpunberg reflexiona sobre el sentido que tiene mantener con vida el cuerpo de una persona que ha perdido toda su autonomía y no es capaz de hacer sus necesidades básicas por sí mismo. 

 

¿Cuándo se considera que una vida deja de ser digna? ¿Cómo asumir la decadencia de los progenitores y cómo hacer coexistir el amor con la carga emocional y económica que supone esta experiencia?, se pregunta la autora. La obra no ofrece respuestas, tan solo lanza preguntas de un gran calibre al espectador. “Nunca se sabe dónde empieza una historia”: así comienza el texto, principio que se repite en varias ocasiones a lo largo de la representación. ¿Por qué? Porque la obra, más allá de la experiencia personal de la autora con su padre, quiere hacernos reflexionar sobre el papel de la familia en las largas enfermedades y en la dependencia severa. Para ello, es necesario tomar distancia emocional para no caer en el melodrama y despertar el pensamiento. Szpunberg lo consigue y nos conduce por la montaña rusa de emociones y estados de ánimo por los que pasa un cuidador en una situación límite. Se vale de la música y el canto, acompañados de los sonidos y los ruidos que representan un hospital o una residencia de ancianos. Pero también aparece el sentido del humor, a veces amargo, pero imprescindible en estas situaciones. Por eso resulta tan fundamental el papel del conductor de la ambulancia y celador, interpretado por David Marcé, que es capaz de acompañarla en el laberinto burocrático de las administraciones y rescatarla del abismo del sinsentido. Carles Pedragosa y Sabina Witt, músicos y actores, completan el reparto.

 

¿Qué papel desempeña la familia? ¿Cuál es la respuesta del Estado? Mediante la incorporación de medios audiovisuales se hacen presentes los diferentes puntos de vista de los miembros de la familia ante enfermedades sobrevenidas que cambian o condicionan las rutinas y los estilos de vida de las hijas. ¿Tenemos la obligación de atender a nuestros progenitores en estas situaciones límite? ¿O es solo un deber moral que recae sobre algunos miembros de la familia? ¿Todas las reacciones son válidas? ¿Qué es mejor: un altruismo abnegado o un egoísmo que se justifica? La falta de recursos económicos propios y la precariedad de las administraciones públicas incapaces de dar una respuesta suficiente provocan que la situación se deteriore hasta llegar a una espiral en caída libre. La ayuda de la Ley de dependencia que no llega nunca, la falta de espacios públicos para hacerse cargo de la gente mayor, los precios abusivos y el negocio de las residencias privadas, las condiciones de precariedad y dejadez que vive el sector de la asistencia a la gente dependiente son temas que se ponen sobre el tablero de este ajedrez vital cuya partida va hacia su final inexorable.

 

“No me hubiera imaginado nunca deseándole la muerte a alguien. Menos aún a mi padre”.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

 

4 comentarios:

  1. Supongo que la autora no ofrece respuestas porque hay tantas como individuos, como familias. Justamente esa es la labor del intelectual: interrogarnos, sacudirnos para que nosotros hallemos la nuestra...
    Y mi respuesta es que ninguna vida deja de ser digna por contraer una enfermedad; la indignidad es la del criminal o el violador o el corrupto. No hay personas enfermas: hay personas que padecen una enfermedad, y quién sabe si la enfermedad no alberga también interrogantes para que cada cual escudriñe en lo que importa. Claro que esto es muy fácil de decir sin haber sufrido en carne propia una situación severa.
    Gracias por compartir, amiga.

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    1. No, no las da, porque seguramente no las tiene. O sencillamente las que puede dar son solo suyas. Al menos eso me parece a mí. Una situación de esta dureza es tan compleja que cada uno tiene que encontrar su manera de afrontarla. Respeto lo que dices sobre la dignidad de las personas, pero me parece muy lícito no querer vivir de cualquier manera. Yo sí sé lo que quiero hacer cuando lo único que tenga sea el peso de mi cuerpo.

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    2. Claro, hablamos de lo mismo: no sólo lícito, sino también necesario. La libertad individual por encima de todo y en cualquier circunstancia; el juego de la existencia humana descansa a mi juicio justamente ahí: en el uso responsable que hagamos de nuestra libertad.
      ¿Mar adentro? ¡Mar adentro! Cómo, quién soy yo para negarme a ello.
      En mi caso es que creo en la existencia de un alma que toma el cuerpo físico para vivir la experiencia humana, y entonces las respuestas son menos apriorísticas.

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  2. Coincido con éste último comentario tuyo, Begoña. Yo quiero vivir, no sobrevivir o vegetar. No quiero ser una carga para nadie ni motivo de pesar o impotencia. Disfrutemos mientras podamos.

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