Como cada mañana, el 8 de marzo, tomé el tren para ir hasta Alcorcón a mi
puesto de trabajo. El mío es un trabajo que me exige revisar mis ideas de
manera cíclica. Aquel día meditaba sobre el paro internacional de media hora al
que estábamos llamadas las mujeres. ¿Acaso tenía alguna duda? No. No obstante,
reflexionaba sobre lo que iba a decir a mis alumnos de 2º Bachillerato con los
que tenía clase a esa hora. Una compañera me había anunciado que iba a leer
algo a los suyos. ¿Perjudicaría el desarrollo del apretado temario de este
curso la pérdida de treinta minutos de clase? Los profesores siempre andamos buscando
equilibrios entre lo educativo y lo curricular… Sin embargo, a veces es
necesario “perder” una clase para ganar en conciencia ciudadana y sentido
crítico.
Las clases se fueron sucediendo y, después del recreo, llegué a 1º ESO, los
benjamines del instituto. Una alumna me comunicó que las alumnas del centro
estaban convocadas a la interrupción en el patio. Entonces, me di cuenta de que
con los años retengo peor mi horario de clases… Cuando llegó el mediodía les
dije a todos que podíamos salir al patio. Lo hice dubitativa porque no sabía
cuántos alumnos habría. Nadie me había dicho nada de aquella movilización. La
sorpresa se produjo cuando nos encontramos a un número significativo de
personas, adolescentes y profesores, pegando carteles y gritando proclamas de
protesta.
Enseñar es aprender dos veces, dijo el ensayista Joseph Jonbert. Aquel miércoles, aprendí de mis alumnos
de nuevo que, en la defensa de nuestras convicciones, no debemos ser timoratos.
Con frecuencia, los adultos nos quejamos de que la generación que viene repite
los parámetros de género machista de una manera que debería estar ya superada.
Sin embargo, cuando llega el momento de hacer un gesto con significado nos
mostramos demasiado cautelosos e indecisos. Me consta que algunos profesores,
ante lo inesperado de la situación, propusieron solo a las alumnas de sus
clases que salieran a manifestarse si ese era su deseo. Quisiera hacer una
reflexión, y no una crítica, ante esta decisión: la auténtica igualdad entre
hombres y mujeres solo se conseguirá con ellos, de manera inclusiva, nunca
excluyente.
El 8 de marzo es una jornada de reivindicación de los derechos de la mujer.
No debemos perder de vista, en ningún caso, el carácter de protesta que este
día debe tener porque, de lo contrario, habremos traicionado a aquellas 146
mujeres trabajadoras que murieron calcinadas en la fábrica textil Cotton de
Nueva York. Las alumnas del instituto nos dieron una lección aquella mañana.
Experimenté un sentimiento reconfortante de esperanza en el futuro, al ser
empujada por las jóvenes que vienen detrás. En mi cabeza resuenan aún los ecos
de sus voces, encabezadas por Desta, una jovencísima mujer negra, elevando sus
gritos, con orgullo, sin miedo a ser oídas: No
estamos todas, faltan las asesinadas. Aquí estamos las feministas. Madrid será
la tumba del machismo. Algo se está moviendo…
Begoña
Chorques Fuster
Artículo publicado en Ágora Alcorcón
Marzo-abril de 2017
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