En el mundo posmoderno de hoy, todos perseguimos un sueño: el secreto de la fuerza sobrehumana, que no es más que el elixir de la eterna juventud y la belleza. Algún friki de la novela gráfica habrá pensado que esta columna iba a hablar del último libro de Alison Bechdel. No, bueno, sí. Sí, pero no. La autora de Fun Home y ¿Eres mi madre?, en su tercer libro de memorias gráficas, hace un recorrido por su vida fit a lo largo de las décadas que ha ido cumpliendo. Bechdel expresa su pasión por el deporte y el ejercicio físico y nos muestra cómo ha ido practicando esquí, running, kárate, ciclismo, yoga… lo que se le pusiera por delante. También ha comprobado cómo su cuerpo se ha ido transformando con los años, cómo el paso del tiempo es inexorable y cómo nos enfrentamos a nuestra propia mortalidad (¡Perdón! Que esto no va en este artículo que trata sobre la mocedad y el esplendor).
Empiezo de nuevo (a ver si ahora me sale). En nuestro mundo posmoderno, todos perseguimos un sueño: el secreto de la fuerza sobrehumana, que no es más que el elixir de la eterna juventud y la belleza. Pero, como la Fama (¿recuerdan la serie?), sabemos que todo cuesta. Hay que sufrir y sudar sangre. Para ello sometemos nuestro cuerpo a sesiones de gimnasio y clases colectivas para lograr ese cuerpo fornido y apolíneo. En estas, te encuentras con los top fit o máquinas de matar que realizan los ejercicios con exquisita ejecución. Ellos pueden contemplarse con deleite en los espejos que rodean estas nuevas ágoras interiores como nuevos Narcisos. Los paquetes no fit o cuerpos-escombro, aquellos que un día lejano proclamamos que no pisaríamos un gimnasio hasta que no nos doliera algo y que miramos a los top fit con envidia y rencor, nos arrastramos por la lona cuando se trata de ejercicios de abdominales o series de entrenamiento. Los advenedizos del fitness y los apadrina-gimnasios optamos siempre por las clases colectivas ya que necesitamos que nos den latigazos para mantener la disciplina. Y sudas la camiseta en el aula y también para pronunciar el nombre de la clase en cuestión: Body Combat, Body Pump, Spinning o Ciclo Indoor, Aerobox, Baile Fit, Pilates o Yoga (para los más flojos del lugar), Gap, Abd, Zumba… Y paro ya porque estoy exhausta. Hay algunos que no tengo ni pajolera idea de lo que son. El Body Hiit (con dos íes para que haga más calor) nos propone una repetición de ejercicios, muchos de ellos con pesas, para ir trabajando las distintas partes del cuerpo e ir ganando masa muscular. Los ya iniciados pueden pasar de pantalla e ir al Cross Hiit, en otros planetas-gimnasio llamado como Work Out, donde contemplas tu muerte mientras jadeas sin respiración. La raza superior, los elegidos, los pirados del milenio del ejercicio físico, no pierden su tiempo en estas nimiedades. Para ellos se ha creado el Cross Fit. ¡Crossfiteros del mundo, uníos! Por cierto, he llegado a la conclusión de que se huelen el culo y se reconocen entre ellos como los perros en el parque. El resto somos trols infames de las charcas fétidas. Por la mañana, al salir de casa hacia el trabajo cuando aún no ha salido el sol, me froto los ojos para quitarme las legañas y comprobar si efectivamente veo a un grupo de tíos corriendo por la calles de Madrid con sacos colocados sobre el cuello. Me parece que nuestros mayores los pondrían a descargar camiones a las cuatro de la madrugada en Mercamadrid (es solo una sugerencia) o a recoger naranjas en València. Pero no nos engañemos: ellos son la élite, los marines de los Estados Unidos patrios. Los buenorros del universo. Otro día, por la calle también, escuchaba a un joven comentar por teléfono a un amigo que se estaba poniendo ‘to güeno’ con el Cross Fit. ¿Tendrá que ver esa cruz con el sacrificio de nuestro señor Jesucristo? Pero qué superficiales son. Parecen eternos adolescentes, no como los que hacemos ejercicio por salud, para que no nos duela nada, que nos batimos en duelo con la báscula y la dieta y sabemos que el hedonismo culinario nos hará perder la batalla.
Alison Bechdel, en El secreto de la fuerza sobrehumana, trata también la cuestión de las adicciones. ¿No somos acaso adictos a la juventud y a la belleza? ¿Vampiros del bienestar y la felicidad? ¿No seremos unos negacionistas del paso del tiempo y del envejecimiento inevitable? Es como si tuviéramos pánico a ser conscientes de nuestra fragilidad. Aquí lo voy a dejar. Me voy al gym.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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