miércoles, 22 de diciembre de 2021

L'INFERNO IN MOVIMENTO

Que las mudanzas son un infierno, lo sabemos todos. Aunque se cambie a mejor, aunque la casa tenga más espacio, muchísima luz y una buena vista. Tanto es así que hasta una serie de instantáneas se ha merecido en Instagram. También sabemos que los stories están acabando con esa red social de fotografía que tan felices se las prometía. La pandemia, que todo lo ha retrasado, no ha hecho una excepción con la entrega de nuestra casa nueva. Semanas de preparativos no impidieron que casi ningún plazo cuadrara: carpintero, colchonero, muebles del salón, de la habitación… Y es que ya me lo advirtieron: “No te angusties porque nada encajará”. Y razón no le faltó. A pesar de ello, siete meses después de la fecha prevista llegó el día de firmar un nuevo casamiento con el banco y con la pareja. ¡Lo que une una hipoteca! Pero a todo eso iban sumándose un montoncito de obstáculos: un desagüe de la cocina que pierde agua y se carga el mueble, la puerta del salón con un golpe importante… Y así, poco a poco, con una paciencia de mil demonios, fue resolviéndose todo en medio de una pila de exámenes por corregir y de alumnos por evaluar. Pero no pasa nada porque de todo se sale.

 

Con todo, el revoltijo de sentimientos de dejar atrás nuestra antigua casa de casi veinte años. Allá dejamos algún amigo, alguna vecina gritona, alguna perra loca y juguetona, alguna vecina querida que decidió irse de vacaciones antes de que nosotras nos marcháramos. Aunque le habíamos advertido de que estaríamos muy cerca, decidió ausentarse de este mundo con su hija Olvido. Nos quedan los recuerdos, nuestros libros que se vienen con nosotras y el juego de café de Ana María, esperando a que Lola, su otra hija, venga a tomar café y a merendar a la casa nueva. Al final lo importante de las casas son los afectos que haces y, a pesar de todo, allí hemos creado un buen puñado.

 

Todo esto os lo escribo mientras Aroa se va haciendo con la casa, que para ella también es todo nuevo. No ha tenido que aprender a fisgonear por la ventana del comedor. Parece que le gusta, pero como todo ser vivo, necesita rutinas: mordisquear su hueso de juguete, dormir sus siestas, acostumbrarse a los nuevos sonidos y olores… Supongo que para ella lo más importante es estar con sus humanos, los que sabe que la quieren y la cuidan. Pero continúo y acabo con la crónica infernal antes de que despierte.

 

El día M (de Mudanza) fue una locura con furgoneta reparada aquel mismo día y reconocimiento médico para el seguro de vida prescriptivo incluidos. Que no falte ninguna emoción. Pero como no hay mudanza que cien días dure (o sí), al día ciento y uno solo quedaban decenas de cajas de cartón por abrir y colocar. Con paciencia, una caña y un puente de diciembre por delante fuimos abriendo y poniendo en las estanterías, abriendo y colocando en la cocina, abriendo y dejando en los armarios… Y así hasta el infinito y más allá… Pero no, porque llega un día en que las cajas se acaban y ya lo tienes todo puesto en su lugar, más o menos, porque al principio todo parece provisional, y entonces te preguntas ‘¿Y ahora qué?’ después de años de espera y de semanas sin parar, atareadas con todo y estresadas por las gestiones. En este caso, tampoco hubo excepción y también me ofrecieron la respuesta: Ahora a vivir, a disfrutar de la luz a raudales.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

Foto de María José Mier

 


 

2 comentarios:

  1. Fenomenal. Me parecía estar reviviendo el día que nos trasladamos de la calle Gomez Ortega,en la Prospe, al barrio de la Estrella.
    El traslado a Los Berrocales no fué tan estresante, Quizá ya estábamos preparados.

    Que bien se lee aquí. Menos mal.

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  2. Ay, las mudanzas... Lo más bonito es recordarlas...

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