“La situación es teatral. Lo es la
división del espacio” que nos separa. Así empezó Juan Mayorga su discurso de
ingreso en la RAE en mayo de 2019 y razón no le faltaba. “La situación es tan
teatral que, al anticiparla con su fantasía y temiendo estropearla, quien
escribió estas palabras pudo sentirse tentado, mientras las preparaba en
soledad, de pedir, como acostumbra, a un intérprete que las pronunciase en su
nombre.”[i]
Lo era el escenario, el salón de actos de la Real Academia Española, atiborrado
de gente como este salón, investido de solemnidad, con el retrato de Cervantes
presidiendo con el director de la institución (como hace ahora el propio Juan);
y lo era el disfraz del académico, vestido de chaqué, de pingüino, era el traje
de un emocionado hombre de mediana edad.
Representemos, imaginemos el momento.
Dos académicos salen a buscar al nuevo miembro que entra por el pasillo
central, entre aplausos (los vuestros) para iniciar la ceremonia teatral. Me
acerco al ambón dubitativo (como estoy yo ahora), yerro en el asiento que debo
ocupar (el acto me abruma, como a mí ahora) y empiezo la elocución para
expresaros lo esencial del silencio en el teatro. Comienzo nervioso, consciente
del momento trascendente que estoy viviendo y, según voy hilvanando mi
discurso, la extraña convicción de no ser yo quien habla templa mis dudas y mi
inquietud. Es “un carterista y un trapero y un remendón”[ii]
quien habla.
La situación era teatral: esa que hemos
evocado con fingimiento a través de mi descripción, como si del Acotador de Hamelin[iii]
se tratase, pero que ha querido revelaros dos realidades que flotaban en el
aire de aquel salón (¿de este?): la inmensa alegría de las gentes del teatro
que allí estaban aquella tarde y el afecto y el cariño sinceros que se
respiraban por este animal que habla y escribe, y que se declara enfermo de
teatro. Como hoy, a la entrada colgaron el cartel de ‘Localidades agotadas’. Os
decía que hemos revivido, representado un momento único y hermoso: vosotros,
por primera vez participáis también de él; yo lo vivo por segunda vez; Juan,
por M veces. Ese es el valor hipnótico del teatro que El mago[iv]
también evoca.
“El teatro es el arte de la reunión y la
imaginación”,[v]
porque el teatro consiste en un doble acto de fingimiento: una persona que nos
dice que es alguien que realmente no es y lo interpreta y otra que finge que se
lo cree. Y así comienza la representación. Iniciémosla, pues, con un nuevo
ejercicio. Yo fingiré hoy que soy una profesora de Secundaria pesimista[vi];
él representará el papel del dramaturgo Juan Mayorga, que nos habla del hecho
teatral; vosotros interpretaréis interés y entusiasmo. En esa confusión entre
realidad y ficción, el teatro nos hace tomar distancia de nuestra propia
realidad para analizarla, para cuestionarla. Esto es lo que me interesó del
teatro de este padre de familia numerosa: que me hace pensar, interrogarme y me
devuelve al texto, de la palabra declamada al pensamiento escrito pero con una
esencia fundamentalmente dialógica, no dogmática, que no llega a verdades
absolutas (porque no las tiene), sino que hace preguntas e indaga en los
diferentes puntos de vista, búsqueda esta que solo puede conducir al respeto y
a la tolerancia.
Yo he conocido dos veces a Juan Mayorga.
Desconozco si habrá una tercera. La primera fue en 2008 cuando asistí en el
Teatro de la Abadía a la representación de La
tortuga de Darwin. No conocía a aquel autor. Lo confieso. Fui atraída por
el magnetismo teatral de Carmen Machi de quien me quedé prendada. Pero el texto
que pronunciaba, una auténtica bofetada en la cara primero, emergió como una
revelación. Así fui saltando de obra en obra con entusiasmo, según la cartelera
me lo iba permitiendo y quién sabe si al ritmo de la propia Harriet, pero con
su misma curiosidad, por los textos mayorguianos. Busqué sus obras publicadas
pero no era fácil conseguirlas, pues aún La uÑa RoTa no había editado el
volumen Teatro 1989 – 2014[vii].
Pero, como el propio Juan afirmó sobre su predecesor en la silla M, Carlos
Bousoño, “digo verdad si declaro haber gozado de una relación íntima” desde
entonces. Confieso esto en un tono casi firme y reivindicativo como el de
Teresa de Ávila en La lengua en pedazos.[viii]
Él hablaba, yo hablo de la amistad “que se establece entre el lector y el
escritor cuya obra se convierte para aquel en refugio”,[ix]
aunque los textos de Mayorga son, para mí, más bien, aguijón que despierta el
intelecto y lleva a la búsqueda de la verdad y de otra de sus obras.
“Escribo buscando a otros; ojalá éste
sea sitio de muchos encuentros.”[x]
Y así nos encontramos en marzo de 2015 en el Ateneo de Madrid, después de la
representación de la primera versión completa de Famélica que Mayorga escribió para y con la compañía de actores La
Cantera, incorporando las impresiones y opiniones del público. Una vez más fui
testigo del hecho como Harriet. Famélica,
que trata el tema de las sociedades secretas, “le vino al autor al observar la
salida del trabajo de una gran empresa.”[xi]
Los empleados no parecían felices, confiesa. Así siguió, o empezó de nuevo,
nuestro intercambio dialógico. Tardé más de un mes en escribirle el primer
correo electrónico pensando que aquello había sido “ficción o sueño o sombra”[xii],
en la cueva de Montesinos, en la torre de Segismundo o en la caverna de Platón.
Después, como si de personajes de una comedia de Beckett se tratara, nos hemos
ido encontrando y tropezando el uno con el otro a la entrada y la salida de los
teatros de este escenario, a veces absurdo y onírico, que es nuestro Madrid.
Juan Mayorga es un continuo “rehacedor de su obra”[xiii]
porque entiende que el espectador/lector encuentra nuevos sentidos en el texto
que el autor no concibió, porque su constante búsqueda le impide sentirse
satisfecho con sus textos. Pero, ante todo, el teatro de Mayorga es un arte
político “al menos por tres razones. Porque se hace en asamblea. Porque su
firma es colectiva. Porque es el arte de la crítica y de la utopía. Examina
cómo vivimos e imagina otras formas de vivir.”[xiv]
Vuelve a incrustar sus raíces en los orígenes del teatro clásico, celebrado en
el ágora πολιτικη. Yo me atrevo a decir, además, que se
compromete con la realidad y con nuestro mundo: da voz a quienes ven y viven la
historia desde el suelo (los perdedores), en La tortuga de Darwin;[xv]
explora el falseamiento de la historia y su relato unívoco en Reikiavik;[xvi]
se sumerge en el exterminio nazi en Himmelweg[xvii]
o en El cartógrafo[xviii];
cuestiona el papel del intelectual y su ética en tiempos de crisis en El traductor de Blumemberg[xix]
o El crítico[xx]
o la libertad creativa del escritor en Cartas
de amor a Stalin;[xxi]
ahonda en la memoria histórica en El
jardín quemado[xxii]
o en la humillación psicológica y en el dominio del débil en Animales nocturnos[xxiii];
indaga en el enjuiciamiento de la moral colectiva a través de los abusos a
menores en Hamelin[xxiv]
o en la violencia verbal en La paz
perpetua[xxv]
dando voz a los tres perros protagonistas; reflexiona sobre el papel de la
escuela y la literatura en El chico de la
última fila,[xxvi] o
sobre la individualidad del sujeto frente al otro en El arte de la entrevista.[xxvii]
En el teatro de Mayorga, los animales
hablan (Últimas palabras de Copito de
Nieve[xxviii]),
toman la voz y la palabra porque los humanos hemos pervertido el valor esencial
del lenguaje, las palabras que debieran describir la realidad en su esencia.
Juan persigue la palabra como “desvelamiento” de la verdad y esto solo es
posible a través de la duda metódica, que nos interpela a nosotros mismos y nos
aleja de los totalitarismos y de las
verdades absolutas y monolíticas. Como Walter Benjamin, aboga por la superación
de ese uso meramente comunicativo que hacemos del lenguaje, manipulándolo según
nuestra/vuestra/su conveniencia para acercarnos acaso a una verdad más
colectiva, más emocional, más solidaria.
Acabo ya, porque yo también interrumpo
el silencio, y lo hago evocando/invocando a aquel niño que escuchaba a su padre
leer en voz alta[xxix]
mientras jugaba a las chapas, a aquel adolescente que iba a la Plaza de España
de Madrid a escribir sus primeros versos, al hombre de teatro generoso
convertido en ‘antiautor’. Como afirma Hamlet, “el resto es silencio”.[xxx]
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Discurso leído o interpretado
en el IES Parque de Lisboa de Alcorcón, el 3 de marzo
de 2020
[i] Juan
Mayorga, Silencio, Madrid, Real
Academia Española, p. 9.
[ii] Ibid., p. 10.
[iii] Juan
Mayorga, Hamelin / La tortuga de Darwin,
Madrid, Cátedra Letras Hispánicas, 2015 (edición de Emilio Peral Vega).
[iv] Juan
Mayorga, El mago, Segovia: La uÑa
RoTa, 2018.
[v] Juan
Mayorga, “Razón de teatro”, en Elipses,
Segovia: La uÑa RoTa, 2016, p. 87.
[vi] Juan
Mayorga, Intensamente azules,
Segovia: La uÑa RoTa, 2017, p. 33 (ilustraciones de Daniel Montero Galán).
[vii] Juan
Mayorga, Teatro 1989 – 2014, Segovia:
La uÑa RoTa, 2014.
[viii] Ibid., p. 547.
[ix] Juan Mayorga, Silencio,
Madrid, Real Academia Española, p. 11.
[x] Juan
Mayorga, Teatro 1989 – 2014, Segovia:
La uÑa RoTa, 2014, p. 9.
[xi] Juan
Mayorga, Famélica, Segovia: La uÑa
RoTa, 2016, p. 94.
[xii] Juan
Mayorga, Silencio, Madrid, Real
Academia Española, p. 10.
[xiii] Juan
Mayorga, Hamelin / La tortuga de Darwin,
Madrid, Cátedra Letras Hispánicas, 2015 (edición de Emilio Peral Vega), p. 12.
[xiv] Juan Mayorga, “Razón de teatro”, en Elipses,
Segovia: La uÑa RoTa, 2016, p. 93.
[xv] Ibid., p. 169.
[xvi] Juan
Mayorga, Teatro 1989 – 2014, Segovia:
La uÑa RoTa, 2014, p. 727.
[xvii] Ibid., p. 297.
[xviii] Ibid., p. 601.
[xix] Ibid., p. 111.
[xx] Ibid., p. 573.
[xxi] Ibid., p. 219.
[xxii] Ibid., p. 147.
[xxiii] Ibid., p. 333.
[xxiv] Ibid., p. 385.
[xxv] Ibid., p. 513.
[xxvi] Ibid., p. 425.
[xxvii] Ibid., p. 683.
[xxviii] Ibid., p. 371.
[xxix] Ibid., p. 767.
[xxx] William
Shakespeare, Hamlet, Madrid: Austral,
1994, p. 210 (traducción de Ángel-Luis Pujalte).
No hay comentarios:
Publicar un comentario