El movimiento #MeToo que denuncia los casos de acoso sexual ha sido elegido
‘persona del año 2017’ por la revista Time.
La difusión en las redes sociales del hashtag #MeToo, a propuesta de la actriz estadounidense Alyssa Milano,
prendió la mecha el pasado octubre y dio voz a cientos de miles de mujeres que
confesaron haber sido víctimas de abusos. Este fenómeno, concebido
originariamente hace diez años por Tarana Burke, ha sacado a la luz un problema
endémico silenciado de manera deliberada: la violencia que sufrimos, con
demasiada frecuencia, las mujeres en nuestra vida diaria. Durante años, las
mujeres definieron el acoso sexual que sufrían como algo de lo que no se
hablaba, como algo privado, como un peaje necesario que había que pagar para
promocionarse en el ámbito profesional, como algo de lo que estar avergonzadas.
Esas son precisamente algunas de las marcas que el abusador deja sobre la víctima:
la vergüenza y el miedo a hablar.
Este fenómeno viral nos ha ayudado a descubrir la
colosal escala del problema, a darnos cuenta cuán necesaria es una auténtica
educación en igualdad entre hombres y mujeres y a comprobar que todos deberíamos ser femenistas, como
afirma la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Por desgracia, como toda
violencia ejercida contra las mujeres, abarca todas las clases sociales, todas
las profesiones, todas las razas y prácticamente todos los rincones del mundo.
La diferencia se encuentra en las formas de hacer explícito este abuso de
poder: de formas sutiles en las que la mujer es interpelada a realizar las
tareas más ingratas, con una mayor presión profesional, hasta la violencia
manifiesta que llega a las cotas más brutales en los casos de acoso sexual o
violación.
Algunas voces han
alertado de la polarización del discurso que este tipo de campañas suscita, de
la actitud condescendiente hacia la voluntad de las mujeres que pueden
despertar y del contexto de pánico sexual que se instala en la sociedad. Pienso
que quien utiliza estos argumentos no es consciente de la envergadura del
problema o, por fortuna, no ha sufrido esta violencia. Por supuesto que no
todos los hombres son violadores ni abusadores en potencia, pero necesitamos
que ellos sean conscientes de la situación de privilegio en la que han sido
educados para que se conviertan en nuestros aliados para erradicar esta lacra.
Todos, ellos y nosotras, debemos ser lúcidos a la hora de reconocer todos los
tics machistas a los que estamos sometidos en nuestra actividad cotidiana; además,
ellos deben estar dispuestos a renunciar a ejercer ese estatus de poder sobre
las mujeres con las que trabajan. Solo así conseguiremos una igualdad plena,
sin tutelas y que esa violencia silenciosa contra las mujeres no se perpetúe y
llegue a manifestaciones humillantes y delictivas. ¿Cómo podemos conseguir
revertir esta situación? Solo cabe una respuesta: con más educación, más
educación, más educación. Por último, quisiera añadir solo una cosa más: #MeToo, #YoTambién, #JoTambé.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico 'Ágora Alcorcón'
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