A mí
ya no me gusta la Feria. Eso no se puede decir a los desconocidos, sobre todo,
si son de fuera. Te lo digo a ti porque eres familia. Y mira que me ha gustado
y lo he pasado bien estos cinco días de fiesta. Los mejores años fueron cuando
era joven y todavía no estaba casada… Pero la he conocido desde bien pequeña,
cuando veníamos con mi padre en el carro, burrun-burrun, desde la Fuente de San
Pascual. En aquellos tiempos las carreteras no eran como ahora, ni tenían nada
que ver. Enseguida que entrabas en el pueblo dejabas a un lado el Calvario Alto
y tropezabas con la feria de los animales en la Plaza de San Pedro, justo
delante de la Beneficencia. A mí los caballos me daban miedo: los veía tan
grandes y yo era tan pequeña…Cómo ha pasado el tiempo y cómo han cambiado las
cosas. Tú eres muy joven y no te puedes hacer una idea de la transformación que
ha sufrido la vida. Como del cielo a la tierra…
¿Cómo
se dice eso que has traído? Obe… Obel… ¡Obelisco! No sé por qué me cuesta tanto
recordar esta palabra: obelisco, obelisco. A la feria no vayas si no tienes
dinero, porque verás muchas cosas y no comprarás nada. ¿Y dices que lo has
comprado en la Feria? Ay, no, cómo tengo la cabeza, que ya me has dicho que no…
Que no es de la Feria, que lo has comprado en el viaje que has hecho. ¿Dónde
era? Eso, Egipto… ¿Por dónde está? Yo estoy muy mal en aritmética… Cuando era
niña, lo que más recuerdo de la Feria eran los almuerzos con mi padre en la
Plaza del Mercado. Pero la sandía la comprábamos en la Plaza de la Balsa, en la
subida a la cárcel. Las colocaban como si fueran pirámides. Mira, ¡como en
Egipto! ¿Verdad que sí? A mí me hacían mucha gracia las pilas de melones y de
sandías. No sé qué me imaginaba en mi cabecita de mocosa. Eran como balones
gigantes, como las canicas con las que jugábamos, pero inmensas. Con los
montones de cabezas de ajo no me pasaba. En aquellos tiempos eso de almorzar
sardina, pimiento y huevo frito no se llevaba. La costumbre llegó más tarde.
Comíamos primero el pan con fiambre y mi padre bebía el vino del porrón.
Empinaba el porrón con mucha habilidad. No se le caía fuera ni una gotita. Me
parece que estoy viéndolo… A mí me embelesaba saborear el vinagre, los trocitos
de limón, la sal y las hojas de limonero de la salmuera. ¡Qué fresquita estaba
la sandía cuando nos acabábamos el bocadillo! Masticando, ñam-ñam,
sanseacabó.
Me
he reído con ganas mirando el obelisco. Mira, ahora me sale el nombre a la
primera. Yo vi uno en Roma, en la plaza de San Pedro del Vaticano. ¿Verdad que
sí? Me acuerdo muy bien. Mira que lo pasé bien con mi hermana. Subimos arriba
del todo de la cúpula. Entonces aún tenía mucha fuerza. Desde que cumplí los
ochenta, cada año es un pedrusco que me meten en el bolsillo… Obelisco,
obelisco. Como te decía, la Feria que más he disfrutado era la de los años en
que era soltera. Íbamos al baile al Círculo Mercantil de la Alameda y nos
divertíamos mucho. A mí me encantaba bailar, seguía el paso muy bien. La gente
joven de ahora no sabéis bailar. No te ofendas pero parece que os han puesto un
puñado de pulgas debajo de la ropa y os sacudís para quitároslas de encima.
Además, en la Feria no tenía que decir mentiras a mi madre, que si íbamos a la
novena de no sé qué santo y salíamos corriendo hacia el baile. Nosotros íbamos
al Círculo Mercantil que es donde iba la gente del pueblo, porque para los
señores estaba el Casino Setabense. Allí iba la gente con dinero. Haz el favor
de no escribir eso. Nosotros nunca hemos sido niñas bien de Xàtiva; ni soñarlo.
Pero nos entretenía admirar los vestidos que llevaban las mujeres y las chicas
de buena familia de Xàtiva. Las observábamos con admiración, pero no con
envidia. Bueno, quizás un poco sí. Creo que no sentíamos envidia porque
teníamos la certeza de que nunca tendríamos un vestido así. ¡Qué bonita es la
música! La escucho y los pies se me mueven solos. Allí estaba la banda de
música tocando. Chin-chin. Y así se nos escapaban las horas…
Cuando
me casé, la Feria cambió. Volvíamos a la Plaza la Balsa pero con las niñas,
para subirlas a los caballitos que eran mecánicos. A la pequeña le gustaba
mucho la noria. Daba gusto verle la cara de felicidad sentada en la barca de
madera antes de que el hombre empezara a mover la manivela con fuerza. Entonces
se elevaba. ¡Cuántas cosas nos dicen los niños con los ojos…! ¿Y el berrinche
que cogió la mayor una tarde porque no le tocó ningún muñeco en la tómbola?
¡Madre mía de los Cielos! ¡Para qué quieres más! Sollozaba y todo, buaa, buaa…
Tuvimos que volver Alameda arriba a comprarle una cachavilla para que se
conformara. Quien con niños se acuesta, mojado se levanta. Y mira que mis niñas
es lo que más quiero en este mundo.
Ahora
que lo pienso: en París también hay uno. ¿Cómo se decía la plaza? De la
Concordia, sí. Qué nombre más bonito para una plaza. Además, era muy grande,
como tiene que ser la concordia. ¿Cómo era? Obelisco. Mañana ya se me ha
olvidado. Un poco más allá de la Fuente del León una feria compré una cazuela
de arroz al horno. La tuve más de treinta años. Aquellas cazuelas de barro sí
que eran buenas. Era de un feriante que venía de Manises pero no puedo
acordarme de su nombre.
¿Pero
tú sabes lo que más me ha gustado de la Feria? Estás mirándome y sonriendo
porque conoces la respuesta: los abanicos. Han sido siempre mi debilidad.
Ahorraba todo el año para comprarme uno y también para vosotras: de hueso, de
palosanto, de concha, de nácar, de ébano, de palo de rosa. Hay uno que hace una
aire buenísimo, el de concha. Todavía lo tengo. Abanicándonos recorríamos el
Real de la Feria arriba y abajo. Los que tenían flores pintadas eran mis
preferidos; es muy difícil pintar figuras humanas encima de la tela. Cuando
encontraba uno que las tenía y estaban bien perfiladas, me perdía y no podía
dejar de comprarlo. Los abanicos que te he regalado, ¿los tiene tu madre?
Hicimos mucha amistad con nuestros abaniqueros, Asunción y Paco, que cada feria
eran fieles al encuentro y venían cargados con el trabajo de todo el año. Mi
hermana vendía flores en el kiosco, yo la ayudaba y en las horas muertas
conversábamos todos. A mí siempre me ha complacido hablar con todo el mundo.
Así la distancia entre Aldaia y Xàtiva se fue acortando. Si durante el año se
estropeaba alguna varilla, Paco me la reparaba cuando llegaba la Feria y me la
dejaba como nueva, a estrenar. Siempre les decíamos que los feriantes se llevan
el calor, pero había años en que se les olvidaba y nos lo dejaban todavía unos
días más. Obelisco, obelisco.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Relato publicado en el Llibre de la Fira de Xàtiva 2017
Fotografía: Antoni Marzal
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