Se produce el fundido a negro final y acaba la representación en el Teatro Español con cuatrocientos cuarenta años de historia a sus espaldas. Los aplausos rompen los escasos segundos de silencio que suceden al fin de la obra que nos han representado. Todavía flotan en el aire y se elevan las últimas palabras pronunciadas. Se encuentran sobre el escenario las cinco actrices que nos han acercado el relato de Alejandro Palomas, La isla del aire, que forma parte de El tiempo que nos une. Candela Serrat, Vicky Peña, Nuria Espert, Teresa Vallicrosa y Claudia Benito nos miran en silencio, cogidas de la mano, con alegría y emoción. Pienso que este es uno de los momentos mágicos del teatro. Ocurre cuando, una vez finalizada la representación, los espectadores reconocemos y agradecemos el trabajo ofrecido, en primer lugar, por los actores (actrices en este caso), y también del equipo entero que está detrás de las tablas (hecho que ellas nos recuerdan levantando el brazo en homenaje a sus compañeros ocultos). Damos las gracias por transportarnos a un mundo imaginario que nos devuelve al nuestro transformados. Aplaudimos, primero, con cierta timidez, observando las miradas brillantes y los gestos de agradecimiento de cada una de estas mujeres. Transcurridos unos segundos, liberadas las manos, las cuatro actrices retroceden unos pasos sin dejar de mirarnos, para que Nuria Espert, en el medio, reciba la ovación, llena de afecto, por una vida dedicada al teatro. Y sí, entonces, el teatro se pone en pie para aclamar y rendir tributo a esta anciana casi nonagenaria que lo ha hecho todo y lo ha dado todo por el teatro. Todos, conscientes de que este será el último montaje en el que participará, nos embriagamos con la plenitud que nos ofrece el momento, único e irrepetible para los espectadores. Nuria Espert, la gran dama del teatre, lo vivirá cada tarde hasta el 14 de enero. No es más (y no es poco) que una merecida despedida a esta actriz que nos ha dado tanto.
La isla del aire está en Menorca donde la presencia del mar y el viento llenan el espacio y la escenografía austera y estática de grandes piedras sobre las que se proyectan imágenes de las actrices y de ese mar que actúa como testigo de la tragedia familiar. La mirada poética de Palomas se palpa en las palabras que pronuncian estas cinco mujeres que, en realidad, son seis porque la ausente Helena y su voz también están presentes. Nuria Espert es Mencía, la matriarca de una familia, que conoce los secretos de las mujeres de su familia que arrastran un pasado que les impide vivir de una manera tranquila y plena. A través de las palabras, esta anciana nonagenaria, intentará sanar las heridas abiertas de sus hijas y sus nietas. Pero sabe que tiene que arrancárselas, muchas veces con un tono deslenguado y directo. Mencía, que en ocasiones se muestra senil, tiene momentos de una intensa lucidez que causa estragos en sus hijas y nietas por su desgarro. Lo intentará a través del viaje a un faro junto al mar donde desapareció en una noche de tormenta su nieta mayor Helena, cuya muerte no acepta su madre, Lía (una contenida Vicky Peña). De forma paulatina, van apareciendo las cargas individuales y familiares de cada una de ellas: de sus nietas Bea (Clàudia Benito), convaleciente de un herpes y con un futuro personal incierto, y de Inés (Candela Serrat), que decide vivir el amor a pesar de sus responsabilidades familiares; pero también de su hija Flavia (Teresa Vallicrosa), frustrada por las oportunidades vitales perdidas y por su anodina vida de cuidadora. Cinco mujeres que buscan reconciliarse con la vida y consigo mismas a través, de nuevo, del arma más poderosa que tenemos, del lenguaje.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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