Las exposiciones dedicadas a artistas mujeres
se abren camino tímidamente. En Madrid han coincidido la muestra retrospectiva
del Reina Sofía dedicada a Dorothea Tanning y sus esculturas blandas y la
exhibición que se puede visitar en el Palacio de Gaviria hasta el 24 de febrero
de 2019. En el corazón de la Villa, junto a la Puerta del Sol, se encuentra el
Palacio de Gaviria (calle Arenal, 9), un edificio de mediados del siglo XIX
ideado por el arquitecto Aníbal Álvarez. Desde hace un tiempo, este emblemático
inmueble, que pasa desapercibido en medio del trasiego de los transeúntes,
alberga exposiciones ciertamente interesantes, no aptas para todos los
bolsillos.
Recorrer las diez salas que plantean la
retrospectiva integral de la obra de Tamara de Lempicka fue un buen regalo de
Reyes, o de Reinas, más bien. La subida por la escalera principal supone la
primera muestra de la singularidad del palacio. Una artista de la talla de
Tamara de Lempicka se merece que su obra sea expuesta en un edificio que
ostenta su misma elegancia. En seguida se penetra en el universo Lempicka de la
mano de la comisaria, especialista y estudiosa de la obra de la artista, Gioia
Mori. La exposición se organiza en diez salas temáticas que recorren su periplo
vital y artístico. Pronto te das cuenta de que la modernidad de esta polaca va
más allá de su obra y que impregna su biografía entera. Rompió moldes y tuvo la
habilidad de saber moverse en un mundo reservado a los hombres.
El París del periodo de entreguerras fue un
lugar fundamental para Tamara donde aprendió y se desarrolló como artista en
libertad. La casa de la rue Méchain 7 es el modelo de la sofisticación y la
búsqueda de la belleza de esta artista. Su relación con la moda y con
personajes históricos importantes de la época a los que retrató nos ofrecen una
idea de las concomitancias entre la exploración hacia un estilo propio y la
frivolidad que le ofrecía el bienestar económico, sobre todo, a partir de su
segundo matrimonio con el barón Kuffner.
Las
amazonas era el nombre con el que se
denominaba a las mujeres homosexuales a principios del siglo XX. Tamara nunca
escondió sus amores femeninos. Era una época en que la liviandad llevaba a una
incipiente desinhibición. Eran los felices 20 y la aparente abundancia material
dejó paso a una apertura, también aparente, en las costumbres sexuales. Digo
aparente porque Tamara de Lempicka se casó dos veces y, gracias a la desahogada
situación económica que le proporcionaron sus segundas nupcias, pudo dedicarse
al arte. Tuvo que cumplir con ciertos cánones sociales para conquistar su
libertad artística. En cualquier caso, los desnudos femeninos, aparte de
mostrar su evolución pictórica, presentan el cuerpo femenino como una figura
deseada y deseante por otra mujer. Es aquí donde reside su modernidad
transgresora que la convierte en una precursora. El amor por algunas mujeres
dieron lugar a sus mejores obras: Retrato
de Madam Sa Tristesse (1923). La
hermosa Rafaela (1927) o Las
muchachas jóvenes (1930). Todos ellas son un canto a los sentidos y un
estímulo para la imaginación de quien observa, casi como una voyeur.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el diario digital 'Ágora Alcorcón'
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