Ah! Godiamo! / La tazza e il cantico / La notte abbella e il riso… Los amantes de la ópera afirman que este es el espectáculo total, síntesis de todas las artes escénicas y musicales. Y razón no les falta. El problema es que ha sido un arte elitista destinado a las clases pudientes y, aunque se haya democratizado un poco, así sigue siendo. Si se duda de esta afirmación, basta con asistir a cualquier representación del Teatro Real de Madrid o del Teatre de Liceu de Barcelona para comprobar que determinados tópicos y usos sociales permanecen en el tiempo. La propia estructura arquitectónica del teatro así lo demuestra donde la comodidad del espectador no importa, ni la perspectiva en relación con el escenario para un mayor disfrute del espectáculo. A la ópera no se iba a ver –la pieza representada– sino a ser visto.
La Traviata es una ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Francesco Maria Piave. Está basada en la novela de Alejandro Dumas, hijo, La dama de las camelias (1848). Junto a Rigoletto e Il Trovatore, forman la “trilogía popular”, que es un adjetivo fundamental para entender la poética verdiana y que cuestiona lo afirmado en el párrafo anterior.
Se estrenó el 6 de marzo de 1853 en el teatro La Fenice de Venecia y sufrió el rechazo del público y de la crítica conservadora. Verdi era consciente de los riesgos que corría al situar la acción en la contemporaneidad y al hacer protagonista de su obra a una cortesana, es decir, una prostituta. Era de esperar que un personaje como el de Violetta Valéry chocara con las mentes bienpensantes y la moral convencional. Otra cuestión es que conocieran personajes como ella en sus entornos cercanos, pero subirla al escenario para representar su desgracia suponía darle un protagonismo y una entidad que sencillamente resultaba escandaloso. No obstante, Verdi sabía que era cuestión de tiempo que triunfara y, un año después, se representó en el Teatro San Benedetto de Venecia logrando el aplauso del público.
Verdi, que jamás perdió su conciencia de campesino, quiso acercar el género lírico a lo popular, vocablo despectivo para algunos, como un ideario ético y estético, para que sus obras llegarán a todo el mundo, no solo a los paladares más exquisitos. Debe entenderse lo popular como sinónimo de lo universal y de búsqueda de una esencia que despoje la obra de toda artificiosidad y exceso. No obstante, con el personaje de Violetta Valéry escribió un papel de una complejidad, llena de matices interpretativos del bel canto, que dejó actuaciones, ya inmortales, de Maria Callas en la década de los 50 del siglo pasado.
El montaje que se puede ver en el Teatro Real de Madrid tiene una icónica puesta en escena, producción de Willy Decker. No pudo representarse en 2020 como consecuencia de la pandemia. A través de una escenografía minimalista de una gama cromática sugerente, donde cada objeto tiene un significado simbólico, el espectador puede centrarse en la ejecución de Nadine Sierra, la gran diva latina de la ópera actual, nacida en Florida, y del donostiarra Xabier Anduaga. El vestuario masculino contemporáneo del coro estiliza y da elegancia a un decorado sencillo y elocuente que divide, a través de la altura, el espacio público del privado a la perfección. Un gran reloj, polisémico y omnipresente, nos recordará el destino trágico de esta descarriada que intentó seguir el impulso del amor y que, por solidaridad, con otra mujer –la hermana de su amado Alfredo– acabará renunciando a la felicidad. Sin embargo, las notas de su canto vitalista proclamando su derecho a la libertad y al placer, se elevarán desde el escenario hasta el paraíso, con una música que nos hace tocar el cielo:
Sempre libera degg’io
Folleggiare di gioia in gioia,
Vo’che scorra il viver mio
Pei sentieri del piacer.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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