Afirma Juan Mayorga que Los yugoslavos “es una cuento sobre la tristeza, sobre el amor, sobre la búsqueda de un lugar en el mundo y sobre la fe en la palabra.”
Martín (Javier Gutiérrez), como Goyo, el abuelo de Mayorga, es un camarero que pide ayuda a un cliente, Gerardo (Luis Bermejo), porque ha visto cómo le levantaba el ánimo a un amigo. Martín le pide a este desconocido que hable a su mujer, Ángela (Natalia Hernández), ya que esta ha dejado de hablarle y está hundida en el silencio y la tristeza. Martín, que es un hombre que sale muy pronto de casa para dar desayunos y vuelve tarde después de haber echado el cierre, no posee las palabras con las que podría arrancar a su mujer de la depresión en que está sumida, porque “la vida no puede ser sólo llenarse de ruido. Se va acumulando sin que te des cuenta”. Cris (Alba Planas) es la hija de Gerardo que acabará teniendo un papel relevante.
En Los yugoslavos, tenemos dos hombres que intercambian palabras y dos mujeres que intercambian mapas. De nuevo, Mayorga nos interroga sobre el poder de las palabras. ¿Qué somos capaces de lograr con ellas? ¿Pueden las palabras sanarnos o sumergirnos en una profunda melancolía? “Somos cuerpos ocupados por palabras”, podemos leer en El golem. Sin embargo, los mapas nos van a llevar quién sabe dónde. “Mucho tiempo llegando a lugares equivocados” o buscando países y espacios que ya no existen, espacios donde solo queda la nostalgia de una felicidad o el dolor de lo que pudo ser y no fue, lugares que nos arrojan luz o sombra, pero que nos siguen habitando interiormente y que pueden ser convocados a través de la palabra y del teatro.
Los personajes de Los yugoslavos son personas corrientes en búsqueda que, en medio de un mundo en el que se sienten perdidos, ansían llegar a una zona desmilitarizada como la que separa las dos Coreas y donde, sorprendentemente, ha crecido la vegetación y la naturaleza se manifiesta de forma vigorosa. Aunque es un campo minado, las bombas no se detonan con el peso de los animales que lo habitan: pájaros, ciervos… Sin embargo, siempre nos queda la duda de si tomamos la mejor opción en el camino: “Tendríamos que haber ido donde los yugoslavos. Allí se juega de verdad. Mientras las mujeres bailan”, porque lo que no fue siempre nos acaba pareciendo más atractivo en nuestras ensoñaciones.
Los yugoslavos también habla del amor (ljubav, en croata). La relación de Martín y Ángela evoca la de los protagonistas de Animales nocturnos, marcada por la rutina y el desánimo. Martín, que ama profundamente a su mujer y su trabajo, está dispuesto a dar todo lo que tiene para que su mujer se recupere. En ese sentido, el de Martín es un acto de amor porque, por encima de su vida rutinaria de ‘afectos (más o menos) seguros’, está la vida y la alegría de su mujer. A través de los diálogos, iremos conociendo detalles de su relación y haciéndonos preguntas: ¿elegimos a la persona con la que compartimos nuestra vida? ¿A nuestra compañera de camino? La respuesta inicial, obvia, sería sí. Es un acto de voluntad libre. ¿Pero realmente lo es? ¿Cuánto pesan los azares y las circunstancias en esa decisión? Quizás nos sea imposible ya dar una respuesta clara, pero lo que sí sabemos es que, en un determinado momento, deberemos decidir si permanecemos al lado de esa persona o si nuestro camino va en otra dirección. Y este sí será un acto de voluntad personal. Martín sabe que Ángela se encuentra en este momento crucial.
Es este un texto profundamente mayorguiano, lleno de capas que podemos ir descubriendo, una obra que nos propone una poética teatral con la que ser interpelados y salir transformados del teatro, si somos capaces de preguntarnos dónde se encuentran nuestros yugoslavos. Para ello, Mayorga, que también dirige el montaje, utiliza la poética de los objetos y los gestos, donde los manteles de papel del bar, una bolsa amarilla de plástico con un rótulo comercial que contiene unos zapatos negros o la manera de llevar la camisa blanca y el pantalón negro de camarero de Javier Gutiérrez añaden significados metafóricos y existenciales a lo que se nos muestra y cuenta.
Con objetos y gestos, se trazan una serie de referencias metamayorguianas con otras obras del autor y a su propia poética que dan consistencia a un texto que merece ser leído: unas gafas de natación graduadas como las de Intensamente azules; Angelines y María Luisa, protagonistas de María Luisa, y los nombres del buzón; los mapas que nos orientan en las ciudades, tan importantes en El cartógrafo; o los objetos, a veces absurdos e inútiles, que coleccionamos, como en La colección. Así Mayorga nos propone refugiarnos en un universo propio donde la imaginación se convierte en un espacio donde podemos jugar de verdad, “mientras las mujeres bailan”.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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