DÍA 06. JERUSALÉN – TEL AVIV: Se ha hecho de día muy
pronto. Se notaba que estábamos más al este y el sol se levanta más temprano.
Hemos recogido todas nuestras pertenencias y hemos dejado las maletas a punto.
Teníamos que ir despidiéndonos de esta ciudad tan religiosa y tan poco
espiritual. No puedo evitar sentir una fascinación extraña por todo lo que
hemos visto y vivido estos días.
Las
últimas horas en Jerusalén las hemos pasado en Yad Vashem, el Museo Histórico
del Holocausto. Se trata de un museo formado por un edificio de arquitectura
moderna, situado en un terreno grandísimo y rodeado de monumentos
conmemorativos del Holocausto. El museo hace un recorrido por la historia de la
persecución y exterminio que llevaron a cabo los nazis. Se pueden escuchar
numerosos testimonios de supervivientes. Como todas las obras que realizan los
hebreos, es un edificio de diseño moderno que muestra su poder adquisitivo.
Se
encuentra en el Monte Herlz, nombre del padre del sionismo, en la parte más
oeste de Jerusalén. Es necesario coger el moderno tranvía, inaugurado en 2012.
Este tren atraviesa una de las arterias principales de Jerusalén, Jaffa Street.
Los habitantes de Jerusalén hacen un uso masivo de este medio de transporte. No
cabía ni una aguja, ni a la ida ni a la vuelta. Estación tras estación nos
hemos ido alejando del centro de la ciudad. Se ha de caminar un poco hacia
arriba, si se decide no esperar el autobús que hace el trayecto gratuito, desde
la parada del tranvía hasta el museo. Poco a poco te vas adentrando en el
bosque de Jerusalén donde se encuentra el museo Herlz, el cementerio militar y
el Yad Vashem. Hemos hecho el paseo a pie y nos hemos dejado envolver por el
silencio de la arboleda. El eco de la ciudad quedaba atrás.
Yad
Vashem es un complejo formado de diversos edificios. El principal tiene forma
de una enorme arca, hundida en tierra. En este pabellón, se encuentra el Museo
de la Historia del Holocausto, donde hay nueve galerías subterráneas con
estructura de prisma donde se cuenta todo lo que ocurrió en el Shoah (Holocausto) y la historia del
antisemitismo en Europa. Estos pasillos se encuentran enlazados por una nave
central que se asemeja a una columna vertebral. Se entra por un extremo y se va
avanzando hacia el final, donde espera un mirador por donde entra la luz y
desde donde se disfruta de una vista espléndida del bosque de Jerusalén. El
itinerario museográfico va hundiendo al visitante en el drama terrible que
vivió este pueblo durante la Segunda Guerra Mundial. Las explicaciones están en
hebreo y en inglés. Sigue la historia de forma cronológica y temática. Mediante
objetos, fotografías, vídeos con testimonios de supervivientes e instalaciones
de arte, apenas nos asomamos a la devastación y la muerte que sembraron los
nazis en el pueblo judío. Yad Vashem es un monumento conmemorativo a los seis
millones de judíos asesinados por los nazis. Se trata de una cifra que permanece incuestionable. En un primer
momento, las fuentes hablaban de ocho millones de muertos, que posteriormente
descendieron en dos millones. En la actualidad ningún historiador puede
cuestionar esta cifra sin ser acusado de antisemitismo o de negacionismo. En la
Segunda Guerra Mundial se estima que murieron entre cincuenta y cinco y sesenta
millones de personas. Fueron perseguidos y exterminados masivamente millones de
judíos, gitanos, homosexuales y disidentes políticos.
Cerca
del final, impresiona la sala de los Nombres, donde centenares de fotografías de
las víctimas cubren el techo. Se trata de una habitación circular cuyas paredes
están llenas de estanterías que contienen libros con los nombres de todas las
víctimas judías identificadas hasta el momento. Un agujero en tierra simboliza
el nombre de todos aquellos muertos desconocidos, cuya identificación no fue posible
porque todos los familiares y amigos perecieron asesinados. El nombre de Yad
Vashem procede del libro bíblico de Isaías 56, 5 y significa ‘Un Monumento y un
Nombre’. Es comprensible que un pueblo que sufrió un exterminio semejante
reivindique y honre la memoria de los nombres de las víctimas que murieron tan
cruelmente, especialmente la de aquellos que no tenían a nadie para dar
testimonio y rezar el kadish (oración
judía en arameo por los muertos).
El
Museo de Arte del Holocausto se encuentra en un edificio independiente, cerca
de la salida del principal. Acoge una colección de obras hechas en los guetos y
en los campos de concentración. También hay un pabellón de exposiciones que
ofrece exhibiciones temporales y una sinagoga moderna, decorada con objetos de
sinagogas europeas que fueron destruidas. Es posible hacer oración en la
sinagoga y se permite la entrada a las mujeres a la nave principal, cosa que no
ocurre en la mayoría de las sinagogas. Hemos hecho casi todo el recorrido
interior por estos museos cruzándonos con una madre y un hijo judíos que
parecían salidos de un gueto de la década de los 40.
En
la sala del Recuerdo hay una llama eterna que guarda la memoria y está junto a
una cripta que alberga las cenizas de víctimas, transportadas desde los campos
de exterminio. En el suelo se encuentran inscritos los nombres de los veintidós
campos nazis más infames: Auschwitz, Bełżec, Bergen, Bogdanovka, Buchenwald,
Chełmno, Dachau, Flossenbürg, Gross-Rosen, Jasenovac, Majdanek, Maly Trostenets,
Mauthausen, Neuengamme, Ravensbrück, Sachsenhausen, Sajmiste, Salaspils,
Sobibór, Stutthof, Treblinka, Varsovia. Me he acordado de los 9.328 republicanos
españoles enviados a los campos de concentración, aquellos de los cuales
Serrano Suñer, enviado por Franco a Berlín en 1940, les dijo a Hitler, Himmler
y Heydrich que podían matarlos. Murieron 5.185, sobrevivieron 3.809, constaron
como desaparecidos 334. Detrás de cada número, hay un nombre y un apellido, una
historia de sufrimiento infinito que no siempre ha sido oportunamente
reivindicado. Más bien lo contrario. Una vez acabada la guerra y liberados los
campos, todos tenían una patria a la que volver, todos excepto los republicanos
españoles que fueron calificados de apátridas. También he pensado en Neus
Català y su valiosa historia de supervivencia y dignidad.
A
continuación, hemos iniciado un itinerario exterior con parada en diversos
monumentos conmemorativos. El memorial del Vagón del Ganada es uno de los
vagones originales que fueron empleados para transportar judíos desde los
guetos hasta los campos. La travesía se hacía en unas condiciones inhumanas y
suponía la muerte por asfixia para una parte. El Vagón se encuentra elevado
sobre unos raíles suspendidos en el aire. Desde abajo se observa este medio de transporte
que contribuyó al horror y la muerte, ahora en medio de un lugar lleno de
árboles donde reinan el silencio y la paz. Había un grupo de cuatro
adolescentes sentados, justo bajo el vagón, conversando y riendo de manera
distendida. Continuamos bajando por el sendero que hacía meandros para llegar
al jardín de los Justos de las Naciones, en honor de los miles de no judíos que
arriesgaron su vida para rescatar judíos durante el Holocausto. Se pueden leer
sus nombres escritos en piedra, según su nacionalidad.
Junto
al centro de visitantes se encuentra el monumento a los Niños, dedicado al
millón y medio de niños judíos que murieron. Es un lugar conmovedor, ya que la
violencia contra los niños es la más irracional y brutal de todas. Se encuentra
excavado en la roca, se penetra en el memorial oscuro, que presenta una
solitaria llama reflejada por centenares de espejos. La sensación óptica es que
se trata de miles de fósforos que representan el nombre de los pequeños que
perdieron la vida y que son pronunciados por unas voces tristes. La sensación
que produce el paso por este lugar es de profundo desasosiego y pena. Muy
cerca, está la plaza del Gueto de Varsovia, que alberga un monumento majestuoso
de ladrillo rojo en honor de la resistencia decidida y firme que mantuvo este
gueto cuando se levantó en 1943.
Llama
poderosamente la atención, al leer distintas fuentes, que la reivindicación del
Holocausto por parte del pueblo judío comenzó décadas después, no cuando acabó
la Gran Guerra. Fue el movimiento sionista el que convirtió el Holocausto en
una herramienta de propaganda después de la guerra de 1967. También lo hicieron
la mayoría de los judíos norteamericanos. Es verdad que en los últimos años hay
judíos que han denunciado el uso político y económico que se hace del
Holocausto, pero también lo es el hecho de que la historia del Holocausto ha
sido estudiada y escrita por judíos, sionistas en su mayor parte. Mucho se ha
hablado y se ha criticado la indiferencia de la población europea y mundial
hacia la mortandad que sembraron los nazis en los campos de exterminio, pero
nada se ha dicho de la pasividad de la sociedad judía de Palestina en aquellos
años. El Holocausto no fue una cuestión significativa en Israel y en los
Estados Unidos hasta la guerra de 1967, donde la victoria israelí sobre los
árabes fue incontestable.
El
sionismo es un movimiento político que debe ser estudiado a fondo. El primer
dato en el que uno se fija es el carácter originariamente laico de esta
corriente. Precisamente en esta parte de Jerusalén se encuentra el museo Herzl.
A pocos metros del museo, está el cementerio donde están enterradas
personalidades políticas israelíes de primer orden como Golda Meir o Isaac
Rabin. Theodor Herzl es el padre del
sionismo moderno. Este periodista laico, nacido en Budapest en 1860, murió a
los cuarenta y cuatro años, hecho que no impidió que le otorgaran la paternidad
del Estado judío en 1948. A finales del siglo XIX, Herzl residía en París como
corresponsal del principal diario vienés. Fue entonces cuando llevaba una vida
bohemia y se interesó por las cuestiones judías. Durante un tiempo pensó que la
única solución a la problemática judía era la absoluta integración de los
judíos en la sociedad donde vivían, incluida la conversión al cristianismo.
Pero en 1894, a raíz del juicio del caso Dreyfus, que fue un oficial del
ejército francés de origen judío que fue acusado injustamente de espiar a favor
de Alemania, se vivieron brotes de violencia antisemita que hicieron que
comenzara a defender la creación de un Estado judío como una obsesión. Pensaba
que así los judíos del mundo estarían sanos y salvos del odio y la violencia.
En un primer momento, no tuvo mucho éxito entre los líderes judíos y, por eso,
publicó el libro El estado judío en 1896.
En él proponía la creación de un Estado judío en Palestina o en Argentina, con
el beneplácito de las grandes potencias. Herzl no desfalleció, aunque abandonó
rápidamente la idea de crear el Estado judío en Argentina. Poco a poco fue
aumentando el número de aquellos que escuchaban sus ideas y en 1897 se celebró
el I Congreso Sionista Mundial en Basilea (Suiza). Herzl buscó, en primer
lugar, la ayuda de Turquía que era quien ocupaba Palestina en aquellos años,
pero pronto trato de ganar el favor del Reino Unido con intereses en la zona. Lo
que pocos sabemos es que los británicos le sugirieron y ofrecieron un área
despoblada de Uganda para establecer el Estado judío. Cuando presentó con
entusiasmo esta propuesta delante del VI Congreso Sionista, seis años después
del primero, encontró una fuerte oposición. Cuando el padre del sionismo murió,
todavía defendía que la mejor opción para el Estado judío era Uganda. ¡Leer
para sorprenderse!
Hemos
matado el gusanillo en la misma cafetería del museo rodeadas de jóvenes sonrientes
y bromistas, vestidos de militares con metralletas como complemento. Hemos
supuesto que estaban haciendo la visita prescriptiva al museo durante el
servicio militar obligatorio. He observado que los chicos tienen la costumbre
de sentarse separados de las chicas: segregación sobre segregación. Hemos
tomado un bocadillo con rúcula, tomate seco y queso de cabra y hemos hecho
nuestra visita obligatoria al servicio. Después hemos recorrido el camino
inverso dando un paseo. Tendríamos que haber esperado demasiado para el autobús
gratuito que hace el trayecto hasta la parada del tranvía.
Mt
Herzl es la primera parada de la línea. El tren se ha llenado bastante deprisa;
de hecho, hemos hecho el trayecto de diez paradas de pie. No hemos podido
validar el billete porque no funcionaban las máquinas para hacerlo. En
realidad, ninguno de los viajeros podía hacerlo pero hemos hecho el viaje con
un aire de proscripción, esperando que en cualquier momento nos pidieran el
billete y no lo tendríamos correctamente picado. En el transporte público se
palpa el agobio y la tensión con la que se vive en esta tierra. No cabía ni una
aguja pero los compañeros de viaje no hacían absolutamente nada por hacer más
llevadora la vuelta. No se percibe ninguna sensación de solidaridad colectiva
que haga que dejen pasar, que se pongan a un lado para no molestar y otros
gestos para mí imperceptibles hasta aquel momento. Hemos vuelto al hotel para
recoger las maletas y hemos hecho la excursión a la inversa de nuevo. Esta vez
el reto era mayor porque teníamos que subir al moderno tranvía israelí con los
bultos. Con coraje y paciencia palestinas lo hemos conseguido. Hemos bajado
unas estaciones antes del final, en la Central Station, parada que ya habíamos
dejado atrás antes. El convoy nos ha escupido literalmente y la sensación de
liberación ha sido determinante.
El
edificio exterior de la estación central de autobuses emana ese aire moderno y
caro de los edificios hebreos. A pesar
de ello, nos ha costado un poco saber hacia dónde debíamos ir y buscar los
andenes. Después de descifrar un directorio, de subir y bajar escaleras con las
maletas porque la claridad no es una seña de identidad, hemos llegado a lo que
parecía la terminal. He preguntado en una ventanillas qué dársenas eran para ir
a Tel Aviv y un trabajador, no demasiado arisco, me ha hecho una señal y me ha
indicado el número. En la preparación del viaje había tomado nota de las líneas
405 y 480 y de las dársenas 315 y 316. Sobre el papel escrito estaba más claro
de lo que nos resultó en la práctica. Pero con nuestra constancia palestina, lo
conseguimos. Perdimos un autobús por pocos minutos, pero las salidas hacia Tel
Aviv son constantes y solo tuvimos que esperar unos diez minutos. Al llegar a
la puerta de acceso al autobús encontramos la luz roja; enseguida se puso verde
y, después de pagar los billetes al operario que los vendía, bajamos las
maletas y logramos el hito de colocarlas en el maletero y subir al coche sin
sufrir ningún daño personal.
Había
bastante tráfico y nos hemos detenido en unas cuantas ocasiones. Yo he
aprovechado el viaje para observarlo todo bien. María José ha caído rendida por
el sueño. De hecho, hemos tardado más de la hora que estaba anunciada como
duración del trayecto. A la entrada de Tel Aviv, los rascacielos y algunos
edificios en construcción nos han dado la bienvenida. El tráfico también era
denso y lento. Sin casi darnos cuenta, hemos llegado a la estación 2000
Terminal al aire libre. En cuanto hemos puesto un pie en el suelo, hemos
sentido el calor bochornoso telaviví.
Entonces
no sabíamos que aún nos quedaba la última inmersión traumática y profunda en el
transporte público israelí del día. Hemos tenido que esperar más de diez
minutos al sol en la parada del autobús urbano. Os puedo asegurar que se nos
hizo muy largo, más que una Cuaresma sin pan. Parece que en el país no tienen
la costumbre de hacer fila. Hacer cola, dejar pasar o salir, decir por favor,
gracias o perdón no está en el vocabulario de esta gente. Van como si fueran el
pueblo elegido por la tierra prometida. Lo hemos observado desde que pisamos
tierra santa pero hoy, en el transporte público, nos ha quedado bien claro.
Cuando
ha llegado el autobús urbano 55 de Tel Aviv, el conductor, un chico muy joven
de raza mestiza, no ha sabido, o querido, o podido vendernos dos billetes
sencillos. Después de la estancia al sol, no hemos bajado del autobús. Tampoco
nos ha dicho que lo hiciéramos. Cómo iba el autobús de gente es indescriptible
(que el lector no pierda de vista que llevábamos dos maletas). Hemos conseguido
sentarnos, para quitarnos del medio y no sufrir más empujones y pisotones.
Enfrente de nosotras, había una madre y una hija pre-adolescente sentadas en
una solo asiento. Llevaban el bikini anudado al cuello y una bolsa con la
apariencia clara de ir a la playa. Las he mirado y he admirado su normalidad.
Por supuesto, tenían su propio cabello e iban haciendo bromas. Ha habido un
momento en que la madre le ha tocado un pecho a la hija en señal de complicidad
y chanza. La cara de sorpresa que hemos debido de poner solo la han podido ver
ellas dos. Salir de una ciudad convento y encontrarte aquella broma natural ha
sido una auténtica revelación (está claro que no fue bíblica).
De
verdad, he llegado a la conclusión que en el transporte público dan rienda
suelta a su agresividad reprimida. La sensación de agobio ha llegado al punto
de que hemos decidido bajar del autobús en cuanto hemos llegado a la calle de
nuestro hotel. Hemos tenido que caminar casi un cuarto de hora porque lo hemos
hecho cincuenta números antes, pero nos ha dado igual. Cuando hemos llegado al
hotel, se me ha ocurrido clavar una bandera como una especie de hito histórico
que hubiera que recordarse, pero he pensado que podía convertirse en un
conflicto diplomático y lo he dejado correr.
La
vestimenta de la gente, especialmente la de las mujeres, es bastante más normal
que en Jerusalén. Tel Aviv quiere dar la imagen de una ciudad moderna y
abierta. Hemos querido acabar el día de una manera relajada y hemos marchado a
la playa que teníamos muy cerca del hotel. Nos hemos quedado de piedra y con
los ojos como platos cuando nos hemos encontrado con la playa Nordau, para
judíos ortodoxos. Allá van hombres y mujeres en días diferentes para no
mezclarse, nunca juntos. Está cercada por un muro de madera y separada del
resto de playas. Si alguna vez escucháis que no se pueden poner puertas al mar,
pensad que los israelíes ortodoxos ya lo han hecho. ¡Dios mío! Desde el otro
lado (en esta tierra, siempre hay alguien frente a ti), se los podía observar.
Había mucha gente, bastante amontonada, cosa que hacía la situación más absurda
aún. También se veía que algunos se bañaban vestidos, con pantalón corto y
camiseta. Los miércoles la playa está reservada para los hombres: lunes,
miércoles y viernes. Las mujeres pueden ir martes, jueves y domingo. El sabbath
es el día sagrado y es dedicado a la oración y el recogimiento. Cuando
volvíamos, algunos salían después de su zambullida purificadora. Se veían
hombres acompañados de sus hijos varones, todos vestidos con la prescriptiva
indumentaria judía. Este es el país de la segregación. ¡Cómo les gustan los
muros! De verdad que no lo entiendo.
Antes
de la playa Nordau, se encuentra la playa Metzinzim donde hay muchas familias. Se
asemeja a nuestras playas: una bahía de agua tranquila con bares y chiringuitos
muy cerca de la playa. También hay un área para que jueguen los niños. Al fin y
la cabo, estamos en el otro extremo del Mediterráneo, el Mare Nostrum. En verano, los viernes por la tarde también organizan
fiestas en la playa. He pensado que en Jerusalén este día ya celebran la
víspera del sabbath. El nombre de esta playa es el de una comedia de los años
setenta, Hof Metzitzim. Su traducción
es ‘playa del mirón’. Y eso hemos hecho nosotras, mirar.
Hemos
seguido caminando por un carril para bicicletas y peatones que bordeaba el mar,
a un lado, y el parque de la Independencia, al otro. Esta zona de esparcimiento
está llena de prados para correr y comer con la familia y los amigos. Es
habitual encontrar celebraciones infantiles de cumpleaños los fines de semana.
La playa que se encuentra junto a la de Nordau es la Hilton Beach o playa gay.
Recibe este nombre porque el hotel Hilton está allí mismo. Se divide en tres
partes: la playa donde los surfistas practican este deporte, al sur; la playa
para homosexuales, no oficial, de Tel Aviv, situada en medio; y la playa de los
perros, al norte, la única de la ciudad donde se admiten canes. ¿Adivináis en
cuál nos hemos quedado?
Los
perros corrían despreocupados y contentos por la orilla, entrando y saliendo
del agua, atendiendo a la llamada de sus dueños o buscando los juguetes o
pelotas que les lanzaban. Los había de todos los tamaños, pero todos tenían en
común la expresión risueña y juguetona. He pensado que los perros son niños
toda su vida, por eso nunca guardan ningún rencor en su corazón, por eso saben
disfrutar del momento presente de una manera única, por eso son la máxima
expresión de la lealtad y el afecto. Había un chica joven en biquini con un
pitbull color marrón, jugando con él y con todo aquel perro que se acercara
para formar parte.
Hemos
estado un buen rato disfrutando del espectáculo canino y participando del juego
con nuestra mirada que corría y ladraba también arriba y abajo. De vez en
cuando, algún amigo con cuatro patas se acercaba y podíamos conversar un poco.
Cuando hemos iniciado el camino de regreso, un humano intentaba quitar la arena
del pelo de su amigo con una manguera que había para estos menesteres. Tenía
trabajo por delante. También hemos observado unos excrementos a la orilla del
agua de los cuales el humano irresponsable ha pensado que, ya que era materia
orgánica, mejor que se disolvieran en el Mediterráneo.
Hemos
buscado un lugar donde poder comprar alguna cosa para cenar y hemos encontrado
uno donde había ensaladas de quinoa, lechuga o lentejas y diferentes bocadillos
con pan de molde. Una chica nos ha atendido muy amablemente y nos ha hecho
sentir seres humanos amados. Con paciencia hemos acometido la ensalada
interminable. Hemos reído porque parecíamos ovejas rumiando hierba y me ha
venido a la mente aquel salmo de la recopilación de David: El Señor es mi pastor: nada me falta. En verdes praderas me hace
recostar, me conduce hasta fuentes tranquilas, y repara mis fuerzas.
Miércoles, 28 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero
Una vez más, gracias Begoña.
ResponderEliminarTus relatos se leen sin sentir. Se devoran como si estuvieras viviendo el devenir del relato. Al terminar la lectura te quedas dudando si te has dormido o si te has encontrado con una pared infranqueable que te impide seguir adelante.
¿Cuando teneis planificado el próximo viaje?.
Es broma.
Víctor, espero haber acabado esta crónica para el siguiente viaje... Pero aun de eso dudo... ;-)
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