domingo, 19 de enero de 2025

CASTING LEAR

Asistir a una representación de Casting Lear deja un impacto difícil de olvidar. Este experimento teatral arriesgado, como lo ha definido Juan Mayorga, es toda una experiencia estética y terapéutica. Por eso es imposible desprenderse de la catarsis que supone esta obra cercana a la performance.

 

Casting Lear ha estado en el Teatro de la Abadía de nuevo esta temporada, después de agotar localidades en la anterior y de estar de gira. Andrea Jiménez, directora y autora de esta versión de El rey Lear de Shakespeare, nos plantea una situación insólita. Cada noche presenta a un actor masculino diferente que no sabe qué va a representar, que no conoce el texto ni el montaje del que va a formar parte y se somete a la dirección en vivo y en directo de una joven directora emergente, como la propia Jiménez se define en un momento de la obra. Así, un actor experimentado, de entre cincuenta y sesenta años, con una dilatada carrera interpretativa, se pone en la piel de Lear y recibirá todas las indicaciones interpretativas y de texto a través de un pinganillo. El público tampoco sabe quién interpretará a Lear esa noche hasta unos minutos después de empezada la representación.

 

En el escenario no hay nada, porque esta es una palabra que obsesiona a la joven directora hasta el punto que nos recuerda el número de veces que aparece en el texto shakesperiano. Tampoco hay vestuario ni atrezo. Tan solo hay tres actores: Juan Paños es el apuntador y el conde de Kent, leal servidor que no abandona nunca al rey; el actor varón que debuta esa noche y que interpreta a Lear; y Andrea Jiménez que es la directora, Cordelia, la hija desheredada y repudiada de Lear, y ella misma. El fondo del escenario es negro, el suelo es negro y los tres van vestidos de negro. Con este planteamiento, Andrea Jiménez escribe su particular Carta al padre kafkiana cada noche. El actor interpretará la obra por primera y última vez esa noche creando así una representación única como la vida misma. Es destacable la valentía del actor que se somete a este planteamiento singular, poniendo a prueba algo más que sus dotes interpretativas hasta quedarse desnudo sin más armas que su cuerpo y su persona. Pedro Mari Sánchez fue mi rey Lear y fue el quincuagésimo cuarto actor en someterse a este juego escénico que acabó transformándose en magia. Otros actores que se han puesto en la piel de Lear y en manos de Jiménez han sido Miguel del Arco, Alberto San Juan, Pedro Casablanc, Andrés Lima, Joaquín Notario, Pere Ponce… (y un largo etcétera).

 

¿Por qué hace esto Andrea Jiménez? Casting Lear es un ejercicio de autoficción en el que la directora, una nueva Cordelia, revisa el texto y las motivaciones de cada personaje, del padre Lear y su hija menor, para indagar y penetrar en lo que más miedo le/nos da. Porque Andrea Jiménez también se despoja de cualquier atributo teatral (paradójicamente a través de este artefacto escénico perfectamente sincronizado) y nos muestra sus heridas: ella es Cordelia, porque su padre es un Lear que “nunca ha entrado en un teatro” y jamás aceptó que su prometedora e inteligentísima hija se dedicara a la farándula. Y, por eso, cada noche toma un padre distinto para conversar con él e intentar comprehender el significado del verbo perdonar. Lo que no se imaginaba Jiménez cuando empezó este viaje teatral (o quizás sí) es que iba a desnudar también a un público que vive con ella la catarsis de su herida. ¿Cómo y por qué? Porque con casi nada consigue que el espectador también contemple y sienta sus propias laceraciones.

 

Quien haya tenido la tentación de calificarlo como un pasatiempo narcisista o exhibicionista (seguramente nadie lo cuestionaría si fuera un hombre quien hiciera esta obra teatral), no entiende el camino terapéutico que conduce a presentar una propuesta como esta, una desnudez que pretende reparación y cuya finalidad es comprender lo sucedido para poder afrontar el futuro sin mirar atrás. Jiménez se desarma con sus mejores herramientas –el teatro y un clásico que ha leído, analizado y estudiado de forma obsesiva y que ahora revisita y autoficciona; desconcierta a un actor de prestigio al que somete a su deporte favorito, el tenis, y le hace sentir lo desvalidos que estamos y somos; y descoloca y abruma a un público que acaba mirando hacia su sima interior y comprendiendo el propósito de esa audición. Porque la vida, como Casting Lear, es un ensayo que solo ocurre una única vez pero que, sin embargo, nos esforzarnos en entenderla y en construir algo bello con ella. Andrea Jiménez, francamente, lo ha conseguido. Gracias, Andrea, por Casting Lear.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 

 


 

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