domingo, 30 de julio de 2023

CARMINA BURANA

S’apaguen les llums i comença l’espectable. El pati de butaques esdevé un bosc i les llotges emulen les copes dels arbres. Apareixen aleshores cuques de llum voluptuoses i sinuoses la dansa de les quals hipnotitza. La música comença a sonar. Intuïm els músics a l’escenari, a través d’un vel poètic que ennuvola la nostra mirada però que obri els nostres porus a la rosada de les notes musicals. La directora d’orquestra dóna l’esquena al públic. No obstant això, és la mestra de la cerimònia que tot just comença. La sentim present, molt present, tant que en un moment ens mira, ens dirigeix i ens invoca al delit. 

 

El cor de veus masculines i femenines ens envolta abans de prendre l’escenari. La primera solista femenina ens convoca al festí orgiàstic i musical que celebraran i al qual estem convidats. A poc a poc, la partitura de Carl Orff pren cos i el goig i el gaudi dels Goliards impregna l’aire, flota en l’ambient i arriba als nostres pulmons. Sobre l’escenari un cilindre de vuit metres de diàmetre que envolta literalment els músics, mentre les imatges ens traslladen a una lluna gegant, al desgel, a un èxtasi floral o a una verema.

 

Els Goliards, aquells clergues vagabunds i murris del segle XIII, ens ensenyen la seua filosofia de vida, de la l’alegria de viure, la de gaudir dels sentits sense embuts. El Carmina Burana és un cant a la vida dissipada i, per això, ens duen a la taverna amb ells, ens pengen de grues i ens submergeixen en vi, aigua i foc, perquè a la vida hem vingut a tacar-nos. Soprano, tenor i baríton ens sedueixen amb les seues veus, ens arrosseguen a la desmesura i al plaer sense pal·liatius.

 

Carl Orff va crear aquesta cantata entre 1935 i 1936 musicant un conjunt d’escrits dels goliards medievals. Saltem en el temps i ens plantem al segle XIII, època amb més llums que ombres a diferència del que els programes educatius s’han entestat en dir-nos. El riure, el joc, el plaer dionisíac esdevé escola de vida. Segle XIII i XX es donen la mà. Tornem als anys 70 del segle que vam deixar enrere amb La fura dels baus. Innovació teatral i experimentació emanen de l’espectable que proclama que vol ser total. Ens elevem i freguem el cel amb el tou dels dits quan sona  “O Fortuna”, aquella deessa capritxosa que ens porta i ens trau i que ha estat propícia per què gaudim d’aquest moment màgic i bàquic. La soprano, ésser mitològic, proclama el triomf de la sensualitat, s’enlaira, ens ix al camí, i ens condueix a l’encontre de la fortuna de la vida. Carpe diem!

 

Begoña Chorques Fuster

Professora que escriu

 


 

domingo, 23 de julio de 2023

EL SUEÑO DE LA RAZÓN

Reconozco que no había visto nunca representada la obra El sueño de la razón. Reconozco que tampoco la había leído, aunque hace años que me refiero a ella en clase al hablar del teatro de Antonio Buero Vallejo. Esta, considerada uno de sus dramas históricos, junto a Las meninas sobre Velázquez o Un soñador para el pueblo, texto que trata el motín de Esquilache, ha sido considerada como una de sus obras “menores”. Calificativo que no entiendo muy bien después de ver el montaje y la adaptación de José Carlos Plaza en el Teatro Español de Madrid. La obra fue estrenada el pasado septiembre en el Teatro Principal de Zaragoza como homenaje al protagonista, Francisco de Goya y Lucientes.

 

El sueño de la razón es una obra que Buero escribió en 1970, cuyo título hace referencia al grabado goyesco El sueño de la razón produce monstruos. En esta obra, los nombres de Goya y Buero Vallejo se unen en la defensa de los ideales ilustrados y del racionalismo. No es de extrañar ya que Buero estaba más inclinado a la pintura que a la escritura en su juventud. La obra está centrada en los últimos años de Goya antes de marchar a Burdeos exiliado. La trama está ambientada en el Madrid de 1823, momento en el que Fernando VII restaura el absolutismo e inicia una dura represión contra los liberales. Goya, que se resiste a abandonar su país, desatiende los consejos de sus allegados que lo intentan convencer de que huya a Francia porque peligra su vida. Goya se mantiene leal a sus convicciones, sufriendo el estigma de ver marcada la puerta de su casa con una cruz por liberal y afrancesado.

 

No se trata de un texto sencillo ya que, como Buero hiciera con la ceguera en En la ardiente oscuridad o El concierto de San Ovidio, toma la discapacidad física de Goya en sus años finales para presentarlo como un hombre aislado del mundo y de su entorno por la sordera. Pero, si el ciego puede ver con la luz de su consciencia lo que los videntes no podemos, la sordera de Goya le permite interpretar los signos de los tiempos y plasmarlos en sus pinturas, aunque no sea capaz de percibir la amenaza hacia su persona. Fernando Sansegundo encarna al pintor de Fuentetodos con la solvencia que le da una vida dedicada al teatro. Interpreta un Goya creíble, lúcido, cascarrabias, noble, con arrebatos machistas… La adaptación de José Carlos Plaza integra de forma natural, comprensible y muy didáctica el lenguaje de signos con el que Leocadia Zorrilla, su amante y ama de llaves, se dirige a él. Ana Fernández encarna a la protagonista femenina, mujer vital, inteligente y pasional, de forma magnífica, con el pragmatismo femenino que este no siempre sabe reconocer y consciente de que acabará llevándose la peor parte del conflicto, como así acaba ocurriendo.

 

Buero toma una época de España en la que cerrazón, caciquismo y sinrazón vuelven a tomar la iniciativa. Nos muestra un Fernando VII que borda mientras toma decisiones sobre la vida de otras personas. Es un monarca de voz aflautada con ecos caudillistas. Buero escribe esta obra cuando el régimen franquista está agotando su tiempo, pero aún tiene la determinación de llevarse por delante a todo aquel que cuestione su poder para perpetuarse. Y solo con la habilidad de Buero a la hora de tratar los temas consigue soslayar la censura, ese monstruo agazapado que se resiste a no mostrar sus garras.

 

El sueño de la razón es un grito contra la intolerancia y la afirmación de que la creatividad y el espíritu de libertad son esenciales para incentivar el conocimiento y la felicidad del ser humano. La obra nos muestra dos épocas distintas de la historia de España donde se imponen la represión y la censura. Es la España de siempre condenada al ostracismo y la incultura. Parece como si el año de esta puesta en escena lo fuera a ser también. Parece que esta vez podemos impedirlo.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

 

 


domingo, 16 de julio de 2023

LOS SANTOS INOCENTES

A mandar, que para eso estamos”. Sin duda, Los santos inocentes ha sido uno de los montajes teatrales del año. Después de estar girando todo el año por España llegó esta primavera a las Naves del Español en Madrid con éxito de público. Ha sido Premio Talía a mejor espectáculo y mejor actor de reparto (Luis Bermejo). Agotó entradas todos los días de la representación y no defraudó. Las expectativas eran altas. En primer lugar, por el texto que adapta de nuestro universal Miguel Delibes, una de las novelas más importantes del siglo XX. ¿Qué quieren que les diga? Cuanto más leo a Delibes, más me gusta, más comedido y diestro en el uso de la sintaxis y de la palabra me parece. ¡Tenemos tanto que aprender de él! Delibes es probablemente el autor más adaptado al cine y al teatro de la Literatura española e intuyo que esto se debe a su habilidad para captar los matices y la complejidad de la España que le tocó vivir, país de injusticias y desigualdades que mostró sin hacer juicios de valor, ya que la realidad ya habla por sí misma si la sabemos escuchar. Por eso, Delibes es y será un maestro. 

 

“A mandar, que para eso estamos”. El montaje teatral se ha querido separar de la adaptación cinematográfica que Mario Camus hizo en 1984 y que ya es un referente de nuestro cine. Con un precedente de tal calidad, era una tarea complicada. Sin embargo, Fernando Marías y Javier Hernández-Simón lo han conseguido en la adaptación del texto al teatro. Sin duda, la elección de escenas ha sido unos de los aciertos. Hernández-Simón lo ha hecho asimismo en la dirección, a la hora de manejar el lenguaje escénico con una escenografía sencilla pero sugerente, capaz de ir más allá de los objetos que hablan también y un juego de luces –casi un personaje más– y música acertados.

 

“A mandar, que para eso estamos”. Con Alfredo Landa (Paco el Bajo), Terele Pávez (Régula), Paco Rabal (Azarías) y Juan Diego (el señorito Iván) en la memoria, la elección de los actores era incluso el punto más comprometido de la adaptación al teatro. Javier Gutiérrez (Paco el Bajo) demuestra por qué es uno de los actores actuales con más proyección y Luis Bermejo (Azarías) ya ha dado muestras de sobra del gran actor teatral que es (Los que hablan). Los grandes actores se fraguan y aquilatan en las tablas; Pepa Pedroche (Régula) es un ejemplo prototípico de esto último que he afirmado. La sorpresa ha sido un Jacobo Dicenta soberbio (nunca mejor dicho) en el papel del Señorito Iván. Póker de ases: apuesta segura.    

 

“A mandar, que para eso estamos”. Es la letanía aprendida, repetida y asumida por Paco el Bajo y su mujer Régula; cantinela que transmiten a sus hijos con el ejemplo y con su actitud rastrera y que los jóvenes se resisten a aceptar. Paco el Bajo, en su ignorancia, sabe que la única oportunidad que tienen sus hijos de huir de un sistema de explotación, casi esclavista, es el acceso a la educación. Pero también eso se les niega. Con que sepan hacer su autógrafo ya basta para exhibirlos delante de un embajador extranjero. Régula y Paco el Bajo saben que son una posesión unida a la tierra, que su nacimiento como siervos marca su destino vital y, por eso, Paco se comporta como el perro fiel y servil que es, incapaz de rebelarse contra su amo que no respeta su dignidad animal. Gracias a Dios que existe el simple Azarías que se caga en todo lo cagable y en cuya animalidad reside la grandeza de su humanidad. “A mandar, que para eso estamos”.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

domingo, 9 de julio de 2023

EL PROCÉS

Ningú no surt indemne de El procés. Ni de la lectura d’aquesta novel·la de Kafka, ni de l’adaptació teatral que Ernesto Caballero ha realitzat i que s’ha pogut veure aquesta temporada al Teatro María Guerrero de Madrid. Gràcies a la paraula no complida del seu amic Max Brod a qui Kafka va demanar que destruís la seua obra inèdita quan ell morís, podem submergir-nos i bussejar al profund i genuí oceà kafkià.

 

Un matí dos funcionaris es presenten a la pensió on viu el gerent bancari Josef K. (Carlos Hipólito) per comunicar-li que se li ha obert un procediment judicial la causa del qual desconeixen. Li informen que ha de presentar-se als jutjats per aclarir la seua situació. A partir d’aquell moment, la vida de K. queda atrapada en un contrasentit i en un embull burocràtic l’eixida del qual no és capaç de percebre.

 

Un oncle de K. li ofereix la seua ajuda i el posa en contacte amb un advocat amic seu que, tot i que està malalt i al llit, es fa càrrec de la seua defensa. No obstant això, les gestions del lletrat Huld no donen fruit i K. decideix acomiadar-lo i fer-se càrrec de la seua pròpia defensa. Aleshores es posa en contacte amb el pintor Titorelli, ben relacionat amb els tribunals per ser retratista de jutges, però aquest no li garanteix una sentència absolutòria, tan sols un ajornament gairebé indefinit de la causa. Per últim, abans del desenllaç, K. manté una apassionada conversació amb el capellà de la presó (Alberto Jiménez). Així es presenta un món de buròcrates abusius, que es mouen entre la fantasia i la irrealitat, tocant l’oníric, molt més viu i més complex que l’anomenat món real.

 

La frustració de K. davant la impossibilitat d’esbrinar qualsevol informació sobre el seu procés va en augment. Passa del desinterès o la despreocupació a l’obsessió i la impotència. La perplexitat de K. enfront la inseguretat jurídica és també una metàfora sobre la incertesa de l’ésser humà en un món que no li ofereix cap certesa. Avui més que mai ho sabem. Davant la pèrdua de tot sentit de transcendència, tanmateix, seguim conservant un sentiment de culpa, quasi original, quasi intrínsec a la nostra condició humana. I Franz Kafka, genial en la seua percepció visionària, capta amb mestratge la nostra confusió al laberint del món actual que amb prou feines ofereix respostes. El personatge de Kafka és un ésser que no accepta el procés, perquè no vol viure en allò obert, en la incertesa, perquè se li ha oblidat l’essencial, la validesa i per què són imprescindibles el límit i la forma.

 

"Els judicis són representacions teatrals i a l’inrevés”, ens diu el director del muntatge la posada en escena del qual s’inspira en el relat que el personatge del capellà de la presó li conta a K. al penúltim capítol de la novel·la. Es tracta de la història d’un reu que va romandre tota la vida a les Portes de la Justícia tractant infructuosament de franquejar-les fins morir en l’intent. De bell nou, la metàfora parla de les nostres pors i limitacions a l’hora de comprendre el nostre pas per aquest món com li ocorre a K. Per això, un laberint de mampares mòbils, transparents ens suggereixen els diferents llocs on passa l’acció. L’eloqüència escenogràfica es posa al servei d’un cor kafkià que s’allotja a l’escenari i que pretén esdevenir un tribunal. Aquest cor, de forma col·lectiva i del qual també forma part el públic, jutja a K. Però nosaltres, en última instància, també som K. I no sabem gairebé res del nostre pas per aquesta obra de teatre. Josef K. és el símbol de l’ésser humà eternament condemnat, ja que és culpable d’un pecat original, el d’haver nascut. A més, hem d’afegir la vergonya de romandre vius, perquè “la sentència no es dicta d’una vegada, el procediment va esdevenint lentament sentència”. Estar en procés implica el fet evident d’ésser culpable. Davant la Llei tothom és culpable.

 

Ningú no surt indemne de El procés, perquè ningú no surt viu d’aquesta vida. “Com un gos”.

 

Begoña Chorques Fuster 

Professora que escriu

 


 

domingo, 2 de julio de 2023

CARMINA BURANA

Se apagan las luces y comienza el espectáculo. El patio de butacas se convierte en un bosque y los palcos emulan las copas de los árboles. Aparecen entonces luciérnagas voluptuosas y sinuosas cuya danza hipnotiza. La música comienza a sonar. Intuimos a los músicos en el escenario, a través de un velo poético, que nubla nuestra mirada pero que abre nuestros poros al rocío de las notas musicales. La directora de orquesta da la espalda al público. No obstante, es la maestra de la ceremonia dionisíaca que justo empieza. La sentimos presente, muy presente, tanto que en un momento nos mira, nos dirige y nos invoca al deleite.

 

El coro de voces masculinas y femeninas nos envuelven antes de tomar el escenario. La primera solista femenina nos convoca al festín orgiástico y musical que van a celebrar y al que estamos invitados. Poco a poco, la partitura de Carl Orff toma cuerpo y el goce y el disfrute de los Goliardos impregna el aire, flota en el ambiente y llega a nuestros pulmones. Sobre el escenario un cilindro de ocho metros de diámetro que envuelve literalmente a los músicos, mientras las imágenes nos trasladan a una luna gigante, al deshielo, a un éxtasis floral o a una vendimia.

 

Los Goliardos, esos clérigos vagabundos y pícaros del siglo XIII, nos enseñan su filosofía de vida, la de la alegría de vivir, la de gozar de los sentidos sin tapujos. El Carmina Burana es un canto a la vida disipada y, por eso, nos llevan a la taberna con ellos, nos cuelgan de grúas y nos sumergen en vino, agua y fuego, porque a la vida hemos venido a mancharnos. Soprano, tenor y barítono nos seducen con sus voces, nos arrastran a la desmesura y al placer sin paliativos.

 

Carl Orff creó esta cantata entre 1935 y 1936 musicando un conjunto de escritos de los goliardos medievales. Saltamos en el tiempo y nos plantamos en el siglo XIII, época con más luces que sombras a diferencia de lo que los programas educativos se han empeñado en decirnos. La risa, el juego, el placer dionisíaco se convierten en escuela de vida. Siglo XIII y XX se dan la mano. Retornamos a los años 70 del siglo que dejamos atrás con La fura dels baus. Innovación teatral y experimentación emanan del espectáculo que proclama que quiere ser total. Nos elevamos y rozamos el cielo con la yema de los dedos cuando suena “O Fortuna”, esa diosa caprichosa que nos lleva y nos trae y que ha sido propicia para que gocemos de este momento mágico y báquico. La soprano, ser mitológico, proclama el triunfo de la sensualidad, se encumbra, se sitúa a nuestro alcance, y nos lleva al encuentro de la fortuna de la vida. Carpe diem!

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe