domingo, 26 de abril de 2020

TRABAJADORES ESENCIALES

Los trabajos peor remunerados, con peor consideración social muchas veces, aquellos para los que no es necesaria una titulación universitaria, aquellos puestos de trabajo que primero se destruyen cuando vienen mal dadas han resultado ser los más esenciales en esta crisis sin precedentes. Ellos son el personal de limpieza, los reponedores de los supermercados, los transportistas, los trabajadores de la industria alimentaria y su logística, los ganaderos, las cajeras, el personal de residencias de mayores y enfermos, los agricultores, los que recogen nuestros residuos… Todas estas personas salen cada mañana de su casa, para ellos no hay confinamiento que valga, a trabajar para que no falte de nada en nuestros frigoríficos y despensas y para que la suciedad no nos devore. En muchos casos, su trabajo es invisible. Se da por hecho. Por eso hemos vivido tanto tiempo ignorándolo, habitando como si no fuera necesario, esencial. La próxima vez que hagan una de esas peligrosas salidas al supermercado, cada vez que tomen un producto de las estanterías en sus manos enguantadas en nitrilo, piensen en la cantidad de trabajadores esenciales que han hecho posible que ese alimento llegue a su cesta de la compra. La mayoría de ellos no se plantean hacer otra cosa porque es su empleo, su obligación, la manera en que se ganan la vida, con lo que pagan la hipoteca de su casa, las facturas y dan de comer a sus hijos, pero el resto sí debiéramos mostrar el reconocimiento necesario a la labor imprescindible que están realizando para que el resto nos quedemos en casa, muchos de nosotros teletrabajando confortablemente desde el salón de nuestros hogares.

A todos estos trabajadores se une un colectivo, más precario aún, ya que no puede teletrabajar, que ha debido permanecer en su casa en su inmensa mayoría y que carece de casi todos los derechos laborales porque pertenece a la economía sumergida: las señoras de la limpieza (porque todas ellas son mujeres) que mantenían adecentadas nuestras casas mientras nosotros salíamos a trabajar a nuestros empleos importantes, cualificados, no esenciales. ¿Estamos protegiendo a este sector vulnerable pagando durante el confinamiento, en la medida de nuestras posibilidades, el trabajo que desempeñan y que no siempre hemos apreciado lo suficiente? Quizás sea el momento de demostrarles el valor que su trabajo tiene en nuestro día a día, de mostrarnos humanos y sensibles con aquellas que no tienen la suerte de recibir su salario íntegro sin salir de casa. Pero no se engañen: no es caridad, es justicia social.

Todo esto no debiéramos olvidarlo una vez haya pasado la pandemia y podamos ir volviendo poco a poco a la nueva normalidad que nos espera. Todos somos necesarios en el engranaje colectivo que es nuestra sociedad, pero ha quedado en evidencia que ningún trabajo cualificado (acaso el de los sanitarios y científicos) puede ahora sustituir la labor de estos trabajadores no cualificados. Una vez más la realidad se impone al lenguaje para darnos con la semántica en toda la boca de nuestra arrogancia. Quizás los economistas debieran cambiarles la etiqueta en el tejido productivo y llamarles por el nombre de lo que han demostrado ser: trabajadores esenciales.  

Begoña Chorques Fuster
 Profesora que escribe
Viñeta de Andrés Faro



domingo, 19 de abril de 2020

NI HEROIS, NI SOLDATS

Sembla mentida però ja fa setmanes que cada dia a les vuit eixim als nostres balcons i finestres, per reconèixer amb els nostres aplaudiments la tasca titànica que els nostres sanitaris estan duent a terme per vèncer aquesta pandèmia. Des de diverses instàncies, se’ls lloa i pondera amb el qualificatiu d’herois perquè estan treballant amb una limitació extrema de recursos materials i humans. Certament, la seua actitud és, si més no, heroica, però hauríem d’advertir del perill que tanca aquest adjectiu. En cas contrari, quan tot aquest malson acabe, el magnífic i ingent treball que aquests professionals han realitzat al llarg d’aquests mesos quedarà com una proesa pròpia d’un cantar de gesta.

El personal sanitari està format, sobretot, per professionals dels seu ofici que a més és un dels més importants que hi ha: la cura de la salut, de la nostra salut. El treball que desenvolupen aquestes persones hauria d’ésser reconegut i respectat tot l’any; i la millor manera de respectar la feina que algú fa és dotar-la de mitjans imprescindibles, especialment, si aqueixes persones s’estan jugant la salut per salvar vides. Però cal proveir-los del material necessari sempre, no sols ara o el temps que es perllongue aquesta emergència sanitària. Cal abastir els nostres hospitals i centres de salut dels materials i instruments requerits perquè aquestes persones puguen fer la seua feina amb solvència i rigor. I encara no haurem fet prou: si volem que un treballador senta que seua comesa és valorada, el millor que podem fer és oferir-li unes condicions laborals justes i ben remunerades. Que tot això no es compleix fa molt que venen denunciant-ho els sanitaris. ¿Quants dels metges, infermers, tècnics i auxiliars que estan en primera línia es troben en una situació laboral d’interinitat? Les dades probablement ens esglaien tant com els d’aquesta pandèmia.

Hem de tenir memòria i recordar la important tasca de mobilització social que, durant anys, la marea blanca va desenvolupar per denunciar la privatització de la nostra sanitat pública i el seu desmantellament. Ells van ser més tenaços i persistents que els docents amb la marea verda, però he de dir amb certa amargor que les seues conquestes socials per tal que es frenés la privatització del sistema públic de salut van venir per part de les resolucions judicials. Ni els ciutadans amb el nostre vot, ni les protestes sociasl al carrer van aconseguir revertir un procés de concerts i externalitzacions que ha mostrat, d’una manera vergonyosa i dramàtica, les seues mancances i limitacions. Quan tot açò passe, la ciutadania hauria d’exigir als seus governants la inversió suficient per restablir una sanitat pública digna i dotada de mitjans, amb professionals suficients i ben remunerats. Ho farem?

També se’ls ha vogut qualificar com a soldats, però no ho són de cap exèrcit, ni ells ni nosaltres. Amb les referències a la guerra i la utilització de comparacions bèl·liques, hauríem d’advertir que potser estem deixant pas a un reforçament de posicions autoritàries, com manifesta el filòsof Josep Ramoneda. Tots, els sanitaris i la resta, som ciutadans fent el que humanament podem (ells molt més que nosaltres) per aconseguir que aquesta corba s’aplane i que es salven el major nombre de vides possible. Si som capaços de ser conscients de la importància del nostre paper en aquesta lluita col·lectiva, imitant l’esperit dels japonesos, sabrem que, quan tot açò acabe, serà possible arbitrar una eixida social i solidària que defense el que és de tots i que no deixe ningú enrere. 

Begoña Chorques Fuster
Professora que escriu
Il.ustració de l'artista Paco Roca Chorques





domingo, 12 de abril de 2020

NI HÉROES, NI SOLDADOS.

Parece mentira pero ya hace semanas que cada día a las ocho salimos a nuestros balcones y ventanas, para reconocer con nuestros aplausos la labor titánica que nuestros sanitarios están llevando a cabo para vencer esta pandemia. Desde diversas instancias, se los alaba y pondera con el calificativo de héroes porque están trabajando con una limitación extrema de recursos materiales y humanos. Ciertamente, su actitud es, cuanto menos, heroica, pero debiéramos advertir del peligro que encierra este adjetivo. De lo contrario, cuando toda esta pesadilla pase, el magnífico e ingente trabajo que estos profesionales han realizado a lo largo de estos meses quedará como una hazaña propia de un cantar de gesta.

El personal sanitario está compuesto, ante todo, por profesionales de su oficio que además es uno de los más importantes que hay: el cuidado de la salud, de nuestra salud. El trabajo que desempeñan estas personas debería ser reconocido y respetado todo el año; y la mejor manera de respetar la tarea que alguien hace es dotarla de los medios imprescindibles, especialmente, si esas personas se están jugando su salud para salvar vidas. Pero hay que proveerlos del material necesario siempre, no solo ahora o el tiempo que dure esta emergencia sanitaria. Hay que abastecer nuestros hospitales y centros de salud de los materiales e instrumentos requeridos para que estas personas puedan hacer su trabajo con solvencia y rigor. Y aún no habremos hecho suficiente: si queremos que un trabajador sienta que su cometido es valorado, lo mejor que podemos hacer es ofrecerle unas condiciones laborales justas y bien remuneradas. Que todo esto no se cumple hace mucho que vienen denunciándolo los sanitarios. ¿Cuántos de los médicos, enfermeros, técnicos y auxiliares que están en primera línea se encuentran en una situación laboral de interinidad? Los datos probablemente asusten tanto como los de esta pandemia.

Debemos tener memoria y recordar la importante labor de movilización social que, durante años, la marea blanca desarrolló para denunciar la privatización de nuestra sanidad pública y su desmantelamiento. Ellos fueron más tenaces y persistentes que los docentes con la marea verde, pero tengo que decir con cierta amargura que sus conquistas sociales para que se frenara la privatización del sistema público de salud vinieron de parte de las resoluciones judiciales. Ni los ciudadanos con nuestro voto, ni las protestas sociales en la calle consiguieron revertir un proceso de conciertos y externalizaciones que ha mostrado, de una manera vergonzante y dramática, sus carencias y limitaciones. Cuando todo esto pase, la ciudadanía debería exigir a sus gobernantes la inversión suficiente para restablecer una sanidad pública digna y dotada de medios, con profesionales suficientes y bien remunerados. ¿Lo haremos?

También se les ha querido calificar como soldados, pues no lo son de ningún ejército, ni ellos ni nosotros. Con las referencias a la guerra y la utilización de comparaciones bélicas, deberíamos advertir que quizás estamos abriendo paso a un refuerzo de posiciones autoritarias, tal y como manifiesta el filósofo Josep Ramoneda. Todos, los sanitarios y el resto, somos ciudadanos haciendo lo que humanamente podemos (ellos mucho más que nosotros) para conseguir que esa curva se aplane y que se salven el mayor número de vidas posible. Si somos capaces de ser conscientes de la importancia de nuestro papel en esta lucha colectiva, imitando el espíritu de los japoneses, sabremos que, cuando todo esto acabe, será posible también arbitrar una salida social y solidaria que defienda lo que es de todos y que no deje a nadie atrás.

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Imagen extraída de la red


domingo, 5 de abril de 2020

UNITS, PERÒ SEPARATS

La paraula que millor ens defineix és desconcert. Podríem unir-la a incertesa, desassossec i perplexitat i encara no acabaríem d’explicar l’estat en què ens trobem. Vivim en un estat d’alarma decretat fa dues setmanes i, amb la certesa que el nostre confinament durarà, almenys, uns altres quinze dies. Hem presenciat, de sobte, com la nostra societat ha pegat una frenada tan gran que el dibuix del neumàtic de les nostres vides ha quedat marcat a l’asfalt del nostre fràgil món. Com a supervivents d’un accident mortal, encara ens despertem incrèduls fantasiejant amb la idea que anit somniàvem que vivíem tancats a les nostres cases.

I en tan sols dues setmanes, tot ha canviat. A la sensació d’estranyesa es summa que la nostra vida quotidiana més immediata, aquella que pertany al nostre àmbit més privat, la nostra llar, roman gairebé intacta, mentre les notícies demolidores que ens arriben de l’exterior ens anuncien que el nostre món sembla caure a trossos. La pregunta que em faig és si vull que quelcom canvie dins meu després de viure aquesta experiència que mai no imaginàrem sofrir o preferim lamentar-nos pel que vàrem perdre i ja no tornarà a ser igual. Tinc la impressió que aquest confinament pot treure el millor i el pitjor de nosaltres com a éssers humans. Ja ho estem veient.

Algun lector pensarà que aquest és un article escrit des de la resiliència acomodada o l’aburgesament obscè. M’estime més la primera que el segon. I és veritat: no tots els confinaments són iguals. Pense en aquelles llars on es respira la violència i el desencís, en aquells on la incertesa econòmica arriba a ser anguniosa, en les persones que, com la meua mare que va complir anys aquesta setmana, el passen en soledat, en les famílies dels sanitaris, empleats de supermercats, camioners, etc. que ixen a posar-hi el coll, en aquells que senzillament no tenen casa, en els que viuen amuntegats a pisos patera, en aquells que s’avorreixen com ostres i es pugen per les parets perquè no tenen res a fer. És veritat, no tots els confinaments són iguals. Ho sé perquè estic confinada a un minipis de trenta metres quadrats sense vistes al carrer, compartint aquest espai amb una altra persona. I, tanmateix, crec que podem obrir les nostres finestres interiors per asomar-nos cap el que hi ha dins, per gaudir d’allò viscut, d’allò conreat, d’allò llegit, d’allò viatjat que ara ens pot nodrir i fer-nos sentir vitals, calmats i esperançats, malgrat tota la inquietud.

La situació és dramàtica, especialment als hospitals. Potser hauríem de reflexionar i fer autocrítica tots. Quantes vegades hem relativitzat l’impacte en la salut d’aquest virus que s’acarnissa especialment amb els més vulnerables, els nostres avis? Ho hem fet de manera gairebé pornogràfica, comparant-lo amb una grip comú, al·legant que afectava a persones d’edat amb patologies prèvies, com si no importaren i sentint-nos fora de perill. Parafrasejant a l’antropòloga Margaret Mead, un col·lectiu que no ajuda els seus membres més febles no mereix el nom de civilització. Hem criticat i qüestionat per excessives i sobreactuades les primeres mesures preses fa setmanes i, tanmateix, encara alguns es senten venjadors dels balcons que ixen a escridassar a qui passeja a la seua mascota o camina amb el seu fill autista. També em resulta sorprenent la lleugeresa amb què es critica tot el que les persones responsables de gestionar aquesta crisi sense precedents fan. Tan bons gestors som de les nostres existències? Ha estat el nostre comportament tan irreprotxable i modèlic al llarg d’aquesta crisi? Temps hi haurà d’analitzar els errors comesos i les alertes infravalorades. Temps hi haurà en què, amb el nostre vot, podrem decidir qui ha estat més a prop de donar la talla política que aquesta crisi sanitària i humanitària es mereix. Temps hi haurà de decidir si volem votar a qui defensa la sanitat pública de manera decidida o a qui s’ha entestat a fer de la nostra salut un negoci durant dècades. Temps hi haurà d’avaluar si el nostre comportament depredador amb el planeta mereix un fre i aprenem que és possible habitar-lo d’una altra manera. Temps hi haurà de tot això i de tornar a tirar-nos els plats pel cap per demostrar-nos que estem vius. Temps hi haurà. Ara és temps de reflexió i de romandre units en allò més genuí que tenim: la nostra condició humana que ha de fer-nos solidaris, comprensius i responsables, més enllà de tota la resta. I hem de fer-ho separats, cadascú a la nostra casa. Units, però separats.  

Begoña Chorques Fuster
Professora que escriu
Cartell de Javier Parra