domingo, 5 de enero de 2025

NADA

Nada es una de las novelas más importantes de la segunda mitad del siglo XX cuya autora vivió con sobresalto el abrumador éxito editorial que supuso ser galardonada con el primer Premio Nadal en 1944 con tan solo veintitrés años. Se han cumplido ochenta años de esta efeméride y hay que destacar que la adaptación que ha estado en cartel en el Teatro María Guerrero de Madrid es un tributo merecido a un texto que refleja de una manera compleja la devastación social y moral que supuso la guerra civil española. Leer Nada es la mejor manera de acercarse a la vida y obra de esta autora que murió en 2004, víctima de una enfermedad degenerativa que barrió su memoria, dejando una novela inédita (Al volver la esquina) y un legado que debe perdurar en el tiempo.

 

La adaptación de la novela Nada de Carmen Laforet al teatro es ya uno de los montajes de la temporada que no debemos perdernos. Es la primera vez que este texto narrativo salta a las tablas y lo ha hecho de la mano de Joan Yago, autor de la brillante obra Breve historia del ferrocarril español, y de Beatriz Jaén, directora de ambos montajes. El resultado es un texto y un montaje muy notables, casi excepcionales si no fuera por el excesivo peso que se da a lo narrativo en detrimento de lo dialógico. No obstante, hay que señalar la dificultad de adaptar una novela al género teatral –la cartelera madrileña se encuentra trufada de ellas en los últimos tiempos– y, más aún, si sobre el mismo se encuentra el peso de la historia de la Literatura de posguerra.

 

Nada cuenta la historia de Andrea que llega a Barcelona en septiembre de 1939, para estudiar su primer año en la universidad, y de las personas que la rodean. Durante el único curso académico que pasa allí, esos personajes se agrupan en torno a dos ámbitos espaciales: la casa familiar en la calle Aribau, cerrado, lúgubre y violento, y el de la universidad y sus amigos, abierto, alegre y juvenil. Ambos espacios opuestos que, al final, se solapan aparecen magistralmente reflejados en la escenografía que amontona muebles, una cama, un piano, una mesa y otros enseres, en el piso inferior, frente a la buhardilla superior en la que vive el tío Román y desde donde se jacta ante Andrea: “¿Tú no te has dado cuenta de que yo os manejo a todos?” El mundo de la universidad penetra en ese ámbito familiar violento a través del coche con el que Andrea y Ena van a la playa los fines de semana y de las lámparas de cristal, ricas y luminosas, que representan a esa burguesía catalana que supo de forma hábil y oportuna alinearse con los vencedores. El diseño de luces, el vestuario reflejo fiel de la época, la música y las proyecciones de vídeo crean esa atmósfera de fascinación, opresión y confusión en la que vive una joven que apenas empieza a entender el mundo que la rodea.

 

La familia de Andrea está sumida en la ruina económica y en el trauma que supuso la guerra. Este lugar representa el pasado y la nula esperanza en el futuro para todos los que allí habitan, incluido el hijo del tío Juan y Gloria, víctima de la violencia que le envuelve y que ni siquiera tiene nombre. El piso de la calle Aribau actúa, pues, como una prisión, mientras que sus compañeros y amigos de la universidad viven de forma expansiva, entre la Vía Laietana, donde reside Ena con su familia, y la calle Montcada, donde tiene el estudio Guíxols.  

 

Júlia Roch, que interpreta a Andrea y le ha otorgado un rostro y una corporeidad que no podremos olvidar ya, da una gran veracidad al personaje interpretándolo con una naturalidad convincente, oscilando entre estos dos mundos que tiran de ella y que no acaba de comprender. El resto del elenco de actores apuntalan la consistencia de este montaje. Destacan Amparo Pamplona que interpreta a la Abuela, víctima también del maltrato y artífice del machismo reinante y con la que, sin embargo, es imposible no empatizar; Carmen Barrantes que nos ofrece una Angustias, tía autoritaria de Andrea, contradictoria y atormentada; Laura Ferrer, que da vida a Gloria, reflejo de que nada es lo que parece; y Peter Vives, magnífico en su papel de Román, seductor y carismático tío de Andrea, capaz de despertar la atracción y el rechazo que este personaje suscita en la novela.

 

Con acierto, Joan Yago ha querido poner de relieve la amistad entre Andrea y su amiga Ena, fundamental en la obra: una relación compleja, confusa, de amistad sincera, cercana al lazo familiar a veces y a la relación amorosa en otras, siempre de difícil definición que acabará prevaleciendo por encima del resto de vínculos. Aunque se trata de una obra no excesivamente extensa, la imbricación de personajes, atmósferas y tramas hace de ella un referente literario irrenunciable. Miguel Delibes afirmó que “Nada es pesimista, pero no desesperanzada” y señala como uno de sus principales méritos “la experiencia de incorporar al lector a la creación”. Ahí es Nada.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

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