domingo, 22 de diciembre de 2024

LUCES DE BOHEMIA

Para María Dolores Amorós y para José Antonio Sánchez Palomo.

Y para todas las profesoras de Literatura que conozco y amo.

 

Luces de bohemia de Valle-Inclán aparece publicada por entregas en el semanario España en el año 1920. En 1924 se publica el libro, con tres escenas añadidas: la II, la VI y la XI. La obra presenta la última noche de la vida de Max Estrella, poeta miserable y ciego, acompañado de su perro lazarillo, don Latino de Hispalis. Valle se inspiró en Alejandro Sawa, coetáneo suyo con circunstancias semejantes al protagonista. La obra es una parábola trágica y grotesca de la imposibilidad de vivir en una España deforme, injusta, opresiva y absurda, porque “nuestra tragedia no es una tragedia.”

 

Así empiezan los apuntes de Bachillerato que desarrollan un estudio crítico de la obra porque, desde los años 80 del siglo pasado, la inmensa mayoría de los alumnos de COU, primero, y de 2º Bachillerato, después, hemos leído esta obra por primera vez. Cuando los lectores primerizos se enfrentan al lenguaje retórico y canalla valleinclanesco, la mayor parte de las veces (no fui una excepción) acabamos pidiendo auxilio a nuestras socorridas profesoras de Literatura que, una vez finalizado el primer acercamiento lector, inician una exégesis que desbroza el bosque mental adolescente y pone orden a una naturaleza floreciente, cuando “ya pasa de tres [años] que me visita el nuncio”… Es entonces cuando los discípulos bisoños ingresamos en el universo cultural del desencanto adulto ungidos por las letras de este clásico moderno hispánico, porque “en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.” No obstante, no se aflijan, dilectos lectores, porque esto ocurría en la España de los años 20 del siglo XX, no en la actualidad, como diría esta cínica profesora de Literatura, de ahora o la de entonces, aunque “España es una deformación grotesca de la civilización europea.”

 

Este año se ha cumplido el primer centenario desde que Luces de bohemia se publicara como libro. Habla de la España que fue y con la que todavía se pueden establecer demasiados paralelismos. Bastaría con cambiar algunos nombres propios que hacen referencia a políticos y monarcas (o no) para que la obra mantenga intacta su vigencia. Lo que no saben muchos espectadores y lectores actuales es que no se representó hasta 1963 en París y en España hubo que esperar hasta 1970, al montaje de José Tamayo. Lo que resulta sorprendente, además, es que no hubiera subido nunca a la tablas en el también centenario Teatro Español. En 2024 ha ocurrido y quedará como efeméride para ser recordada. “¡Admirable!”

 

Eduardo Vasco ha dirigido un montaje brillante, que se mantiene fiel al texto impecable de Valle, con un total de veinticinco actores –elenco numerosísimo de los que ya no se ven–, para encarnar a los treinta y cuatro personajes de la obra, con cómicos con una reconocida trayectoria y unas interpretaciones excelentes como Antonio Molero como Latino de Hispalis, el gran fantoche; Ernesto Arias como Rubén Darío; César Camino como don Filiberto y el sublime borracho de la taberna de Pica Lagartos; Alejandro Sigüenza como Basilio Soulinake; María Isasi com a la Pisa Bien; o Toni Misó como Venancio, Pica Lagartos. La escenografía es sobria y sencilla, con una utilería de la que se saca mucho partido y un magnífico vestuario de Lorenzo Caprile que nos traslada al primer tercio del siglo XX. A través de una iluminación excepcional, Vasco salva las dificultades de la puesta en escena de esta obra que se desarrolla en trece espacios diferentes de este Madrid nocturno y bohemio. La música en directo pone el broche de oro a un montaje clásico que será recordado. “En España podrá faltar el pan, pero el ingenio y el buen humor no se acaban.”

 

Todos estos son motivos suficientes para haber asistido a la representación del primer esperpento valleinclanesco que ha agotado entradas en todas sus funciones y que volverá al cartel del Teatro Español en 2026. Pero, también será rememorada por la interpretación sobresaliente de Ginés García Millán como Max Estrella, un personaje complejo y espléndido, que dista mucho de ser una figura noble, pero alcanza momentos de indudable grandeza. En él se mezclan el humor y la queja, la dignidad y la humillación. Junto a su orgullo, tiene una amarga conciencia de su mediocridad. Su resentimiento de fracasado resulta ridículo y patético. En Malaestrella, destacan su creciente furia contra la sociedad y su sentimiento de fraternidad hacia los oprimidos. Por eso, “el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.”

 

Acaso a la mañana siguiente de asistir a la representación, se levantarán esperpénticos como algún viejo profesor de Literatura que renunció a sus ensoñaciones poéticas y acabó haciendo controles de lectura con preguntas tipo test y tengan pretensiones de torear al buey Apis, quieran desayunar unos churros con la Pisa Bien o quizás sobrevivir con la ilusión de un décimo de lotería capicúa que pudiera ser premiado, para acabar muriendo de frío sabiendo que no ingresarán en la docta Casa ni serán inmortales. “¡Cráneo previlegiado!”

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

 

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