domingo, 10 de marzo de 2024

VANIA x VANIA

¿Os imagináis ver dos montajes de Tío Vania de forma sucesiva? ¿Concebís contemplar dos versiones de la obra de Chéjov en un mismo montaje? Este es el reto que nos ofrece Pablo Remón con su propuesta Vania x Vania con dos puestas en escena del clásico ruso, que se pueden ver en la misma tarde con apenas media hora de descanso. Nos invita a una borrachera chejoviana, con permiso del doctor Astrov. Sabe que Chéjov, como un buen Rioja, se puede y se debe paladear en sucesivos sorbos y copas. Esa es la riqueza de los textos clásicos y universales y el del ruso procede de una añada excelente. 

 

Pablo Remón nos confiesa que cada vez que ve un espectáculo suyo, tiene ganas de volver a montarlo porque se le ocurren variaciones que podría introducir. Declara su envidia hacia los pintores o los músicos que pueden ejecutar diferentes versiones de sus obras. Este es el germen del experimento teatral que Remón presenta en las Naves del Español de Madrid.

 

El primer montaje busca lo esencial y genuino del texto, aunque Remón haya introducido algunas modificaciones que indagan en la vis cómica. Se trata de una propuesta minimalista de una sobriedad extrema. Apenas hay seis sillas sobre el escenario con un fondo negro. Todos los actores se encuentran sobre el escenario durante las casi dos horas de representación, es decir, no hay entradas ni salidas de personajes. No hay vestuario de época y el juego de luces es sobrio y simple. El vestuario y los nombres de los personajes son intemporales, no remiten a ninguna época. Tampoco hay ningún objeto que apoye su interpretación ni un lenguaje corporal acentuado que complemente lo que va ocurriendo sobre las tablas. Los personajes están la mayor parte del tiempo sentados (en alguna escena, de pie). Y, sin embargo, tengo que confesar que se trata de una de las interpretaciones más bellas y auténticas de este clásico ruso que he tenido la dicha de disfrutar. Es un auténtico ejercicio actoral de voz y gestualidad facial, una lección magistral del oficio de la actuación (el planteamiento bien podría asemejarse a un ensayo previo al estreno) que, sin embargo, consigue que las palabras del ruso y su mensaje calen en la sensibilidad del espectador como la lluvia que nos empapó de camino al Matadero. La desnudez del montaje nos permite tocar, rozar, tentar, palpar la piel de estos personajes abatidos por la rutina y el desencanto que nos hablan de nosotros mismos.

 

Es cierto que Remón cuenta con un reparto único para hacerlo. Encontramos el mismo elenco de intérpretes en ambos montajes: un Javier Cámara que explota sus registros interpretativos con maestría, más allá de su vertiente cómica –ya fue dirigido por Remón en Los farsantes (2022)–, Juan Codina es el pedante escritor Alexander, Israel Elejalde con su dominio del espacio escénico encarna al médico Astrov, una contenida y brillante Marta Nieto es Elena, Marina Salas sorprende con su interpretación de Sonia y, por último, Manuela Paso nos asombra con la dimensión que otorga a Marina, la vieja criada de la casa.

 

En el segundo montaje, Pablo Remón se lanza a la arena de la experimentación y juega con el espectador. Aquí nos presenta dos Vanias en uno, porque abre el espacio y nos muestra dos escenografías contiguas: una dacha rusa del siglo XIX a la izquierda; y un patio trasero manchego, con estanque y mesa y sillas de bar, que sitúa en un Toledo actual, a la derecha. En este juego teatral, el director pretende explotar la polisemia escénica llevando a los personajes de la Rusia decimonónica al presente ibérico y mesetario en una misma escena y diálogo, más cercano a las películas de Berlanga que al cine de Buñuel. En consecuencia, hay momentos en que la propuesta cae en la sátira, rozando el esperpento, de nuestra realidad patria más cañí, una verdad, la nuestra, un tanto esquizofrénica como el resultado escénico. Es esta una propuesta que gustará más probablemente al público más joven y menos purista.

 

Cada montaje se puede ver por separado y es autónomo. No obstante, lo interesante y apasionante de esta iniciativa es poder ver la riqueza que ofrece la lectura sagaz que realiza en las dos, como si de una matrioska se tratara; contemplar el juego de espejos cóncavos del callejón del Gato al que Remón lleva el texto chejoviano. Remón nos hace reflexionar sobre los códigos teatrales de la actuación, de la puesta en escena y de la dirección de actores; nos acerca un clásico renovado en un espacio escénico donde se toma la libertad dramática de releer el texto canónico con una creatividad muy fructífera que nos devuelve un Chéjov multiplicado. Es especialmente emocionante y transformador escuchar reverberar en nuestro interior las voces de estos seres perdidos en el campo ruso o manchego, que no saben qué hacer con el tiempo y con sus vidas, que se preguntan qué otras vidas podrían haber vivido. Porque, ¿cuántos Vania hay en Vania?

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

 

 


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