domingo, 17 de diciembre de 2023

HEDDA GABLER

Hedda Gabler ha vuelto a Madrid; esta vez procedente del Teatre Lliure de Barcelona y de la mano de Àlex Rigola. Estará con nosotros hasta final de año en el Teatro Valle-Inclán, porque Hedda Gabler siempre vuelve. Este personaje femenino, complejo e hipnótico, que combina una inteligencia sobresaliente con una maldad exquisita, nos atrapa y nos inquieta porque no llegamos a entender nunca los motivos de su comportamiento. 

 

Hedda Gabler es un clásico moderno desde que fuera escrito en 1890 por el dramaturgo noruego Henrik Ibsen y estrenado en Múnich (Alemania) un año después. Es cierto que no tuvo buenas críticas en su primera representación ya que no se entendía la actitud de esta mujer, distinguida e insatisfecha, que no cumplía con las premisas morales y sociales de su tiempo. Desde entonces, Hedda Gabler no ha dejado de subir a las tablas y ha sido interpretado por grandes actrices dentro y fuera de la península Ibérica. Con el paso de los años, el personaje de Hedda Gabler, hija del general Gabler, distante y manipulador, no ha dejado de plantear incógnitas y despertar fascinación.

 

El propio Ibsen escribió que buscaba “representar seres humanos, emociones y destinos humanos sobre la base de las condiciones y los principios sociales del presente”. Por eso, Rigola sitúa el texto en el hoy, en un tiempo congelado, encapsulado en un espacio reducido, incluso claustrofóbico, que discurre con “tedio”, ese mismo aburrimiento que revuelve a Hedda y del que cree que solo puede escapar a través de la belleza; y lo desnuda para que personajes y autor del siglo XIX y actores y espectadores del siglo XXI compartamos nuestra incertidumbre.

 

Àlex Rigola dirige esta versión libre del texto de Ibsen que, paradójicamente, pretende llegar a su esencia. No es la primera vez que lo hace con un ‘Ibsen’ ya que en 2018 se atrevió con Un enemigo del pueblo en el Teatro Kamikaze. Si despojamos el montaje de todo el aparato escenográfico, nos quedamos ‘encerrados’ en una caja de madera de nueve por siete metros con una capacidad para apenas ochenta espectadores. Los cinco actores, vestidos con su ropa de calle y sin apenas maquillaje, nos dan la bienvenida a una propuesta escénica insólita que Rigola ya experimentó con su versión de Tío Vania de Chéjov. Sin embargo, los intérpretes son capaces de crear un vínculo con los espectadores que nos mantendrá expectantes durante los siguientes setenta y cinco minutos. Se trata de un teatro desprovisto de todo adorno que deja el texto, llevado a la médula, en manos y boca de unos actores que se llaman por su nombre: Nausicaa Bonnín es Hedda (como nos advierten al principio), Joan Solé es Jorgen Tesman, su marido, Xavi Sáez es Ejlert Lovborg, Marc Rodríguez es el juez Brack y Miranda Gas es la Señora Elvsted.

 

Rigola nos invita a buscar “la verdad escénica” de este texto, con diálogos de frase corta, desde el primer plano, a partir de la voz (a veces casi como un susurro), las miradas y, sobre todo, los numerosos silencios de estos cinco actores que a veces ya no lo son, que se miran entre ellos pero que también observan al espectador, que no siempre lo es, actores/personajes que callan porque son conscientes de no poseer las respuestas a las preguntas que este texto nos lanza sobre nuestra condición y la libertad humana. Así, en un caja reducida de madera, con una extraña complicidad tejida con hilos de araña entre los actores y nosotros, espectadores, las palabras de Ibsen caen en la sima de nuestro interior hasta que un sonido sordo y hueco nos avisa de que han llegado al fondo de nuestra absurda e incomprensible humanidad, porque estamos tan perdidos y desubicados siglo y medio después como los personajes ibsenianos.  

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

 

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