Quienes lean este artículo no se querrán creer que hace semanas que el escritorio de mi ordenador contiene un documento con el título de esta columna. El motivo era reflexionar acerca de la resistencia que el todavía presidente de los Estados Unidos estaba mostrando para reconocer su derrota en las elecciones del pasado 3 de noviembre. No obstante, el escrutinio fue claro. Biden no solo ganó en número de electores, sino también en millones de votos, cosa que no ocurrió en las elecciones de 2016 donde Hillary Clinton logró casi tres millones de votos más que el candidato republicano. A pesar de ello, la victoria de Trump fue tan incuestionable como desoladora. Pero es lo que sucede cuando uno se somete a la democracia y sus reglas. Todo sistema electoral tiene sus limitaciones y sus puntos mejorables, pero es el que cada Estado ha decidido y recogido en su constitución y todos los partidos políticos y candidatos están sometidos a él de la misma forma. Por eso, la suya ha sido una derrota amarga ya que consiguió once millones de votos más que en 2016. A pesar de estos, los resultados han sido tan contundentes que todos los intentos de Donald Trump por cuestionarlos y tumbarlos han sido en vano: los votos de aquellos estados con un estrecho margen se han recontado hasta en tres ocasiones. Además, se han desestimado hasta sesenta demandas que pretendían impugnar los resultados de varios estados. Trump lo ha intentado por todos los medios legales a su alcance con su abogado Rudolph Giuliani a la cabeza (triste papel está desempeñando en esta farsa el que fuera alcalde de Nueva York durante los atentados del 11S).
Las semanas y los acontecimientos se han ido sucediendo: ninguna instancia política ni judicial (algunas principalmente conservadoras) ha dado la razón a un hombre acostumbrado a conseguir por la fuerza lo poco que le negaba su dinero. Esa ha sido su manera de actuar desde que se convirtió en presidente del país ya no más poderoso del mundo. Nada parece detener a este niño déspota y caprichoso a la hora de lograr su empeño: hace apenas unos días se desvelaba una conversación telefónica en la que el propio Trump presionaba a un alto cargo republicano de Georgia para que manipulara los resultados de ese estado. Pero nada hace reflexionar a sus seguidores que creen a pies juntillas su tesis de que le han robado las elecciones, aunque no aporte ni una sola prueba de ello. Basta con que el líder carismático que es afirme con contundencia su creencia/deseo para que la turba de seguidores la asuma como si de un dogma se tratase. ¿A qué nivel de sinrazón y fanatismo estamos llegando?
Las imágenes del asalto al Capitolio de EEUU son de una tristeza extrema para aquellos que pensamos que la democracia es la menos mala de las formas de gobierno. No lo digo yo, lo decían los propios griegos que la crearon (yo solo lo traduje en mis años de instituto). Los dueños del invento también alertaron de los peligros de la demagogia que es la estrategia utilizada para conseguir el poder político apelando a prejuicios, emociones y miedos de la ciudadanía para ganar el favor popular mediante el uso de la retórica, la desinformación, la agnotología y la propaganda política. Así debía de ser en la Grecia clásica. Releo la definición y me da por pensar en la manera de hacer política en el mundo y en España en los últimos tiempos.
Por último, todos perdemos en numerosas ocasiones a lo largo de nuestras vidas. La pérdida va asociada a nuestras existencias de una manera que, a veces, se presenta como insoportable e irreparable. El presidente electo, Joe Biden sabe algo de todo esto. Algunas veces ganamos y otras muchas perdemos. A todos nos ocurre, excepto a Donald Trump que se ha propuesto asaltar una de las democracias más antiguas del mundo con tal de salirse con la suya. El delirio de este líder decadente está arrastrando a millones de ciudadanos norteamericanos a la negación de la realidad y, lo que es peor, a la violencia. Piénsenlo bien: en cualquier país de Latinoamérica, lo ocurrido esta semana en Washington hubiera sido calificado de golpe de estado. ¿Hasta qué parte de nuestras instituciones vamos a permitir que penetre la extrema derecha? Ya lo dijo Aristófanes: “Un demagogo no debe ser ni honesto ni educado: tiene que ser ignorante y canalla”. Lo triste y preocupante es que le sigue una turba ignorante y canalla. Ahí lo dejo.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Imagen extraída de la red
Efectivamente, "ignorantes y canallas", y muy peligrosos y con acceso a armas,en un país rico y poderoso, de un capitalismo feroz, donde día a día sus ciudadanos sienten cada vez su seguridad más amenazada y su futuro más incierto. Y lo sé de buena tinta.
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EliminarLo peor de todo es el acceso a las armas y el umbral de la violencia que tienen. El hombre blanco siente amenazado su poder y no quiere ceder a los mestizos, latinos y afroamericanos. Yo creo que esta ha sido la clave de la victoria de Biden: que este voto se ha movilizado para frenar las políticas demagógicas de Trump y eso les ha enrabietado aún más. De todos modos, ya me dirás. Tú conoces el país mucho mejor que yo. Un abrazo.
No se puede describir mejor la situación norteamericana.
ResponderEliminarY creo que la española va por ese camino.
Por fortuna, aquí hay algunas líneas rojas que aún no se han traspasado. Y las armas no tienen ninguna presencia social, aunque VOX intentó que fuera un tema de debate.
EliminarPero se cuestiona la legitimidad de algunos gobiernos, lo cual es hacerle un flaco favor a la democracia. Lo hicieron con Sánchez los partidos de derecha llamándole 'okupa' y diciendo que era un gobierno ilegítimo porque llegó al poder a través de una moción de censura (un mecanismo completamente legal). Pero después, aún hay un cierto respeto institucional, al menos, en el principal partido de la oposición que también ha gobernado este país. Lo más peligroso que hace es socavar la confianza en las instituciones del Estado bloqueando la renovación de CGPJ. Eso es muy dañino y muy sofista.
Por desgracia, cada vez los imitamos más y no precisamente para bien.
Gracias de nuevo, Víctor, por tus comentarios.