Bajo el silencio es el nuevo documental de Iñaki Arteta. En él muestra el trabajo de un joven periodista, llamado Felipe Larach, que se traslada al País Vasco para realizar una serie de entrevistas para comprobar cómo respira la sociedad vasca, después de que la banda terrorista ETA anunciara su disolución en mayo de 2018. El interés personal que el propio Felipe Larach expresa es que, durante sus estudios universitarios, tuvo la oportunidad de entrevistar a la mujer y la hija de un guardia civil asesinado por ETA, mujeres que aparecen en esta película documental. El otro motivo que verbaliza el periodista es que él, una persona totalmente ajena al mundo abertzale, a la sociedad vasca y a lo que ha supuesto la violencia de ETA durante décadas, quiere intentar entender lo que ocurrió y cómo se vive actualmente en el País Vasco después de que se dejara la violencia atrás.
Como espectadora, espero que un documental cuestione mis ideas previas sobre el tema, que me abra nuevas vías de conocimiento y de comprensión y que, aunque no me ofrezca respuestas que, al menos, me haga ver las distintas visiones de un problema político, histórico y social que tantas vidas se ha llevado por delante. No ha sido el caso de esta cinta. Después de dos horas y media de entrevistas, el relato te conmueve pero no en el sentido que el realizador y el periodista buscan. Nadie sale del cine cuestionándose lo que pensaba antes de ver la película. Más bien al contrario, el tratamiento parcial y limitado del tema, el excesivo protagonismo que se da al periodista con primeros planos continuos en las entrevistas, su cara de complacencia cuando por fin consigue la contradicción, la incomodidad o el enfado en el entrevistado, los cortes sospechosos en las conversaciones que tiene con las personas del mundo abertzale me hacen pensar que se trata de un proyecto fallido. Felipe Larach, en realidad, no quiere acercarse al problema para entender u ofrecer algo de luz. La impresión es que tiene una verdad preconcebida acerca de lo sucedido y la busca a través de cada pregunta que trata de comprometer a su entrevistado. No se acerca para intentar explicar las razones que llevaron a cometer toda aquella serie de atentados atroces, que jamás debieron ocurrir. Lo hace con la superioridad moral del que se cree estar en posesión de la verdad (así lo vemos claramente en el propio cartel de la película). Como profesional del periodismo, el entrevistador no debería desvelar su punto de vista, sino acercarse al problema intentando ofrecer la complejidad de la situación. Sin embargo, en todo momento, su verdad prevalece. Acaso piensa que explicar es justificar y no es así. El espectador, mayor de edad, sacará sus propias conclusiones. No necesita tutelas ni del director ni del periodista.
Echo de menos algunas entrevistas: no se pregunta a ningún líder político actual sobre la situación de la sociedad vasca (solo a un alcalde del PSOE de una localidad vasca que ha alcanzado un acuerdo de presupuestos con EH Bildu), ni a los dirigentes ni ciudadanos que tuvieron que ir escoltados durante tanto tiempo. También me hubiera gustado escuchar el testimonio de más víctimas. La afirmación del escritor vasco Kirmen Uribe, afincado en Nueva York, de que ETA dejó de matar porque la sociedad vasca se lo demandaba pasa casi desapercibida, ya que el entrevistador lo que busca es que el entrevistado se quede sin palabras y no cesa en su empeño hasta que lo consigue.
Tampoco muestra ningún respeto por el euskera ni por la cultura vasca. Larach entrevista dos veces al director de una ikastola que ha llevado a víctimas del terrorismo para que cuenten su testimonio a los alumnos. El docente trata de explicar la historia de dolor y muerte del País Vasco remontándose a la guerra civil, pasando por el franquismo, para llegar a los asesinatos de la banda terrorista ETA. Solo lo intenta. En la segunda conversación, Larach pregunta si no es demasiado el dinero público que se destina al fomento del aprendizaje y del uso del euskera, ya que lo hablan habitualmente un porcentaje de población muy bajo en su opinión. Lo que está haciendo, en realidad, es mostrar una profunda ignorancia hacia el valor histórico y filológico de una lengua milenaria de origen desconocido que debería ser patrimonio no solo de los vascos. Quizás esa sea una parte del problema. Finalmente y para indignación de su entrevistado, llega a cuestionar el número de muertos del bombardeo de Guernika, ofreciendo una avalancha de datos y mostrando las revisiones posteriores a la baja en el número de víctimas, labor que siempre llevan a cabo los historiadores buscando el rigor, para afirmar preguntando si no se ha mitificado la matanza de civiles que allí se perpetró. Y lo hace de la peor manera posible, mezclándolo con la recurrente referencia al holocausto nazi. Es una lástima que no se haya informado tan bien de la revisión de cifras de víctimas judías. ¿O es que unos muertos valen más que otros?
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Aún no he visto el documental, pero ese error que comentas es demasiado frecuente en el periodismo actual: no se trata tanto de informar como de demostrar una tesis y, para ello, basta con el fragmento de la entrevista que elijo, con la elección de las fuentes de la información que elijo y las voces que silencio. Incluso, ese aspecto que señalas del encuadre, de los planos. Solo queda trabajar el pensamiento crítico en las aulas.
ResponderEliminarLa pena es que ya no existe la escala de grises. Ahora mismo solo vale la polarización y el estás conmigo o contra mí. Se eleva la opinión a conocimiento, lo cual conlleva un peligro evidente. No se cree de ninguna manera que el que piensa distinto puede tener una parte de la verdad y que, a través del diálogo, se puede llegar a consensos y a entender las motivaciones del otro. Como he dicho en el artículo, no se trata de justificar, sino de explicar lo que pasó y por qué pasó, sobre todo, para que no vuelva a ocurrir y para que se reconozca el daño que se hizo y las víctimas tengan ese reconocimiento.
EliminarQue razón teneis.Lo que no se dan cuenta estos reporteros es que la gente que piensa les quita toda la razón y adsí consiguen el efecto contrario al que buscaban. Es una lástima que haya mucha gente que no piensa.
ResponderEliminarHablan para su público, para los que piensan igual. Lo verdaderamente interesante es que se pudiera establecer una diálogo entre ambas partes, que todos nos pudiéramos plantear nuestros puntos de vista. Una de las partes más interesantes de la película se da cuando el párroco de Lemona, cercano al mundo abertzale, habla con la viuda del guardia civil asesinado. Es un intento de acercamiento, aunque tampoco demasiado bien hecho: están en la calle, de pie. El ambiente no es el más propicio para el diálogo.
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