Hemos sido afortunados los que hemos
podido contemplar El sueño de la vida,
la continuación que el dramaturgo Alberto Conejero ha hecho de La comedia sin título, obra que Federico
García Lorca dejó inacabada al final de su primer acto. El asesinato cruel,
irracional y execrable del poeta nos dejó sin una de las voces literarias más
brillantes del siglo XX, cuando esta apenas había alcanzado su madurez. ¿Dónde
nos habría podido transportar el lenguaje lorquiano de no haber sido por esta
sinrazón?
El montaje que ha ofrecido el Teatro
Español de Madrid ha sido dirigido por Lluís Pasqual. Nacho López y Emma
Villarasau han encabezado el tono de voz justo y el gesto brillante de un
elenco de actores que han reivindicado con su trabajo el del poeta silenciado
por el fascismo. Conejero y Pasqual son dos grandes conocedores del mundo
teatral y de la obra de García Lorca, y lo han demostrado. Nos advierte
Conejero que la Comedia sin título
siempre estará por escribirse. Pertenece a la trilogía, tristemente incompleta
del teatro vanguardista lorquiano, junto a El
público y Así que pasen cinco años.
Y es que Lorca estaba indagando y buscando nuevas fórmulas teatrales, nuevos
lenguajes y propuestas que enriquecieran el panorama teatral durante el período
de la Segunda República Española. No le dejaron.
Empieza la representación rompiendo la
barrera entre el escenario y el público, haciendo alarde de la riqueza del
lenguaje que solo Lorca sabe explotar. El Autor nos sermonea, así nos lo
advierte, y las palabras van cayendo en nuestros conscientes, acaso también
inconscientes, como una cascada de poesía que empapa nuestra piel: “Solamente
por la piel puede entrarnos otra vez la metafísica del espíritu”. De esta
manera el poeta pretende “enseñarnos un pequeño rincón de realidad”. Es la Comedia sin título el manifiesto de la
apertura de las puertas del teatro de par en par: para que nos sintamos “en
mitad de la calle”, para que penetre la vida. Para Lorca, el teatro “es la
escuela del pueblo”, así lo demostró con su trabajo militante en la compañía teatral
universitaria de La Barraca. Cuando el primer acto se cierra, en el teatro ya
ha prendido el fuego. “¡El pueblo ha roto las puertas!”
Empieza entonces el segundo acto y El sueño de la vida con él. ¿Qué pasará
entonces? Se pregunta timorato el espectador del siglo XXI. ¿Será una
continuación fiel a su original? ¿O el sello del nuevo autor dejará una huella
demasiado marcada? El propio Conejero nos ha advertido antes de empezar que
atravesó “sonámbulo una habitación en llamas”. Nos encontramos entonces con una
“alucinación” que transforma el temor en sorpresa. ¿Por qué? Porque es Lorca el
que nos sigue hablando a través de los personajes en escena. Es la melodía de
la metáfora lorquiana la que suena en los oídos del espectador que asiste, “alucinado”
también, al juego –hay que reivindicarlo
frente a lo útil– que se inicia entre los dos textos que dialogan. Suena a
Lorca porque es Lorca el que nos vuelve a hablar ochenta años después. Conejero
tan solo trasplanta “la vida como es”, como pretendió hacer el poeta granadino,
porque no se puede cerrar los ojos “ante la tragedia espantosa del hombre
oprimido”. Por eso, Lorca abrió las puertas del teatro al pueblo y Conejero nos
mantiene en él, expectantes, volviendo a decir las palabras “como si fuera la
primera vez”, porque el teatro es verdad solo si está lleno de vida. Y yo lo
creo.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el diario digital 'Ágora Alcorcón'
Imagen extraída de la red.
Artículo publicado en el diario digital 'Ágora Alcorcón'
Imagen extraída de la red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario