domingo, 24 de febrero de 2019

EL SUEÑO DE LA VIDA

Hemos sido afortunados los que hemos podido contemplar El sueño de la vida, la continuación que el dramaturgo Alberto Conejero ha hecho de La comedia sin título, obra que Federico García Lorca dejó inacabada al final de su primer acto. El asesinato cruel, irracional y execrable del poeta nos dejó sin una de las voces literarias más brillantes del siglo XX, cuando esta apenas había alcanzado su madurez. ¿Dónde nos habría podido transportar el lenguaje lorquiano de no haber sido por esta sinrazón?

El montaje que ha ofrecido el Teatro Español de Madrid ha sido dirigido por Lluís Pasqual. Nacho López y Emma Villarasau han encabezado el tono de voz justo y el gesto brillante de un elenco de actores que han reivindicado con su trabajo el del poeta silenciado por el fascismo. Conejero y Pasqual son dos grandes conocedores del mundo teatral y de la obra de García Lorca, y lo han demostrado. Nos advierte Conejero que la Comedia sin título siempre estará por escribirse. Pertenece a la trilogía, tristemente incompleta del teatro vanguardista lorquiano, junto a El público y Así que pasen cinco años. Y es que Lorca estaba indagando y buscando nuevas fórmulas teatrales, nuevos lenguajes y propuestas que enriquecieran el panorama teatral durante el período de la Segunda República Española. No le dejaron.

Empieza la representación rompiendo la barrera entre el escenario y el público, haciendo alarde de la riqueza del lenguaje que solo Lorca sabe explotar. El Autor nos sermonea, así nos lo advierte, y las palabras van cayendo en nuestros conscientes, acaso también inconscientes, como una cascada de poesía que empapa nuestra piel: “Solamente por la piel puede entrarnos otra vez la metafísica del espíritu”. De esta manera el poeta pretende “enseñarnos un pequeño rincón de realidad”. Es la Comedia sin título el manifiesto de la apertura de las puertas del teatro de par en par: para que nos sintamos “en mitad de la calle”, para que penetre la vida. Para Lorca, el teatro “es la escuela del pueblo”, así lo demostró con su trabajo militante en la compañía teatral universitaria de La Barraca. Cuando el primer acto se cierra, en el teatro ya ha prendido el fuego. “¡El pueblo ha roto las puertas!”

Empieza entonces el segundo acto y El sueño de la vida con él. ¿Qué pasará entonces? Se pregunta timorato el espectador del siglo XXI. ¿Será una continuación fiel a su original? ¿O el sello del nuevo autor dejará una huella demasiado marcada? El propio Conejero nos ha advertido antes de empezar que atravesó “sonámbulo una habitación en llamas”. Nos encontramos entonces con una “alucinación” que transforma el temor en sorpresa. ¿Por qué? Porque es Lorca el que nos sigue hablando a través de los personajes en escena. Es la melodía de la metáfora lorquiana la que suena en los oídos del espectador que asiste, “alucinado” también,  al juego –hay que reivindicarlo frente a lo útil– que se inicia entre los dos textos que dialogan. Suena a Lorca porque es Lorca el que nos vuelve a hablar ochenta años después. Conejero tan solo trasplanta “la vida como es”, como pretendió hacer el poeta granadino, porque no se puede cerrar los ojos “ante la tragedia espantosa del hombre oprimido”. Por eso, Lorca abrió las puertas del teatro al pueblo y Conejero nos mantiene en él, expectantes, volviendo a decir las palabras “como si fuera la primera vez”, porque el teatro es verdad solo si está lleno de vida. Y yo lo creo.

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el diario digital 'Ágora Alcorcón' 
Imagen extraída de la red.


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