domingo, 13 de enero de 2019

EL MAGO de JUAN MAYORGA

Juan Mayorga parece que está reinventando su fórmula teatral. Y es que ha conseguido sorprender en su último montaje para el CDN. ¿Cómo lo ha conseguido? Haciendo magia. El mago es su última obra puesta en escena en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Esta obra supone un sorprendente giro hacia la comedia del autor que tanto ha reflexionado sobre la terrible historia de Europa del siglo XX (Himmelweg o La tortuga de Darwin, bastan como ejemplos). El propio Mayorga nos cuenta en el programa que hace un par de años asistió a un espectáculo sobre ilusionismo. Cuando llegó el número de la hipnosis, se ofreció voluntario y lo sometieron a una serie de pruebas para comprobar su idoneidad. Su sorpresa llegó al ser apartado como no apto, ya que consideraba que estaba realizando las pruebas muy bien. Esta anécdota encendió la mecha de la escritura de El mago.

Lo primero que sorprende cuando se entra al teatro es la presencia de un decorado, estático y tangible. Hasta ahora ha sido recurrente en el teatro de Mayorga y su concepción teatral, el recurso a la imaginación del espectador, a la habilidad interpretativa de los actores y al poder sugestivo de las palabras para crear ese decorado. Lo hemos visto de una manera evidente en montajes anteriores como El cartógrafo o Reikiavik, donde la escenografía se simplificaba a la mínima expresión.  Pero, además, Mayorga le hace un guiño a la comedia burguesa: la acción se sitúa en un salón de elegancia neutra, con cierto grado de sofisticación, donde predomina el blanco.

Desde hace unos años, Mayorga pone en escena sus propias obras con la compañía que creó: La loca de la casa. Es un nombre significativo que nos da pistas de lo que es el teatro para este autor. Su primer montaje fue La lengua en pedazos, donde Clara Sanchis daba vida a una Teresa de Jesús subversiva en su singularidad. La compañía ya va por su quinto montaje y el propio dramaturgo es consciente de cómo ha cambiado su escritura el hecho de subir a las tablas sus obras él mismo. Un acierto de los montajes del Mayorga director es la elección de actores y su dirección. En El mago no es posible poner ningún pero a la interpretación de ninguno de los seis actores. El personaje de Nadia, interpretado magistralmente por Clara Sanchis también, es una muestra de ese giro temático hacia la comedia que ha dado el teatro mayorguiano. Nadia se libera de las ataduras que suponen sus responsabilidades cotidianas y su rol de madre, esposa e hija gracias a la hipnosis. Asiste a un espectáculo de esta naturaleza y regresa hipnotizada a casa.

A continuación, la trama se va deshilvanando y los malentendidos dialógicos ponen en evidencia el frágil equilibrio de nuestro día a día, de nuestras falsas seguridades materiales e, incluso, emocionales y afectivas. Víctor, su marido, interpretado de manera brillante por José Luis García-Pérez, es el personaje más desdibujado al inicio de la acción ante el desconcierto que le provoca la visión de su esposa; no obstante, va cobrando entidad discursiva a medida que el diálogo avanza. Se presenta aquí, quizás de manera secundaria, un tema que ya he intuido en alguna otra obra de Mayorga (Animales nocturnos): el complejo mundo de la vida en pareja.            

Pero el conflicto de Nadia no es solo social o familiar, tiene que ver con su propia identidad como mujer que se libera y que, como si de un aleph borgiano se tratara, puede contemplar en un momento determinado cómo ha sido su vida hasta ese preciso instante. Porque Mayorga no deja de ser Mayorga. Sigue jugando con el espectador con ideas fascinantes que ya ha tratado antes: el metateatro, que usa el lenguaje dramático para hablar del propio teatro, que mezcla realidad y ficción y que somete al espectador a una reflexión necesaria acerca de su propia entidad e identidad. Los personajes, y los propios espectadores, parecen atrapados en el escenario como protagonistas de un nuevo ángel exterminador. Porque parece que hay un mundo teatral/real paralelo que nos mantiene entretenidos de lo esencial, de lo que realmente somos, mientras interpretamos nuestro papel vital. El mago y el teatro de Mayorga nos coloca ante un espejo para que nos miremos a nosotros mismos, para que, a partir de la reflexión, seamos conscientes de las grietas que ocultan los elementos decorativos de nuestras vidas y así, salgamos transformados del teatro. Como el propio Mayorga afirma, “todo es mentira, pero creemos que está lleno de verdad”.

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico digital 'Ágora Alcorcón'


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