Juan Mayorga parece que está
reinventando su fórmula teatral. Y es
que ha conseguido sorprender en su último montaje para el CDN. ¿Cómo lo ha
conseguido? Haciendo magia. El mago es su última obra puesta en
escena en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Esta obra supone un sorprendente
giro hacia la comedia del autor que tanto ha reflexionado sobre la terrible historia
de Europa del siglo XX (Himmelweg o La tortuga de Darwin, bastan como
ejemplos). El propio Mayorga nos cuenta en el programa que hace un par de años
asistió a un espectáculo sobre ilusionismo. Cuando llegó el número de la
hipnosis, se ofreció voluntario y lo sometieron a una serie de pruebas para
comprobar su idoneidad. Su sorpresa llegó al ser apartado como no apto, ya que
consideraba que estaba realizando las pruebas muy bien. Esta anécdota encendió
la mecha de la escritura de El mago.
Lo primero que sorprende cuando se entra
al teatro es la presencia de un decorado, estático y tangible. Hasta ahora ha
sido recurrente en el teatro de Mayorga y su concepción teatral, el recurso a
la imaginación del espectador, a la habilidad interpretativa de los actores y
al poder sugestivo de las palabras para crear ese decorado. Lo hemos visto de
una manera evidente en montajes anteriores como El cartógrafo o Reikiavik,
donde la escenografía se simplificaba a la mínima expresión. Pero, además, Mayorga le hace un guiño a la
comedia burguesa: la acción se sitúa en un salón de elegancia neutra, con
cierto grado de sofisticación, donde predomina el blanco.
Desde hace unos años, Mayorga pone en
escena sus propias obras con la compañía que creó: La loca de la casa. Es un nombre significativo que nos da pistas de
lo que es el teatro para este autor. Su primer montaje fue La lengua en pedazos, donde Clara Sanchis daba vida a una Teresa de
Jesús subversiva en su singularidad. La compañía ya va por su quinto montaje y
el propio dramaturgo es consciente de cómo ha cambiado su escritura el hecho de
subir a las tablas sus obras él mismo. Un acierto de los montajes del Mayorga
director es la elección de actores y su dirección. En El mago no es posible poner ningún pero a la interpretación de
ninguno de los seis actores. El personaje de Nadia, interpretado magistralmente
por Clara Sanchis también, es una muestra de ese giro temático hacia la comedia
que ha dado el teatro mayorguiano. Nadia se libera de las ataduras que suponen
sus responsabilidades cotidianas y su rol de madre, esposa e hija gracias a la
hipnosis. Asiste a un espectáculo de esta naturaleza y regresa hipnotizada a
casa.
A continuación, la trama se va
deshilvanando y los malentendidos dialógicos ponen en evidencia el frágil
equilibrio de nuestro día a día, de nuestras falsas seguridades materiales e,
incluso, emocionales y afectivas. Víctor, su marido, interpretado de manera
brillante por José Luis García-Pérez, es el personaje más desdibujado al inicio
de la acción ante el desconcierto que le provoca la visión de su esposa; no
obstante, va cobrando entidad discursiva a medida que el diálogo avanza. Se
presenta aquí, quizás de manera secundaria, un tema que ya he intuido en alguna
otra obra de Mayorga (Animales nocturnos):
el complejo mundo de la vida en pareja.
Pero el conflicto de Nadia no es solo
social o familiar, tiene que ver con su propia identidad como mujer que se
libera y que, como si de un aleph borgiano se tratara, puede contemplar en un
momento determinado cómo ha sido su vida hasta ese preciso instante. Porque
Mayorga no deja de ser Mayorga. Sigue jugando con el espectador con ideas
fascinantes que ya ha tratado antes: el metateatro, que usa el lenguaje
dramático para hablar del propio teatro, que mezcla realidad y ficción y que
somete al espectador a una reflexión necesaria acerca de su propia entidad e
identidad. Los personajes, y los propios espectadores, parecen atrapados en el
escenario como protagonistas de un nuevo ángel exterminador. Porque parece que
hay un mundo teatral/real paralelo que nos mantiene entretenidos de lo
esencial, de lo que realmente somos, mientras interpretamos nuestro papel
vital. El mago y el teatro de Mayorga
nos coloca ante un espejo para que nos miremos a nosotros mismos, para que, a
partir de la reflexión, seamos conscientes de las grietas que ocultan los
elementos decorativos de nuestras vidas y así, salgamos transformados del
teatro. Como el propio Mayorga afirma, “todo es mentira, pero creemos que está
lleno de verdad”.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico digital 'Ágora Alcorcón'
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