Se empieza a hablar de los graves inconvenientes que causa la sobreexplotación turística que estamos viviendo para la población autóctona. Nos enteramos de movilizaciones vecinales que denuncian la situación insostenible a la que son sometidos por los pisos turísticos en sus bloques, cuando no son expulsados de los centros urbanos. Los noticiarios nos informan de los problemas de abastecimiento y de servicios sociales que presentan determinadas localidades que ven cómo su población se triplica en algunos meses del año. Conocemos los obstáculos insalvables de las personas jóvenes para acceder a sus primera vivienda precisamente provocada por la burbuja turística que estamos experimentando. Además, somos conscientes de las dificultades para encontrar profesionales bien formados y con una remuneración suficientemente digna en el sector de la hostelería. Hemos creado incluso un neologismo para nombrarlo: turistificación. Todo parece indicar que hemos reconocido el problema, primer paso para buscar soluciones. ¿No se dice siempre eso? No sé yo cuando se trata de cuestiones medioambientales. Y esta también lo es.
La excusa cierta para sentenciar nuestra incapacidad para revertir este deterioro es que son imprescindibles medidas colectivas impulsadas por los gobiernos y asumidas por las empresas. ¿Podemos como individuos frenar esta espiral viajando en tren en lugar de tomar un avión, cuando esto sea posible? ¿Pagando un precio más alto por alojarnos en un hotel en lugar de en un apartamento turístico? ¿Dejando de pagar los billetes de avión a un precio por debajo de su coste? ¿Viajando menos o, simplemente, dejando de viajar? ¿Estamos dispuestos a ello? ¿Se trata entonces de que viajen solo aquellos que tienen un determinado poder adquisitivo? Es decir, ¿los que pueden gastar unos cuantos miles de euros en una estancia vacacional sea del tipo que sea (descanso, cultural, gastronómico, deportivo, religioso, idiomático…)? ¿O hay un turismo de primera y otro de segunda o tercera? El nuestro seguro que es el de primera.
Los más críticos afirman que hay sitios donde el ser humano no debería posar el pie. Y razón no les falta. Pongo como ejemplos el Amazonas, la Antártida o la cordillera del Himalaya, donde la huella humana medioambiental daña el entorno natural de una forma irreparable. Acude a mi mente una instantánea demencial publicada de una fila de turistas atascados encaramándose en la cima del Everest. Pero, ¿qué ocurre con la cara oculta de esas playas paradisíacas del océano Pacífico que se publican en las redes sociales? Me refiero a los residuos plásticos que se vierten al mar procedentes de esos estupendos resorts asiáticos o latinoamericanos de lujo que pagamos los occidentales. He escuchado afirmar que es más ético viajar a Disneyworld que a India, ya que este primero es un lugar creado para ser visitado por turistas, y que debemos “descolonizar nuestras mentes” de ese capitalismo consumista que nos impulsa a movernos. Pues vaya, vaya…
Según National Geographic, en 2018, viajábamos unos 1.400 millones de personas más allá de las fronteras de nuestro país, esto significa que éramos algo menos del 20% de la población mundial. Además, por lo que se ve un porcentaje muy bajo de esta población, los realmente ricos, es el que se mueve con una frecuencia que nos dejaría anonadados. “El turismo es el responsable del 8% de las emisiones de gas invernadero vinculadas al cambio climático”, mientras que contribuye con el 2% al PIB mundial, una cifra sorprendentemente alta por lo que leo. No obstante, ¿solo perjudica el turismo internacional? ¿Qué ocurre con el que transcurre dentro de las fronteras del mismo estado? ¿Qué pasa si escudriñamos en los datos de España? En 2022, el turismo generó el 11,6% del PIB español y generó 1,9 millones de puestos de trabajo. ¿Podemos prescindir de esos ingresos como estado? ¿Qué papel tiene el turismo en el desarrollo de países cuya economía empieza a despegar?
Un párrafo aparte merece el modelo turístico de Bután. Este es un pequeño país asiático, situado entre el Tíbet e India. Tiene apenas 800 mil habitantes y antes de la pandemia tenía una tasa turística que exigía un gasto mínimo de 200 o 250 dólares diarios por persona para visitar el país, limitaba el número de visitantes y la estancia en el mismo. Además, es imprescindible la contratación de un touroperador para visitar el país, esto quiere decir que no se puede viajar por libre a Bután. Hasta 2022 no abrió sus fronteras de nuevo y subió la polémica tasa de 200 o 250 dólares por persona y día, aparte de los gastos de hotel, guía, manutención, dependiendo de si era temporada alta o baja. He leído que en septiembre del año pasado, bajó la tasa a 100 dólares para que el turismo se recupere un poco. La tasa para los visitantes indios es mucho más baja, de apenas 1200 rupias (unos 15 dólares). De lo recaudado con este impuesto, invierten la mayor parte en políticas a favor de la sostenibilidad y el medio ambiente. Con este modelo, es obvio que optan por un turismo de calidad y alto poder adquisitivo y limitan, de forma drástica, el turismo masivo. Aquí se genera otro debate: solo pueden viajar aquellos que tengan una cantidad importante de dinero y/o tengan un verdadero interés en el país. Además, con este modelo turístico quieren también proteger su cultura, sus costumbres y su identidad como país. ¿Es todo esto lícito?
Las preguntas que me hago son: ¿por qué viajar? ¿para qué viajar? ¿Qué pretendemos cuando viajamos a otro país? ¿Observar cómo viven? ¿Entender otros modos de vida? ¿Conocer otras culturas y civilizaciones? ¿Explorar la historia de ese territorio? ¿Contemplar lugares de una belleza indescriptible? Sin embargo, todas estos interrogantes me llevan a cuestionarme si tengo más derecho a visitar esos lugares que aquel que pretende fotografiarse en los confines más remotos del mundo, busca agrandar la lista de países visitados o anhela despanzurrarse en una playa casi desierta. Porque, si no, los turistas son los otros, nosotros somos viajeros.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Pues yo creo que turistas somos todos, tanto locales como extranjeros, cada vez que viajamos a un lugar que no es nuestra residencia. Las diferencias las pondría yo en otros aspectos: los viajeros que respetan las normas y hacen uso prudente y considerado y aquéllos que van cual rebaño de ovejas llenando de "cagarrutas" los sitios por donde pasan. Los chabacanos, gritones, maleducados son los que deberían ser reeducados en el respeto y los buenos modales. Otra cosa es la necesidad de "desturistificar" ciertas zonas que están siendo devastadas por el uso humano🤔
ResponderEliminarEfectivamente, turistas somos todos. Ahora ha surgido una nueva etiqueta 'elitista' que es la de 'viajeros'. Lo realmente importante es con qué finalidad visitamos un lugar, especialmente los más lejanos y, cuando vamos a un sitio, ¿realmente buscamos generar riqueza de calidad en ese lugar?
EliminarY, por último, pienso que hay lugares donde el ser humano no debería poner el pie (solo con finalidades científicas y de estudio). Ejemplos: Amazonas, Antártida, Groenlandia, cordillera del Himalaya... La masificación de estos lugares que deben estar protegidos está contribuyendo de forma decicida a cargarnos el planteta y favorecer la propagación de enferdades y pandemias... Tenemos un buen ejemplo de hace pocos años del que no hemos aprendido absolutamente nada.
EliminarOtra pregunta: ¿para qué queremos visitar un lugar como la central nuclear de Chernobyl?
EliminarMe encuentro en ese mismo punto de partida: la duda, la pregunta. Ojalá sea esta una cuestión que no solo nos preocupe, sino que nos ocupe a cada uno de nosotros, como consumidores, como votantes, como turistas, como sufridores del turismo.
ResponderEliminarEsta semana, después de escribir este artículo, he leído sobre el modelo turístico de Bután. Este es un pequeño país situado entre el Tíbet e India. Tiene apenas 800 mil habitantes y antes de la pandemia tenía una tasa turística de 50 dólares diarios por persona para visitar el país, limitaba el número de visitantes y la estancia en el mismo. Hasta 2022 no abrió sus fronteras de nuevo e subió la polémica tasa a 200/250 dólares por persona y día, dependiendo de si era temporada alta o baja. He leído que en septiembre del año pasado, bajó la tasa a 100 dólares para que el turismo se recupere un poco. De lo recaudado, invierten una parte importante en políticas a favor de la sostenibilidad y el medio ambiente. Con este modelo, es obvio que optan por un turismo de calidad y alto poder adquisitivo y limitan, de forma drástica, el turismo masivo. Aquí se genera otro debate: solo pueden viajar aquellos que tengan un alto poder adquisitivo y/o tengan un verdadero interés en el país. Además, con este modelo turístico quieren también proteger su cultura, sus costumbres y su identidad como país. ¿Es todo esto lícito?
Eliminarhttps://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-08-21/turistas-los-demas/
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