domingo, 2 de febrero de 2020

CRÓNICA DE JERUSALÉN_06

DÍA 06. JERUSALÉN – TEL AVIV: Se ha hecho de día muy pronto. Se notaba que estábamos más al este y el sol se levanta más temprano. Hemos recogido todas nuestras pertenencias y hemos dejado las maletas a punto. Teníamos que ir despidiéndonos de esta ciudad tan religiosa y tan poco espiritual. No puedo evitar sentir una fascinación extraña por todo lo que hemos visto y vivido estos días.

Las últimas horas en Jerusalén las hemos pasado en Yad Vashem, el Museo Histórico del Holocausto. Se trata de un museo formado por un edificio de arquitectura moderna, situado en un terreno grandísimo y rodeado de monumentos conmemorativos del Holocausto. El museo hace un recorrido por la historia de la persecución y exterminio que llevaron a cabo los nazis. Se pueden escuchar numerosos testimonios de supervivientes. Como todas las obras que realizan los hebreos, es un edificio de diseño moderno que muestra su poder adquisitivo.

Se encuentra en el Monte Herlz, nombre del padre del sionismo, en la parte más oeste de Jerusalén. Es necesario coger el moderno tranvía, inaugurado en 2012. Este tren atraviesa una de las arterias principales de Jerusalén, Jaffa Street. Los habitantes de Jerusalén hacen un uso masivo de este medio de transporte. No cabía ni una aguja, ni a la ida ni a la vuelta. Estación tras estación nos hemos ido alejando del centro de la ciudad. Se ha de caminar un poco hacia arriba, si se decide no esperar el autobús que hace el trayecto gratuito, desde la parada del tranvía hasta el museo. Poco a poco te vas adentrando en el bosque de Jerusalén donde se encuentra el museo Herlz, el cementerio militar y el Yad Vashem. Hemos hecho el paseo a pie y nos hemos dejado envolver por el silencio de la arboleda. El eco de la ciudad quedaba atrás.

Yad Vashem es un complejo formado de diversos edificios. El principal tiene forma de una enorme arca, hundida en tierra. En este pabellón, se encuentra el Museo de la Historia del Holocausto, donde hay nueve galerías subterráneas con estructura de prisma donde se cuenta todo lo que ocurrió en el Shoah (Holocausto) y la historia del antisemitismo en Europa. Estos pasillos se encuentran enlazados por una nave central que se asemeja a una columna vertebral. Se entra por un extremo y se va avanzando hacia el final, donde espera un mirador por donde entra la luz y desde donde se disfruta de una vista espléndida del bosque de Jerusalén. El itinerario museográfico va hundiendo al visitante en el drama terrible que vivió este pueblo durante la Segunda Guerra Mundial. Las explicaciones están en hebreo y en inglés. Sigue la historia de forma cronológica y temática. Mediante objetos, fotografías, vídeos con testimonios de supervivientes e instalaciones de arte, apenas nos asomamos a la devastación y la muerte que sembraron los nazis en el pueblo judío. Yad Vashem es un monumento conmemorativo a los seis millones de judíos asesinados por los nazis. Se trata de una cifra  que permanece incuestionable. En un primer momento, las fuentes hablaban de ocho millones de muertos, que posteriormente descendieron en dos millones. En la actualidad ningún historiador puede cuestionar esta cifra sin ser acusado de antisemitismo o de negacionismo. En la Segunda Guerra Mundial se estima que murieron entre cincuenta y cinco y sesenta millones de personas. Fueron perseguidos y exterminados masivamente millones de judíos, gitanos, homosexuales y disidentes políticos.

Cerca del final, impresiona la sala de los Nombres, donde centenares de fotografías de las víctimas cubren el techo. Se trata de una habitación circular cuyas paredes están llenas de estanterías que contienen libros con los nombres de todas las víctimas judías identificadas hasta el momento. Un agujero en tierra simboliza el nombre de todos aquellos muertos desconocidos, cuya identificación no fue posible porque todos los familiares y amigos perecieron asesinados. El nombre de Yad Vashem procede del libro bíblico de Isaías 56, 5 y significa ‘Un Monumento y un Nombre’. Es comprensible que un pueblo que sufrió un exterminio semejante reivindique y honre la memoria de los nombres de las víctimas que murieron tan cruelmente, especialmente la de aquellos que no tenían a nadie para dar testimonio y rezar el kadish (oración judía en arameo por los muertos).

El Museo de Arte del Holocausto se encuentra en un edificio independiente, cerca de la salida del principal. Acoge una colección de obras hechas en los guetos y en los campos de concentración. También hay un pabellón de exposiciones que ofrece exhibiciones temporales y una sinagoga moderna, decorada con objetos de sinagogas europeas que fueron destruidas. Es posible hacer oración en la sinagoga y se permite la entrada a las mujeres a la nave principal, cosa que no ocurre en la mayoría de las sinagogas. Hemos hecho casi todo el recorrido interior por estos museos cruzándonos con una madre y un hijo judíos que parecían salidos de un gueto de la década de los 40.

En la sala del Recuerdo hay una llama eterna que guarda la memoria y está junto a una cripta que alberga las cenizas de víctimas, transportadas desde los campos de exterminio. En el suelo se encuentran inscritos los nombres de los veintidós campos nazis más infames: Auschwitz, Bełżec, Bergen, Bogdanovka, Buchenwald, Chełmno, Dachau, Flossenbürg, Gross-Rosen, Jasenovac, Majdanek, Maly Trostenets, Mauthausen, Neuengamme, Ravensbrück, Sachsenhausen, Sajmiste, Salaspils, Sobibór, Stutthof, Treblinka, Varsovia. Me he acordado de los 9.328 republicanos españoles enviados a los campos de concentración, aquellos de los cuales Serrano Suñer, enviado por Franco a Berlín en 1940, les dijo a Hitler, Himmler y Heydrich que podían matarlos. Murieron 5.185, sobrevivieron 3.809, constaron como desaparecidos 334. Detrás de cada número, hay un nombre y un apellido, una historia de sufrimiento infinito que no siempre ha sido oportunamente reivindicado. Más bien lo contrario. Una vez acabada la guerra y liberados los campos, todos tenían una patria a la que volver, todos excepto los republicanos españoles que fueron calificados de apátridas. También he pensado en Neus Català y su valiosa historia de supervivencia y dignidad.

A continuación, hemos iniciado un itinerario exterior con parada en diversos monumentos conmemorativos. El memorial del Vagón del Ganada es uno de los vagones originales que fueron empleados para transportar judíos desde los guetos hasta los campos. La travesía se hacía en unas condiciones inhumanas y suponía la muerte por asfixia para una parte. El Vagón se encuentra elevado sobre unos raíles suspendidos en el aire. Desde abajo se observa este medio de transporte que contribuyó al horror y la muerte, ahora en medio de un lugar lleno de árboles donde reinan el silencio y la paz. Había un grupo de cuatro adolescentes sentados, justo bajo el vagón, conversando y riendo de manera distendida. Continuamos bajando por el sendero que hacía meandros para llegar al jardín de los Justos de las Naciones, en honor de los miles de no judíos que arriesgaron su vida para rescatar judíos durante el Holocausto. Se pueden leer sus nombres escritos en piedra, según su nacionalidad.

Junto al centro de visitantes se encuentra el monumento a los Niños, dedicado al millón y medio de niños judíos que murieron. Es un lugar conmovedor, ya que la violencia contra los niños es la más irracional y brutal de todas. Se encuentra excavado en la roca, se penetra en el memorial oscuro, que presenta una solitaria llama reflejada por centenares de espejos. La sensación óptica es que se trata de miles de fósforos que representan el nombre de los pequeños que perdieron la vida y que son pronunciados por unas voces tristes. La sensación que produce el paso por este lugar es de profundo desasosiego y pena. Muy cerca, está la plaza del Gueto de Varsovia, que alberga un monumento majestuoso de ladrillo rojo en honor de la resistencia decidida y firme que mantuvo este gueto cuando se levantó en 1943.

Llama poderosamente la atención, al leer distintas fuentes, que la reivindicación del Holocausto por parte del pueblo judío comenzó décadas después, no cuando acabó la Gran Guerra. Fue el movimiento sionista el que convirtió el Holocausto en una herramienta de propaganda después de la guerra de 1967. También lo hicieron la mayoría de los judíos norteamericanos. Es verdad que en los últimos años hay judíos que han denunciado el uso político y económico que se hace del Holocausto, pero también lo es el hecho de que la historia del Holocausto ha sido estudiada y escrita por judíos, sionistas en su mayor parte. Mucho se ha hablado y se ha criticado la indiferencia de la población europea y mundial hacia la mortandad que sembraron los nazis en los campos de exterminio, pero nada se ha dicho de la pasividad de la sociedad judía de Palestina en aquellos años. El Holocausto no fue una cuestión significativa en Israel y en los Estados Unidos hasta la guerra de 1967, donde la victoria israelí sobre los árabes fue incontestable.

El sionismo es un movimiento político que debe ser estudiado a fondo. El primer dato en el que uno se fija es el carácter originariamente laico de esta corriente. Precisamente en esta parte de Jerusalén se encuentra el museo Herzl. A pocos metros del museo, está el cementerio donde están enterradas personalidades políticas israelíes de primer orden como Golda Meir o Isaac Rabin. Theodor Herzl  es el padre del sionismo moderno. Este periodista laico, nacido en Budapest en 1860, murió a los cuarenta y cuatro años, hecho que no impidió que le otorgaran la paternidad del Estado judío en 1948. A finales del siglo XIX, Herzl residía en París como corresponsal del principal diario vienés. Fue entonces cuando llevaba una vida bohemia y se interesó por las cuestiones judías. Durante un tiempo pensó que la única solución a la problemática judía era la absoluta integración de los judíos en la sociedad donde vivían, incluida la conversión al cristianismo. Pero en 1894, a raíz del juicio del caso Dreyfus, que fue un oficial del ejército francés de origen judío que fue acusado injustamente de espiar a favor de Alemania, se vivieron brotes de violencia antisemita que hicieron que comenzara a defender la creación de un Estado judío como una obsesión. Pensaba que así los judíos del mundo estarían sanos y salvos del odio y la violencia. En un primer momento, no tuvo mucho éxito entre los líderes judíos y, por eso, publicó el libro El estado judío en 1896. En él proponía la creación de un Estado judío en Palestina o en Argentina, con el beneplácito de las grandes potencias. Herzl no desfalleció, aunque abandonó rápidamente la idea de crear el Estado judío en Argentina. Poco a poco fue aumentando el número de aquellos que escuchaban sus ideas y en 1897 se celebró el I Congreso Sionista Mundial en Basilea (Suiza). Herzl buscó, en primer lugar, la ayuda de Turquía que era quien ocupaba Palestina en aquellos años, pero pronto trato de ganar el favor del Reino Unido con intereses en la zona. Lo que pocos sabemos es que los británicos le sugirieron y ofrecieron un área despoblada de Uganda para establecer el Estado judío. Cuando presentó con entusiasmo esta propuesta delante del VI Congreso Sionista, seis años después del primero, encontró una fuerte oposición. Cuando el padre del sionismo murió, todavía defendía que la mejor opción para el Estado judío era Uganda. ¡Leer para sorprenderse!

Hemos matado el gusanillo en la misma cafetería del museo rodeadas de jóvenes sonrientes y bromistas, vestidos de militares con metralletas como complemento. Hemos supuesto que estaban haciendo la visita prescriptiva al museo durante el servicio militar obligatorio. He observado que los chicos tienen la costumbre de sentarse separados de las chicas: segregación sobre segregación. Hemos tomado un bocadillo con rúcula, tomate seco y queso de cabra y hemos hecho nuestra visita obligatoria al servicio. Después hemos recorrido el camino inverso dando un paseo. Tendríamos que haber esperado demasiado para el autobús gratuito que hace el trayecto hasta la parada del tranvía.

Mt Herzl es la primera parada de la línea. El tren se ha llenado bastante deprisa; de hecho, hemos hecho el trayecto de diez paradas de pie. No hemos podido validar el billete porque no funcionaban las máquinas para hacerlo. En realidad, ninguno de los viajeros podía hacerlo pero hemos hecho el viaje con un aire de proscripción, esperando que en cualquier momento nos pidieran el billete y no lo tendríamos correctamente picado. En el transporte público se palpa el agobio y la tensión con la que se vive en esta tierra. No cabía ni una aguja pero los compañeros de viaje no hacían absolutamente nada por hacer más llevadora la vuelta. No se percibe ninguna sensación de solidaridad colectiva que haga que dejen pasar, que se pongan a un lado para no molestar y otros gestos para mí imperceptibles hasta aquel momento. Hemos vuelto al hotel para recoger las maletas y hemos hecho la excursión a la inversa de nuevo. Esta vez el reto era mayor porque teníamos que subir al moderno tranvía israelí con los bultos. Con coraje y paciencia palestinas lo hemos conseguido. Hemos bajado unas estaciones antes del final, en la Central Station, parada que ya habíamos dejado atrás antes. El convoy nos ha escupido literalmente y la sensación de liberación ha sido determinante.

El edificio exterior de la estación central de autobuses emana ese aire moderno y caro  de los edificios hebreos. A pesar de ello, nos ha costado un poco saber hacia dónde debíamos ir y buscar los andenes. Después de descifrar un directorio, de subir y bajar escaleras con las maletas porque la claridad no es una seña de identidad, hemos llegado a lo que parecía la terminal. He preguntado en una ventanillas qué dársenas eran para ir a Tel Aviv y un trabajador, no demasiado arisco, me ha hecho una señal y me ha indicado el número. En la preparación del viaje había tomado nota de las líneas 405 y 480 y de las dársenas 315 y 316. Sobre el papel escrito estaba más claro de lo que nos resultó en la práctica. Pero con nuestra constancia palestina, lo conseguimos. Perdimos un autobús por pocos minutos, pero las salidas hacia Tel Aviv son constantes y solo tuvimos que esperar unos diez minutos. Al llegar a la puerta de acceso al autobús encontramos la luz roja; enseguida se puso verde y, después de pagar los billetes al operario que los vendía, bajamos las maletas y logramos el hito de colocarlas en el maletero y subir al coche sin sufrir ningún daño personal.

Había bastante tráfico y nos hemos detenido en unas cuantas ocasiones. Yo he aprovechado el viaje para observarlo todo bien. María José ha caído rendida por el sueño. De hecho, hemos tardado más de la hora que estaba anunciada como duración del trayecto. A la entrada de Tel Aviv, los rascacielos y algunos edificios en construcción nos han dado la bienvenida. El tráfico también era denso y lento. Sin casi darnos cuenta, hemos llegado a la estación 2000 Terminal al aire libre. En cuanto hemos puesto un pie en el suelo, hemos sentido el calor bochornoso telaviví.

Entonces no sabíamos que aún nos quedaba la última inmersión traumática y profunda en el transporte público israelí del día. Hemos tenido que esperar más de diez minutos al sol en la parada del autobús urbano. Os puedo asegurar que se nos hizo muy largo, más que una Cuaresma sin pan. Parece que en el país no tienen la costumbre de hacer fila. Hacer cola, dejar pasar o salir, decir por favor, gracias o perdón no está en el vocabulario de esta gente. Van como si fueran el pueblo elegido por la tierra prometida. Lo hemos observado desde que pisamos tierra santa pero hoy, en el transporte público, nos ha quedado bien claro.

Cuando ha llegado el autobús urbano 55 de Tel Aviv, el conductor, un chico muy joven de raza mestiza, no ha sabido, o querido, o podido vendernos dos billetes sencillos. Después de la estancia al sol, no hemos bajado del autobús. Tampoco nos ha dicho que lo hiciéramos. Cómo iba el autobús de gente es indescriptible (que el lector no pierda de vista que llevábamos dos maletas). Hemos conseguido sentarnos, para quitarnos del medio y no sufrir más empujones y pisotones. Enfrente de nosotras, había una madre y una hija pre-adolescente sentadas en una solo asiento. Llevaban el bikini anudado al cuello y una bolsa con la apariencia clara de ir a la playa. Las he mirado y he admirado su normalidad. Por supuesto, tenían su propio cabello e iban haciendo bromas. Ha habido un momento en que la madre le ha tocado un pecho a la hija en señal de complicidad y chanza. La cara de sorpresa que hemos debido de poner solo la han podido ver ellas dos. Salir de una ciudad convento y encontrarte aquella broma natural ha sido una auténtica revelación (está claro que no fue bíblica).

De verdad, he llegado a la conclusión que en el transporte público dan rienda suelta a su agresividad reprimida. La sensación de agobio ha llegado al punto de que hemos decidido bajar del autobús en cuanto hemos llegado a la calle de nuestro hotel. Hemos tenido que caminar casi un cuarto de hora porque lo hemos hecho cincuenta números antes, pero nos ha dado igual. Cuando hemos llegado al hotel, se me ha ocurrido clavar una bandera como una especie de hito histórico que hubiera que recordarse, pero he pensado que podía convertirse en un conflicto diplomático y lo he dejado correr.

La vestimenta de la gente, especialmente la de las mujeres, es bastante más normal que en Jerusalén. Tel Aviv quiere dar la imagen de una ciudad moderna y abierta. Hemos querido acabar el día de una manera relajada y hemos marchado a la playa que teníamos muy cerca del hotel. Nos hemos quedado de piedra y con los ojos como platos cuando nos hemos encontrado con la playa Nordau, para judíos ortodoxos. Allá van hombres y mujeres en días diferentes para no mezclarse, nunca juntos. Está cercada por un muro de madera y separada del resto de playas. Si alguna vez escucháis que no se pueden poner puertas al mar, pensad que los israelíes ortodoxos ya lo han hecho. ¡Dios mío! Desde el otro lado (en esta tierra, siempre hay alguien frente a ti), se los podía observar. Había mucha gente, bastante amontonada, cosa que hacía la situación más absurda aún. También se veía que algunos se bañaban vestidos, con pantalón corto y camiseta. Los miércoles la playa está reservada para los hombres: lunes, miércoles y viernes. Las mujeres pueden ir martes, jueves y domingo. El sabbath es el día sagrado y es dedicado a la oración y el recogimiento. Cuando volvíamos, algunos salían después de su zambullida purificadora. Se veían hombres acompañados de sus hijos varones, todos vestidos con la prescriptiva indumentaria judía. Este es el país de la segregación. ¡Cómo les gustan los muros! De verdad que no lo entiendo.

Antes de la playa Nordau, se encuentra la playa Metzinzim donde hay muchas familias. Se asemeja a nuestras playas: una bahía de agua tranquila con bares y chiringuitos muy cerca de la playa. También hay un área para que jueguen los niños. Al fin y la cabo, estamos en el otro extremo del Mediterráneo, el Mare Nostrum. En verano, los viernes por la tarde también organizan fiestas en la playa. He pensado que en Jerusalén este día ya celebran la víspera del sabbath. El nombre de esta playa es el de una comedia de los años setenta, Hof Metzitzim. Su traducción es ‘playa del mirón’. Y eso hemos hecho nosotras, mirar.  

Hemos seguido caminando por un carril para bicicletas y peatones que bordeaba el mar, a un lado, y el parque de la Independencia, al otro. Esta zona de esparcimiento está llena de prados para correr y comer con la familia y los amigos. Es habitual encontrar celebraciones infantiles de cumpleaños los fines de semana. La playa que se encuentra junto a la de Nordau es la Hilton Beach o playa gay. Recibe este nombre porque el hotel Hilton está allí mismo. Se divide en tres partes: la playa donde los surfistas practican este deporte, al sur; la playa para homosexuales, no oficial, de Tel Aviv, situada en medio; y la playa de los perros, al norte, la única de la ciudad donde se admiten canes. ¿Adivináis en cuál nos hemos quedado?

Los perros corrían despreocupados y contentos por la orilla, entrando y saliendo del agua, atendiendo a la llamada de sus dueños o buscando los juguetes o pelotas que les lanzaban. Los había de todos los tamaños, pero todos tenían en común la expresión risueña y juguetona. He pensado que los perros son niños toda su vida, por eso nunca guardan ningún rencor en su corazón, por eso saben disfrutar del momento presente de una manera única, por eso son la máxima expresión de la lealtad y el afecto. Había un chica joven en biquini con un pitbull color marrón, jugando con él y con todo aquel perro que se acercara para formar parte.

Hemos estado un buen rato disfrutando del espectáculo canino y participando del juego con nuestra mirada que corría y ladraba también arriba y abajo. De vez en cuando, algún amigo con cuatro patas se acercaba y podíamos conversar un poco. Cuando hemos iniciado el camino de regreso, un humano intentaba quitar la arena del pelo de su amigo con una manguera que había para estos menesteres. Tenía trabajo por delante. También hemos observado unos excrementos a la orilla del agua de los cuales el humano irresponsable ha pensado que, ya que era materia orgánica, mejor que se disolvieran en el Mediterráneo. 

Hemos buscado un lugar donde poder comprar alguna cosa para cenar y hemos encontrado uno donde había ensaladas de quinoa, lechuga o lentejas y diferentes bocadillos con pan de molde. Una chica nos ha atendido muy amablemente y nos ha hecho sentir seres humanos amados. Con paciencia hemos acometido la ensalada interminable. Hemos reído porque parecíamos ovejas rumiando hierba y me ha venido a la mente aquel salmo de la recopilación de David: El Señor es mi pastor: nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me conduce hasta fuentes tranquilas, y repara mis fuerzas. 

Miércoles, 28 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero


2 comentarios:

  1. Una vez más, gracias Begoña.
    Tus relatos se leen sin sentir. Se devoran como si estuvieras viviendo el devenir del relato. Al terminar la lectura te quedas dudando si te has dormido o si te has encontrado con una pared infranqueable que te impide seguir adelante.
    ¿Cuando teneis planificado el próximo viaje?.
    Es broma.

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  2. Víctor, espero haber acabado esta crónica para el siguiente viaje... Pero aun de eso dudo... ;-)

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