domingo, 16 de febrero de 2020

CRÓNICA DE JERUSALÉN_07

DÍA 07. TEL AVIV: Hoy hemos caminado por Tel Aviv muchísimo. Las nuevas tecnologías dicen que hemos recorrido casi diecisiete kilómetros a pie. Por la mañana hemos tenido que aprender nuevas costumbres por el cambio de ciudad. Hemos bajado a desayunar y la máquina de café no funcionaba. He estado apretando botones para ver si la hacía funcionar pero no había manera. He preguntado a una chica que estaba desayunando y me ha indicado que ella sí había podido prepararse un café. Por último, he pedido ayuda a la mujer que se hacía cargo del comedor y con cara de pocos amigos, ha venido, ha movido el recipiente y la tapa donde estaban los granos de café sin moler y la máquina ha comenzado a funcionar. Incluso las máquinas me resultan hostiles en esta tierra. ¿Qué puedo hacer?

Hemos preguntado al recepcionista del hotel donde podíamos comprar una Rav Kav, la tarjeta de transporte público israelí. Nos ha contestado que podíamos hacerlo en algunas estaciones o en los mismos autobuses, pero no en todos. No parecía muy seguro de la información que nos estaba dando. No obstante, le hemos dado las gracias y hemos salido a la calle al encuentro de Tel Aviv. Hemos bajado por la calle Hayarkon, una vieja conocida para nosotras, y hemos girado hacia la izquierda para tropezar primero con la calle Ben Yehuda, primera paralela, hasta llegar a la calle Dizengoff, la segunda y donde teníamos que coger el autobús urbano 5 que iba hacia el centro sur de la ciudad. No ha tardado mucho en llegar y no iba demasiado lleno. El conductor nos ha vendido finalmente la anhelada tarjeta Rav Kav y nos ha explicado cómo funcionaba. La tarjeta anónima puede ser utilizada por dos personas, pero tienes que cargarlas fuera del autobús. Él nos la ha dado con un billete sencillo y nos ha dicho que en la estación central de autobuses (final del trayecto) podríamos cargarla. La he tenido en las manos como si de un tesoro se tratara y la he contemplado durante un rato. Es bonita: de un verde llamativo, con una figura antropomórfica pero con unas orejas parecidas a las de un conejo. Tiene una postura dinámica, de lado, sonríe, saluda con una mano y con la otra sostiene un maletín. Las letras en alfabeto hebreo contribuyen a su carácter exótico y moderno a la vez.

Hemos recorrido en autobús el centro de la ciudad hasta la estación central de autobuses. Era un día laborable y a aquella hora todo el mundo se iba a trabajar. Hemos llegado a la plaza Dizengoff, este fue un político sionista y primer alcalde de Tel Aviv, para continuar por la calle de este mismo señor hasta la plaza Habima, otra de las plazas importantes. En esta plaza empieza el bulevar Rothschild, uno de los más conocidos de la ciudad. Hemos atravesado la avenida entera hasta tomar la calle Levinski donde está la estación central de autobuses. Cuando hemos puesto un pie en tierra, comenzaba la aventura. 

Nada más bajarnos hemos recargado nuestra tarjeta con treinta séquels. Mínimum, nos ha dicho el chico de la tienda que vendía de todo. Hemos caminado hasta el barrio de Jaffa, el primer barrio judío de la ciudad. Hemos pateado toda la avenida Shalma que da la sensación de ser un barrio humilde con edificios viejos y sucios. Tel Aviv da toda la impresión de ser una ciudad de contrastes, con zonas con un fuerte desarrollo y especulación inmobiliarios y otros barrios más deprimidos y pobres. No es el caso de Jaffa. La Torre del Reloj y la zona del mercado están muy cuidadas y en recuperación. Se ven café bonitos y las calles limpias y arregladas.

En Jaffa está el origen del actual Tel Aviv. Durante miles de años fue uno de los grandes puertos del Mediterráneo. El actual Tel Aviv no existía. Ha estado en manos muy diversas a lo largo del tiempo: asirios, babilonios, egipcios, macabeos… Los romanos no tuvieron interés en ella porque tenían otro puerto cerca: Cesarea. La actual Jaffa comienza a forjarse en el siglo XIX. Allá por el 1820 ya había judíos en Jaffa. Esta primera población judía en Palestina es conocida como ha-yishuv ha-yashan o ‘vieja colonia’. A finales del siglo XIX, Jaffa era un destino preferente para los hebreos que llegaban a Palestina. Fue entonces cuando comenzaron las migraciones sistemáticas de judíos europeos a Palestina, conocidas como aliya. El origen de estas migraciones masivas se encuentra en los pogromos que hubo en países del este europeo contra la población judía, concretamente en Rusia, Ucrania o Rumanía. Fueron un total de cinco aliyas desde 1881 hasta los años 30 del siglo XX. Leer sobre ello resulta interesante para entender cómo fue asentándose la población judía en esta tierra y cómo comenzaron los enfrentamientos con las otras comunidades.

Hay que decir que las tensiones entre las diferentes corrientes y grupos dentro del judaísmo también son constantes. Los askenazis o judíos provenientes de Europa Central y Oriental no fueron bien vistos, y su intención de promover el progreso en escuelas laicas fue rechazada por la comunidad judía de Jerusalén del siglo XIX, muy tradicional. También ha habido reproches para los judíos ultraortodoxos que viven preferentemente en la ciudad santa porque no trabajan y se dedican exclusivamente al estudio de las escrituras y a la oración. Actualmente, los judíos que vienen de Rusia tampoco son acogidos con calidez. Y es que Israel es un país forjado en la segregación y la diferencia entre sus habitantes. Llama la atención el hecho de que es una democracia parlamentaria que no tiene una constitución que garantice la igualdad entre todos sus ciudadanos.

Los judíos fueron comprando tierra en Palestina a precios bajos para ir extendiendo su dominio y presencia poco a poco. Uno de los que compraron miles de hectáreas fue el barón Edmond Rothschild de París, nombre de la principal avenida de Tel Aviv, a finales del siglo XIX. Todos estos inmigrantes europeos llegaron bajo las ideas nacionalistas del Romanticismo europeo, buscando el sueño sionista que aún no había sido definido por Herzl pero que ya estaba perfilándose. Los líderes judíos negociaron con las autoridades turcas para garantizar la entrada de los emigrantes judíos a Palestina, pero no llegaron a un acuerdo hasta el punto que Herzl o Ben Yehuda pensaron que había que buscar otras alternativas y encontrar un lugar donde pudieran llegar los judíos que abandonaban Europa: los británicos propusieron una región deshabitada de Uganda, en el África oriental, lugar que inicialmente les pareció bien. 

La segunda aliya u ola migratoria comenzó en 1904 hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando el padre del sionismo propagaba sus ideas sionistas. En 1909 se fundó, en la afueras de Jaffa, un asentamiento pequeño que acabaría convirtiéndose en la actual Tel Aviv según fue creciendo y desarrollándose. Comenzó donde hoy se encuentra el cruce entre la calle Herzl y el bulevar Rothschild. Tres años antes, Meir Dizengoff, primer alcalde de la ciudad como os decía más arriba, había fundado en Jaffa, con sesenta familias, la primera ciudad completamente judía. El nombre de la nueva ciudad, Tel Aviv, quiere decir ‘Colina de primavera’ y viene del título de la traducción al hebreo de la novela utópica de Theodor Herzl, Altneuland. También aparece en el libro de Ezequiel 3, 15. No obstante, durante la Primera Guerra Mundial  su evolución se frenó, ya que en la primavera de 1917 la administración otomana expulsó a todos los judíos de Tel Aviv y Jaffa. Una vez terminada la guerra, ya bajo dominio británico, en la Declaración Balfour, Londres declaraba que veía positivamente el establecimiento de un ‘hogar nacional judío’ en Palestina. Entonces la ciudad retomó su crecimiento de manera exponencial. Hay que decir que los británicos mantuvieron una doble actitud sin escrúpulos que, finalmente, fue contra los palestinos y los intereses árabes en la región. En la magnífica película Lawrence de Arabia se aprecia bien esta ambigüedad. Los británicos permanecieron tres décadas: desde 1917 hasta la declaración del Estado de Israel en mayo de 1948.

La tercera emigración o aliya comenzó en 1919 y duró cinco años. La población hebrea rozó las cien mil personas. Los británicos no lo tuvieron fácil para mantener el dominio y la calma en Tierra Santa. Los árabes se oponían a las migraciones masivas de judíos. Como consecuencia de los disturbios ocurridos en mayo de 1921 en Jaffa, muchos judíos huyeron hacía el norte de Tel Aviv. Hubo numerosos muertos, tanto judíos como árabes, y el Alto Comisionado Herbert Samuel tuvo que declarar el estado de emergencia. Una de las consecuencias fue que se suspendió la inmigración judía, a pesar de la Declaración Balfour. Todo ello contribuyó al hecho de que la población de la nueva ciudad llegara a los treinta y cuatro mil habitantes.

Los años treinta fueron una década decisiva en la llegada de población judía precedente de Europa. La cuarta y quinta aliya estaban formadas por judíos que huía de la Alemania nazi. Tel Aviv creció muchísimo durante aquella década por su atractivo, pero los conflictos entre árabes y judíos aumentaron considerablemente también. Muchos polacos se establecieron en la capital telavivina. Cuanto más leo sobre la historia de esta tierra más me doy cuenta de que el conflicto está presente desde hace tanto tiempo que ni sus habitantes lo recuerdan.

Hemos paseado por el barrio de Jaffa y hemos disfrutado del ambiente agradable de un barrio que quiere abrirse y parecer moderno. Nos hemos tomado un capuccino en el Café Yaffo que nos ha sabido a gloria. Se trata de un local restaurante que quiere mantener el gusto antiguo del viejo Jaffa. Nos ha atendido una chica que vestía una camiseta que dejaba al aire sus hombros. He pensado que este hecho no me llama la atención en absoluto en el lugar donde vivo y que aquí se convierte en un soplo de aire fresco. El aspecto exterior de la gente es mucho más moderno e, incluso, alternativo.  Hay pocos judíos con vestimenta religiosa o kipá. Las mujeres no llevan peluca, van sin mangas mostrando los brazos y hay mujeres mayores con pantalones. Nada que ver con Jerusalén. Ya nos viene bien un poco de la ligereza de Tel Aviv aunque es imposible dejar de hacerse preguntas.

Después de pagar, he ido al servicio. En el pasillo he encontrado el certificado  kosher del local. Este papel verde está colgado en muchos restaurantes y se ha convertido casi en una moda, incluso más allá de las creencias religiosas. El kashrut (sustantivo de kosher) es todas las leyes que señalan lo que se puede y lo que no se puede comer dentro de la ley judía. En el Pentateuco hay muchos pasajes donde se dice qué alimentos se pueden comer y cómo hay que cocinarlos. Todos los alimentos que la Torá prohíbe no se comen y son llamados taref (prohibidos). El Talmud también presenta sus propias prohibiciones. Todo aquello que se puede comer se dice kosher, que en hebreo quiere decir ‘adecuado’, porque cumple con las leyes toraicas y talmúdicas.  El kashrut es toda una filosofía desarrollada en torno a las prácticas de la cocina judía. Para los judíos ortodoxos, es una forma de conectarse con Dios mediante la santificación de la comida. Para muchos judíos es una práctica diaria importante en su vida cotidiana y les ayuda a sentirse protegidos por Dios y el judaísmo. Hay rabinos que se han especializado en este tema y han dedicado años de trabajo y estudio a entender las normas, que son extensas y específicas, y a cumplirlas. No obstante, las leyes más básicas para mantener una cocina con comida kosher son sencillas y conocidas por la mayoría de judíos.

En cuanto a los animales, solo pueden comer mamíferos rumiantes (con más de un estómago) con la pezuña partida. Para que el animal sea kosher, debe tener estas dos características. Si falta una de ellas, es taref. La vaca es kosher porque tiene la pezuña partida y más de un estómago, cosa que no ocurre con el cerdo que no tienen dos estómagos. Tampoco se puede comer conejo ni caballo porque, aunque son rumiantes, no tienen la pezuña partida. Además, los animales tienen que ser sacrificados con justicia y misericordia provocándoles el menor dolor posible. Para que la carne sea kosher se le debe hacer shejitá a la vaca a la hora de matarla, que quiere decir hacerle un corte en la garganta que evita su sufrimiento. La persona que lo lleva a cabo se ha preparado y ha estudiado; recibe el nombre de shojet y ha de hacer las bendiciones para que el acto sea sagrado antes de comenzar y la vida de la vaca sea elevada por el sacrificio. Incluso los cuchillos deben estar convenientemente afilados para que el corte sea rápido y limpio y no provoque ningún daño innecesariamente al animal.

Por último, no se pueden mezclar leche y carne de ninguna manera. Es una prohibición muy fuerte en la Torá. Si se quiere que la comida sea kosher, ningún derivado de la leche puede tocar la carne que se come ni viceversa. Esta norma se aplica de igual manera a los utensilios de cocina. Los platos, los cubiertos, las ollas absorben los ingredientes y el sabor de la comida que se manipula en ellos, es decir, las familias observantes tienen dos vajillas y diversos sets de utensilios separados físicamente. Si un plato se ha utilizado para carne no se puede volver a usar para comer productos lácteos si no se ha producido un proceso de kasherización. Y allí estaba yo, en un café de Jaffa contemplando el certificado kosher que muestran con orgullo, después de haber vaciado la vejiga.

Hemos ido a la costa y hemos caminado un poco a la orilla del mar. Los colores del agua eran verdosos, tan bonitos. Antes de pisar la arena hemos observado desde el paseo marítimo que un hombre con un caballo vigoroso y joven estaba en la playa. La piel del hombre, dorada por el sol, era del mismo color moreno que su compañero equino. El hombre, con el pecho descubierto, cogía el caballo por la brida pero el animal se resistía a ser atado y dominado. Desde lo alto éramos unos cuantos los que observábamos la escena cegados por la luz del sol y la belleza del instante.

De camino a Neve Tzedek, el barrio blanco, hemos pasado por la antigua estación de tren de Yaffo. Ahora es una especie de centro alternativo con cafés y tiendas de arte carísimas llenas de objetos artesanos y artísticos bellísimos. Lo mismo ha ocurrido con Neve Tzedek. Se encuentran muchos edificios de la época Bauhaus, unos con una fachadas muy limpias y otros en proceso de recuperación. La vivienda en Tel Aviv y Jerusalén tiene un precio prohibitivo: más o menos el doble que en Madrid o Barcelona. Además, Tel Aviv vive un momento de expansión y especulación inmobiliaria importante como os decía. Una buena manera de entender la importancia del estilo Bauhaus en Tel Aviv es compararla con la relevancia del modernismo en Barcelona. Tel Aviv es el lugar del mundo con el mayor número de edificios de este estilo arquitectónico. Hay cerca de cuatro mil. La Bauhaus fue una escuela arquitectónica fundamental fundada en Alemania por Walter Gropius que fue cerrada por los nazis. Esta escuela buscaba promover la armonía entre la funcionalidad y la estética, tan difícil de mantener. Muchos de los arquitectos judíos de la Bauhaus alemana y sus alumnos huyeron a la Palestina de los años 30 del siglo pasado después del ascenso de los nazis. En Tel Aviv aprovecharon para poner en práctica un plan urbanístico de acuerdo con las características desérticas de la zona donde se encuentra esta ciudad. Por eso se promovieron los colores claros en las fachadas para evitar el calor y se construyeron casas utilizando como material la arena del desierto. Este barrio blanco fue el primero en ser construido a las afueras de Jaffa. Actualmente es un vecindario elegante, con muchas cafeterías, galerías de arte y talleres de diseño. Las calles no son muy anchas pero sí tranquilas y la luz lo impregna todo. Pasear por ellas es un buen ejercicio matutino, porque el tiempo parece demorarse. No es de extrañar que reciba el nombre de Ciudad Blanca de Tel Aviv.

Un fenómeno parecido ocurre en el barrio de Florentin, al cual hemos llegado después de cruzar la calle Jaffa, identificable por sus edificios de viviendas decadentes. Tiene este nombre por David Florentin, que fue un judío griego que compró esta zona en la década de los 20. Entonces fue fundado por judíos griegos procedentes de Tesalónica. Es un barrio bohemio y alternativo que comienza a sufrir esta renovación interesada y especulativa. Históricamente ha sido habitado por trabajadores y comerciantes, que han aprovechado la burbuja para vender los locales a altos precios. Estos comercios han dado paso a impresionantes lofts. Es un distrito urbano y bohemio, un pequeño paraíso de la cultura alternativa. Caminando por sus calles es fácil encontrar muchos grafitis pintados en muros y fachadas de diferentes puntos del vecindario. También hay algunas fábricas reconvertidas en centros artísticos. He pensado que si hay alguna esencia telavivina se ha de buscar en estos barrios que hemos conocido esta mañana. En Florentin se palpa la transición entre edificios en condiciones precarias con un par de construcciones de la Bauhaus en buen estado. Tel Aviv quiere ser una ciudad en proceso de modernización constante y su corazón palpitante se encuentra aquí.

La vida nocturna de Florentin es muy animada y se puede disfrutar de salas de conciertos y bares de copas. Si hubiese nacido búho y no halcón, os lo podría contar pero mi naturaleza diurna no me lo permite. No obstante, hemos comido en un bar típico llamado Beit Lechem Hummus. Hemos tomado un hummus buenísimo y barato, cosa extraña en Israel. Se encuentra en una esquina de una cruce de calles donde se puede elegir entre diferentes restaurantes. Este era el más sencillo y el más genuino. Puedes tomar té de menta (tshai nana) gratis y tienes que elegir el hummus entre la versión fuul (con habas especiadas) o masabacha (con garbanzos y tahina tibia). Nosotras hemos elegido el segundo con un buen pan de pita. Beit Lechem significa ‘casa de pan’ en hebreo y es el nombre de la ciudad de Belén (Bethlehem).

Después de comer, había que bajar el pan y el hummus y hemos seguido nuestra ruta. Florentin nos ha dejado un buen gusto de boca. Nos ha costado un poco encontrar el mercado Lewinsky de les especies en esta calle. Es muy apreciado por los chefs como un minibarrio de tiendecillas y alacenas. Se creó en los años 20 por inmigrantes de los Balcanes y es un lugar donde los cocineros pueden comprar hierbas aromáticas, especias frescas, aceite de oliva y otras delicatesen. A continuación, hemos caminado hacia el centro de la ciudad más bulliciosa. Hemos dejado a mano derecha el Bulevar Rothschild, para seguir por la calle Allenby hacia arriba y encontrarnos con el Barrio Yemení.

Ya he dicho que Tel Aviv es una ciudad de contrastes. Quiere ser una ciudad con la arquitectura más moderna, pero es también una ciudad a medio camino entre Asia, Europa y África. El Barrio Yemení es el típico barrio popular con sus callejas y mercado bullicioso de sabor árabe. El Mercado del Carmel se encuentra en una calle ancha y larga llena de tiendas y tenderetes donde la gente va arriba y abajo comprando y charlando. Es el mercado más ajetreado de Tel Aviv y está en la zona peatonal de la calle Nahalat Binyamin, rodeada de calles desaliñadas. Cuando te metes, las voces, los gritos y los olores te rodean completamente creando una atmósfera de irrealidad e ilusión. No me gustan las aglomeraciones de gente pero tengo que reconocer que en los mercados de los países que he visitado es donde se puede saborear algo de la pulpa de su cultura e idiosincrasia. No tienen nada que ver con los impersonales centros comerciales y los supermercados uniformes. En este se puede comprar desde ropa de playa rebajada hasta el típico zumo de granada. Allí los vecinos compran aceitunas, frutos secos, fruta, queso, pan…

Hemos recorrido toda la calle heroicamente y hemos salido sanas y salvas. ¡Madre mía, el gentío que había! Nos hemos apartado un poco del mundanal ruido y nos hemos acercado a un banco donde hemos descansado un poco. El calor es bochornoso y pegajoso como en Valencia o Barcelona. De pronto, ha comenzado a correr un poco de aire y ha sido una bendición de Yaveh o Alá que hemos agradecido. Tel Aviv es una ciudad mediterránea y, de vez en cuando, hace estos regalos. Después de hacer algunas bromas sobre nuestro cansancio y la climatología, hemos retomado la marcha hacia la parte más señorial de la ciudad.

Al comienzo del Bulevar Rothschild se encuentra el Museo de Haganá. No hemos tenido la oportunidad de visitarlo pero debe de ser un lugar muy interesante. El museo cuenta la formación y las actividades de esta organización paramilitar precursora de las Fuerzas de Defensa de Israel (DF). Haganá significa la defensa en hebreo. Este grupo de autodefensa judía se creó en 1920, durante la época del Mandato británico de Palestina. Querían proteger los kitbutzim (granjas y cooperativas israelíes) de los ataques que recibieron en los años 20 y 30. La población judía sufrió diversos pogromos por parte de los árabes como el de Jerusalén de 1920, los disturbios de Jaffa en 1921, de los cuales ya hemos hablado o los motines árabes de 1929, como los de Hebrón. Los ataques durante la revuelta árabe entre los años 1936 y 1939, en los que destaca la masacre de Tiberíades donde murieron diecinueve judíos, once de los cuales eran niños, contribuyó a reforzar a la Haganá. Aparte de la labor de protección, la Haganá también colaboró en la entrada ilegal de más de cien mil judíos en Palestina cuando el gobierno británico restringió la inmigración en 1939. Después de la Segunda Guerra Mundial, la Haganá también llevó a cabo operaciones antibritánicas. Ha sido una organización polémica y controvertida que ha tenido entre sus miembros más conocidos a los primeros ministros, antes de serlo, Ariel Sharon y Shimon Peres.

Nosotras hemos optado por la acción más pacífica de recorrer el Bulevar Rothschild, una  especie de Campos Elíseos israelíes. Es un paseo muy agradable. Tiene carril bici ya que hay muchas y también bastantes patinetes eléctricos. Odio los patinetes eléctricos. ¿Qué problema tiene la gente con caminar? El bulevar está flanqueado por casas unifamiliares de una planta o dos de estilo Bauhaus. Hay modernas oficinas, buenos restaurantes y edificios oficiales. En la acera central hay bancos y grandes árboles que dan agradables sombras que te invitan a sentarte y disfrutar de las vistas cotidianas de la gente pasando. Acaba en la Plaza Habina, también conocida como la plaza de la Orquesta. Es un inmenso espacio público importante en la ciudad. Allí se encuentran diferentes instituciones culturales: el Teatro Habima, el Palacio de la Cultura y el pabellón de arte contemporáneo Helena Rubinstein. La plaza se encuentra en la intersección de Rothschild y la calle Dizengoff, que habíamos recorrido aquella mañana ya lejana. Cerca había un lugar acotado por una valla de madera y con el suelo cubierto de césped artificial, con gente leyendo acostada en una especie de hamacas de tela, y niños jugando.

Hemos querido exprimir el día y hemos caminado hasta el Museo de Arte de Tel Aviv. El edificio contemporáneo, diseñado por el arquitecto norteamericano Preston Scott Cohen, es sencillamente espectacular. Está situado en el extremo este del centro de la ciudad y su oferta es amplísima, incluidas actividades para niños. Su colección de arte impresionista y postimpresionista europeo es magnífica: Renoir, Gauguin, Degas, Pissarro, Monet, Picasso, Cézanne, Van Gogh, Matisse, Chagall y algún señor más. También tienen una parte dedicada al arte israelí. El edificio tiene dos partes con dos entradas diferentes. Están conectadas por el interior y por un jardín que acoge una agradable cafetería donde es posible sentarse y comer junto a una fuente. No hemos desaprovechado la ocasión y hemos hecho una parada porque el día ya comenzaba a pesarnos seriamente. Hemos ocupado una mesa que ha sido donde hemos tomado nuestra merienda-cena europea. Allí hemos vuelto a observar a los telavivinos que disfrutaban de aquel oasis como nosotras. No los conocíamos ni los volveremos a ver, pero coincidimos durante un tiempo en un lugar bonito y agradable donde las conversaciones a media voz flotaban en el aire y se elevaban hacia el cielo. Había un par de niños que querían subirse a una escultura pero una de las vigilantes les ha llamado la atención y les ha dicho que no podían hacerlo. Uno de los niños la miraba extrañado porque no reconocía el supuesto valor que aquella señora le otorgaba a su objeto de juego. Su madre ha acudido para hacérselo entender.

El atardecer comenzaba a asomarse y las piernas flaqueaban. Hemos vuelto en el mismo autobús del día anterior, el número 55. Hemos buscado la parada que se encontraba junto a un hospital. Una mujer mayor muy amablemente me ha preguntado en inglés, mirándome a los ojos, si necesitaba ayuda cuando ha visto que comprobaba el trayecto en el cartel que había en la parada. Llevaba unas gafas redonditas y tenía los ojos azules.

Jueves, 29 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero



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