DÍA 07. TEL AVIV: Hoy hemos caminado por Tel Aviv
muchísimo. Las nuevas tecnologías dicen que hemos recorrido casi diecisiete
kilómetros a pie. Por la mañana hemos tenido que aprender nuevas costumbres por
el cambio de ciudad. Hemos bajado a desayunar y la máquina de café no
funcionaba. He estado apretando botones para ver si la hacía funcionar pero no
había manera. He preguntado a una chica que estaba desayunando y me ha indicado
que ella sí había podido prepararse un café. Por último, he pedido ayuda a la
mujer que se hacía cargo del comedor y con cara de pocos amigos, ha venido, ha
movido el recipiente y la tapa donde estaban los granos de café sin moler y la
máquina ha comenzado a funcionar. Incluso las máquinas me resultan hostiles en
esta tierra. ¿Qué puedo hacer?
Hemos preguntado al
recepcionista del hotel donde podíamos comprar una Rav Kav, la tarjeta de
transporte público israelí. Nos ha contestado que podíamos hacerlo en algunas
estaciones o en los mismos autobuses, pero no en todos. No parecía muy seguro
de la información que nos estaba dando. No obstante, le hemos dado las gracias
y hemos salido a la calle al encuentro de Tel Aviv. Hemos bajado por la calle
Hayarkon, una vieja conocida para nosotras, y hemos girado hacia la izquierda
para tropezar primero con la calle Ben Yehuda, primera paralela, hasta llegar a
la calle Dizengoff, la segunda y donde teníamos que coger el autobús urbano 5
que iba hacia el centro sur de la ciudad. No ha tardado mucho en llegar y no
iba demasiado lleno. El conductor nos ha vendido finalmente la anhelada tarjeta
Rav Kav y nos ha explicado cómo funcionaba. La tarjeta anónima puede ser
utilizada por dos personas, pero tienes que cargarlas fuera del autobús. Él nos
la ha dado con un billete sencillo y nos ha dicho que en la estación central de
autobuses (final del trayecto) podríamos cargarla. La he tenido en las manos
como si de un tesoro se tratara y la he contemplado durante un rato. Es bonita:
de un verde llamativo, con una figura antropomórfica pero con unas orejas parecidas
a las de un conejo. Tiene una postura dinámica, de lado, sonríe, saluda con una
mano y con la otra sostiene un maletín. Las letras en alfabeto hebreo
contribuyen a su carácter exótico y moderno a la vez.
Hemos recorrido en autobús el
centro de la ciudad hasta la estación central de autobuses. Era un día
laborable y a aquella hora todo el mundo se iba a trabajar. Hemos llegado a la
plaza Dizengoff, este fue un político sionista y primer alcalde de Tel Aviv,
para continuar por la calle de este mismo señor hasta la plaza Habima, otra de
las plazas importantes. En esta plaza empieza el bulevar Rothschild, uno de los
más conocidos de la ciudad. Hemos atravesado la avenida entera hasta tomar la
calle Levinski donde está la estación central de autobuses. Cuando hemos puesto
un pie en tierra, comenzaba la aventura.
Nada más bajarnos hemos
recargado nuestra tarjeta con treinta séquels. Mínimum, nos ha dicho el chico
de la tienda que vendía de todo. Hemos caminado hasta el barrio de Jaffa, el
primer barrio judío de la ciudad. Hemos pateado toda la avenida Shalma que da
la sensación de ser un barrio humilde con edificios viejos y sucios. Tel Aviv
da toda la impresión de ser una ciudad de contrastes, con zonas con un fuerte
desarrollo y especulación inmobiliarios y otros barrios más deprimidos y
pobres. No es el caso de Jaffa. La Torre del Reloj y la zona del mercado están
muy cuidadas y en recuperación. Se ven café bonitos y las calles limpias y
arregladas.
En Jaffa está el origen del
actual Tel Aviv. Durante miles de años fue uno de los grandes puertos del
Mediterráneo. El actual Tel Aviv no existía. Ha estado en manos muy diversas a
lo largo del tiempo: asirios, babilonios, egipcios, macabeos… Los romanos no
tuvieron interés en ella porque tenían otro puerto cerca: Cesarea. La actual
Jaffa comienza a forjarse en el siglo XIX. Allá por el 1820 ya había judíos en
Jaffa. Esta primera población judía en Palestina es conocida como ha-yishuv ha-yashan o ‘vieja colonia’. A
finales del siglo XIX, Jaffa era un destino preferente para los hebreos que
llegaban a Palestina. Fue entonces cuando comenzaron las migraciones sistemáticas
de judíos europeos a Palestina, conocidas como aliya. El origen de estas migraciones masivas se encuentra en los
pogromos que hubo en países del este europeo contra la población judía,
concretamente en Rusia, Ucrania o Rumanía. Fueron un total de cinco aliyas desde 1881 hasta los años 30 del
siglo XX. Leer sobre ello resulta interesante para entender cómo fue
asentándose la población judía en esta tierra y cómo comenzaron los
enfrentamientos con las otras comunidades.
Hay que decir que las tensiones
entre las diferentes corrientes y grupos dentro del judaísmo también son
constantes. Los askenazis o judíos provenientes de Europa Central y Oriental no
fueron bien vistos, y su intención de promover el progreso en escuelas laicas
fue rechazada por la comunidad judía de Jerusalén del siglo XIX, muy
tradicional. También ha habido reproches para los judíos ultraortodoxos que
viven preferentemente en la ciudad santa porque no trabajan y se dedican
exclusivamente al estudio de las escrituras y a la oración. Actualmente, los
judíos que vienen de Rusia tampoco son acogidos con calidez. Y es que Israel es
un país forjado en la segregación y la diferencia entre sus habitantes. Llama
la atención el hecho de que es una democracia parlamentaria que no tiene una
constitución que garantice la igualdad entre todos sus ciudadanos.
Los judíos fueron comprando
tierra en Palestina a precios bajos para ir extendiendo su dominio y presencia
poco a poco. Uno de los que compraron miles de hectáreas fue el barón Edmond
Rothschild de París, nombre de la principal avenida de Tel Aviv, a finales del
siglo XIX. Todos estos inmigrantes europeos llegaron bajo las ideas nacionalistas
del Romanticismo europeo, buscando el sueño sionista que aún no había sido
definido por Herzl pero que ya estaba perfilándose. Los líderes judíos
negociaron con las autoridades turcas para garantizar la entrada de los
emigrantes judíos a Palestina, pero no llegaron a un acuerdo hasta el punto que
Herzl o Ben Yehuda pensaron que había que buscar otras alternativas y encontrar
un lugar donde pudieran llegar los judíos que abandonaban Europa: los
británicos propusieron una región deshabitada de Uganda, en el África oriental,
lugar que inicialmente les pareció bien.
La segunda aliya u ola migratoria comenzó en 1904 hasta el inicio de la Primera
Guerra Mundial, cuando el padre del sionismo propagaba sus ideas sionistas. En
1909 se fundó, en la afueras de Jaffa, un asentamiento pequeño que acabaría
convirtiéndose en la actual Tel Aviv según fue creciendo y desarrollándose.
Comenzó donde hoy se encuentra el cruce entre la calle Herzl y el bulevar
Rothschild. Tres años antes, Meir Dizengoff, primer alcalde de la ciudad como
os decía más arriba, había fundado en Jaffa, con sesenta familias, la primera
ciudad completamente judía. El nombre de la nueva ciudad, Tel Aviv, quiere
decir ‘Colina de primavera’ y viene del título de la traducción al hebreo de la
novela utópica de Theodor Herzl, Altneuland.
También aparece en el libro de Ezequiel 3, 15. No obstante, durante la Primera
Guerra Mundial su evolución se frenó, ya
que en la primavera de 1917 la administración otomana expulsó a todos los
judíos de Tel Aviv y Jaffa. Una vez terminada la guerra, ya bajo dominio
británico, en la Declaración Balfour, Londres declaraba que veía positivamente
el establecimiento de un ‘hogar nacional judío’ en Palestina. Entonces la
ciudad retomó su crecimiento de manera exponencial. Hay que decir que los
británicos mantuvieron una doble actitud sin escrúpulos que, finalmente, fue
contra los palestinos y los intereses árabes en la región. En la magnífica
película Lawrence de Arabia se
aprecia bien esta ambigüedad. Los británicos permanecieron tres décadas: desde
1917 hasta la declaración del Estado de Israel en mayo de 1948.
La tercera emigración o aliya comenzó en 1919 y duró cinco años.
La población hebrea rozó las cien mil personas. Los británicos no lo tuvieron
fácil para mantener el dominio y la calma en Tierra Santa. Los árabes se
oponían a las migraciones masivas de judíos. Como consecuencia de los
disturbios ocurridos en mayo de 1921 en Jaffa, muchos judíos huyeron hacía el
norte de Tel Aviv. Hubo numerosos muertos, tanto judíos como árabes, y el Alto
Comisionado Herbert Samuel tuvo que declarar el estado de emergencia. Una de
las consecuencias fue que se suspendió la inmigración judía, a pesar de la
Declaración Balfour. Todo ello contribuyó al hecho de que la población de la nueva
ciudad llegara a los treinta y cuatro mil habitantes.
Los años treinta fueron una
década decisiva en la llegada de población judía precedente de Europa. La
cuarta y quinta aliya estaban
formadas por judíos que huía de la Alemania nazi. Tel Aviv creció muchísimo
durante aquella década por su atractivo, pero los conflictos entre árabes y
judíos aumentaron considerablemente también. Muchos polacos se establecieron en
la capital telavivina. Cuanto más leo sobre la historia de esta tierra más me
doy cuenta de que el conflicto está presente desde hace tanto tiempo que ni sus
habitantes lo recuerdan.
Hemos paseado por el barrio de
Jaffa y hemos disfrutado del ambiente agradable de un barrio que quiere abrirse
y parecer moderno. Nos hemos tomado un capuccino en el Café Yaffo que nos ha
sabido a gloria. Se trata de un local restaurante que quiere mantener el gusto
antiguo del viejo Jaffa. Nos ha atendido una chica que vestía una camiseta que
dejaba al aire sus hombros. He pensado que este hecho no me llama la atención
en absoluto en el lugar donde vivo y que aquí se convierte en un soplo de aire
fresco. El aspecto exterior de la gente es mucho más moderno e, incluso,
alternativo. Hay pocos judíos con
vestimenta religiosa o kipá. Las mujeres no llevan peluca, van sin mangas
mostrando los brazos y hay mujeres mayores con pantalones. Nada que ver con
Jerusalén. Ya nos viene bien un poco de la ligereza de Tel Aviv aunque es
imposible dejar de hacerse preguntas.
Después de pagar, he ido al
servicio. En el pasillo he encontrado el certificado kosher del local. Este
papel verde está colgado en muchos restaurantes y se ha convertido casi en una
moda, incluso más allá de las creencias religiosas. El kashrut (sustantivo de kosher)
es todas las leyes que señalan lo que se puede y lo que no se puede comer
dentro de la ley judía. En el Pentateuco hay muchos pasajes donde se dice qué
alimentos se pueden comer y cómo hay que cocinarlos. Todos los alimentos que la
Torá prohíbe no se comen y son llamados taref
(prohibidos). El Talmud también presenta sus propias prohibiciones. Todo
aquello que se puede comer se dice kosher,
que en hebreo quiere decir ‘adecuado’, porque cumple con las leyes toraicas y
talmúdicas. El kashrut es toda una filosofía desarrollada en torno a las prácticas
de la cocina judía. Para los judíos ortodoxos, es una forma de conectarse con
Dios mediante la santificación de la comida. Para muchos judíos es una práctica
diaria importante en su vida cotidiana y les ayuda a sentirse protegidos por
Dios y el judaísmo. Hay rabinos que se han especializado en este tema y han
dedicado años de trabajo y estudio a entender las normas, que son extensas y
específicas, y a cumplirlas. No obstante, las leyes más básicas para mantener
una cocina con comida kosher son
sencillas y conocidas por la mayoría de judíos.
En cuanto a
los animales, solo pueden comer mamíferos rumiantes (con más de un estómago)
con la pezuña partida. Para que el animal sea kosher, debe tener estas dos características. Si falta una de
ellas, es taref. La vaca es kosher porque tiene la pezuña partida y
más de un estómago, cosa que no ocurre con el cerdo que no tienen dos
estómagos. Tampoco se puede comer conejo ni caballo porque, aunque son
rumiantes, no tienen la pezuña partida. Además, los animales tienen que ser
sacrificados con justicia y misericordia provocándoles el menor dolor posible. Para
que la carne sea kosher se le debe
hacer shejitá a la vaca a la hora de
matarla, que quiere decir hacerle un corte en la garganta que evita su
sufrimiento. La persona que lo lleva a cabo se ha preparado y ha estudiado; recibe
el nombre de shojet y ha de hacer las
bendiciones para que el acto sea sagrado antes de comenzar y la vida de la vaca
sea elevada por el sacrificio. Incluso los cuchillos deben estar convenientemente
afilados para que el corte sea rápido y limpio y no provoque ningún daño
innecesariamente al animal.
Por último,
no se pueden mezclar leche y carne de ninguna manera. Es una prohibición muy
fuerte en la Torá. Si se quiere que la comida sea kosher, ningún derivado de la leche puede tocar la carne que se
come ni viceversa. Esta norma se aplica de igual manera a los utensilios de
cocina. Los platos, los cubiertos, las ollas absorben los ingredientes y el
sabor de la comida que se manipula en ellos, es decir, las familias observantes
tienen dos vajillas y diversos sets de utensilios separados físicamente. Si un
plato se ha utilizado para carne no se puede volver a usar para comer productos
lácteos si no se ha producido un proceso de kasherización.
Y allí estaba yo, en un café de Jaffa contemplando el certificado kosher que muestran con orgullo, después
de haber vaciado la vejiga.
Hemos ido a
la costa y hemos caminado un poco a la orilla del mar. Los colores del agua
eran verdosos, tan bonitos. Antes de pisar la arena hemos observado desde el
paseo marítimo que un hombre con un caballo vigoroso y joven estaba en la
playa. La piel del hombre, dorada por el sol, era del mismo color moreno que su
compañero equino. El hombre, con el pecho descubierto, cogía el caballo por la
brida pero el animal se resistía a ser atado y dominado. Desde lo alto éramos
unos cuantos los que observábamos la escena cegados por la luz del sol y la
belleza del instante.
De camino a
Neve Tzedek, el barrio blanco, hemos pasado por la antigua estación de tren de
Yaffo. Ahora es una especie de centro alternativo con cafés y tiendas de arte
carísimas llenas de objetos artesanos y artísticos bellísimos. Lo mismo ha
ocurrido con Neve Tzedek. Se encuentran muchos edificios de la época Bauhaus, unos
con una fachadas muy limpias y otros en proceso de recuperación. La vivienda en
Tel Aviv y Jerusalén tiene un precio prohibitivo: más o menos el doble que en
Madrid o Barcelona. Además, Tel Aviv vive un momento de expansión y
especulación inmobiliaria importante como os decía. Una buena manera de
entender la importancia del estilo Bauhaus en Tel Aviv es compararla con la
relevancia del modernismo en Barcelona. Tel Aviv es el lugar del mundo con el
mayor número de edificios de este estilo arquitectónico. Hay cerca de cuatro mil.
La Bauhaus fue una escuela arquitectónica fundamental fundada en Alemania por
Walter Gropius que fue cerrada por los nazis. Esta escuela buscaba promover la
armonía entre la funcionalidad y la estética, tan difícil de mantener. Muchos
de los arquitectos judíos de la Bauhaus alemana y sus alumnos huyeron a la
Palestina de los años 30 del siglo pasado después del ascenso de los nazis. En
Tel Aviv aprovecharon para poner en práctica un plan urbanístico de acuerdo con
las características desérticas de la zona donde se encuentra esta ciudad. Por
eso se promovieron los colores claros en las fachadas para evitar el calor y se
construyeron casas utilizando como material la arena del desierto. Este barrio
blanco fue el primero en ser construido a las afueras de Jaffa. Actualmente es
un vecindario elegante, con muchas cafeterías, galerías de arte y talleres de
diseño. Las calles no son muy anchas pero sí tranquilas y la luz lo impregna
todo. Pasear por ellas es un buen ejercicio matutino, porque el tiempo parece
demorarse. No es de extrañar que reciba el nombre de Ciudad Blanca de Tel Aviv.
Un fenómeno parecido ocurre en
el barrio de Florentin, al cual hemos llegado después de cruzar la calle Jaffa,
identificable por sus edificios de viviendas decadentes. Tiene este nombre por David
Florentin, que fue un judío griego que compró esta zona en la década de los 20.
Entonces fue fundado por judíos griegos procedentes de Tesalónica. Es un barrio
bohemio y alternativo que comienza a sufrir esta renovación interesada y especulativa.
Históricamente ha sido habitado por trabajadores y comerciantes, que han
aprovechado la burbuja para vender los locales a altos precios. Estos comercios
han dado paso a impresionantes lofts. Es un distrito urbano y bohemio, un
pequeño paraíso de la cultura alternativa. Caminando por sus calles es fácil
encontrar muchos grafitis pintados en muros y fachadas de diferentes puntos del
vecindario. También hay algunas fábricas reconvertidas en centros artísticos.
He pensado que si hay alguna esencia telavivina se ha de buscar en estos
barrios que hemos conocido esta mañana. En Florentin se palpa la transición
entre edificios en condiciones precarias con un par de construcciones de la
Bauhaus en buen estado. Tel Aviv quiere ser una ciudad en proceso de modernización
constante y su corazón palpitante se encuentra aquí.
La vida nocturna de Florentin es
muy animada y se puede disfrutar de salas de conciertos y bares de copas. Si
hubiese nacido búho y no halcón, os lo podría contar pero mi naturaleza diurna
no me lo permite. No obstante, hemos comido en un bar típico llamado Beit
Lechem Hummus. Hemos tomado un hummus buenísimo y barato, cosa extraña en
Israel. Se encuentra en una esquina de una cruce de calles donde se puede
elegir entre diferentes restaurantes. Este era el más sencillo y el más
genuino. Puedes tomar té de menta (tshai nana) gratis y tienes que elegir
el hummus entre la versión fuul (con
habas especiadas) o masabacha (con
garbanzos y tahina tibia). Nosotras
hemos elegido el segundo con un buen pan de pita. Beit Lechem significa ‘casa
de pan’ en hebreo y es el nombre de la ciudad de Belén (Bethlehem).
Después de
comer, había que bajar el pan y el hummus y hemos seguido nuestra ruta. Florentin
nos ha dejado un buen gusto de boca. Nos ha costado un poco encontrar el
mercado Lewinsky de les especies en esta calle. Es muy apreciado por los chefs
como un minibarrio de tiendecillas y alacenas. Se creó en los años 20 por
inmigrantes de los Balcanes y es un lugar donde los cocineros pueden comprar
hierbas aromáticas, especias frescas, aceite de oliva y otras delicatesen. A
continuación, hemos caminado hacia el centro de la ciudad más bulliciosa. Hemos
dejado a mano derecha el Bulevar Rothschild, para seguir por la calle Allenby
hacia arriba y encontrarnos con el Barrio Yemení.
Ya he dicho
que Tel Aviv es una ciudad de contrastes. Quiere ser una ciudad con la
arquitectura más moderna, pero es también una ciudad a medio camino entre Asia,
Europa y África. El Barrio Yemení es el típico barrio popular con sus callejas
y mercado bullicioso de sabor árabe. El Mercado del Carmel se encuentra en una
calle ancha y larga llena de tiendas y tenderetes donde la gente va arriba y
abajo comprando y charlando. Es el mercado más ajetreado de Tel Aviv y está en
la zona peatonal de la calle Nahalat Binyamin, rodeada de calles desaliñadas.
Cuando te metes, las voces, los gritos y los olores te rodean completamente
creando una atmósfera de irrealidad e ilusión. No me gustan las aglomeraciones
de gente pero tengo que reconocer que en los mercados de los países que he
visitado es donde se puede saborear algo de la pulpa de su cultura e
idiosincrasia. No tienen nada que ver con los impersonales centros comerciales
y los supermercados uniformes. En este se puede comprar desde ropa de playa
rebajada hasta el típico zumo de granada. Allí los vecinos compran aceitunas,
frutos secos, fruta, queso, pan…
Hemos
recorrido toda la calle heroicamente y hemos salido sanas y salvas. ¡Madre mía,
el gentío que había! Nos hemos apartado un poco del mundanal ruido y nos hemos
acercado a un banco donde hemos descansado un poco. El calor es bochornoso y
pegajoso como en Valencia o Barcelona. De pronto, ha comenzado a correr un poco
de aire y ha sido una bendición de Yaveh o Alá que hemos agradecido. Tel Aviv
es una ciudad mediterránea y, de vez en cuando, hace estos regalos. Después de
hacer algunas bromas sobre nuestro cansancio y la climatología, hemos retomado
la marcha hacia la parte más señorial de la ciudad.
Al comienzo
del Bulevar Rothschild se encuentra el Museo de Haganá. No hemos tenido la
oportunidad de visitarlo pero debe de ser un lugar muy interesante. El museo
cuenta la formación y las actividades de esta organización paramilitar precursora
de las Fuerzas de Defensa de Israel (DF). Haganá significa la defensa en hebreo. Este grupo de autodefensa judía se creó en
1920, durante la época del Mandato británico de Palestina. Querían proteger los
kitbutzim (granjas y cooperativas
israelíes) de los ataques que recibieron en los años 20 y 30. La población
judía sufrió diversos pogromos por parte de los árabes como el de Jerusalén de
1920, los disturbios de Jaffa en 1921, de los cuales ya hemos hablado o los
motines árabes de 1929, como los de Hebrón. Los ataques durante la revuelta
árabe entre los años 1936 y 1939, en los que destaca la masacre de Tiberíades
donde murieron diecinueve judíos, once de los cuales eran niños, contribuyó a
reforzar a la Haganá. Aparte de la labor de protección, la Haganá también
colaboró en la entrada ilegal de más de cien mil judíos en Palestina cuando el
gobierno británico restringió la inmigración en 1939. Después de la Segunda
Guerra Mundial, la Haganá también llevó a cabo operaciones antibritánicas. Ha
sido una organización polémica y controvertida que ha tenido entre sus miembros
más conocidos a los primeros ministros, antes de serlo, Ariel Sharon y Shimon
Peres.
Nosotras
hemos optado por la acción más pacífica de recorrer el Bulevar Rothschild, una especie de Campos Elíseos israelíes. Es un
paseo muy agradable. Tiene carril bici ya que hay muchas y también bastantes
patinetes eléctricos. Odio los patinetes eléctricos. ¿Qué problema tiene la
gente con caminar? El bulevar está flanqueado por casas unifamiliares de una
planta o dos de estilo Bauhaus. Hay modernas oficinas, buenos restaurantes y
edificios oficiales. En la acera central hay bancos y grandes árboles que dan
agradables sombras que te invitan a sentarte y disfrutar de las vistas
cotidianas de la gente pasando. Acaba en la Plaza Habina, también conocida como
la plaza de la Orquesta. Es un inmenso espacio público importante en la ciudad.
Allí se encuentran diferentes instituciones culturales: el Teatro Habima, el
Palacio de la Cultura y el pabellón de arte contemporáneo Helena Rubinstein. La
plaza se encuentra en la intersección de Rothschild y la calle Dizengoff, que habíamos
recorrido aquella mañana ya lejana. Cerca había un lugar acotado por una valla
de madera y con el suelo cubierto de césped artificial, con gente leyendo
acostada en una especie de hamacas de tela, y niños jugando.
Hemos querido
exprimir el día y hemos caminado hasta el Museo de Arte de Tel Aviv. El
edificio contemporáneo, diseñado por el arquitecto norteamericano Preston Scott
Cohen, es sencillamente espectacular. Está situado en el extremo este del
centro de la ciudad y su oferta es amplísima, incluidas actividades para niños.
Su colección de arte impresionista y postimpresionista europeo es magnífica: Renoir,
Gauguin, Degas, Pissarro, Monet, Picasso, Cézanne, Van Gogh, Matisse, Chagall y
algún señor más. También tienen una parte dedicada al arte israelí. El edificio
tiene dos partes con dos entradas diferentes. Están conectadas por el interior
y por un jardín que acoge una agradable cafetería donde es posible sentarse y
comer junto a una fuente. No hemos desaprovechado la ocasión y hemos hecho una
parada porque el día ya comenzaba a pesarnos seriamente. Hemos ocupado una mesa
que ha sido donde hemos tomado nuestra merienda-cena europea. Allí hemos vuelto
a observar a los telavivinos que disfrutaban de aquel oasis como nosotras. No
los conocíamos ni los volveremos a ver, pero coincidimos durante un tiempo en
un lugar bonito y agradable donde las conversaciones a media voz flotaban en el
aire y se elevaban hacia el cielo. Había un par de niños que querían subirse a
una escultura pero una de las vigilantes les ha llamado la atención y les ha
dicho que no podían hacerlo. Uno de los niños la miraba extrañado porque no
reconocía el supuesto valor que aquella señora le otorgaba a su objeto de
juego. Su madre ha acudido para hacérselo entender.
El atardecer
comenzaba a asomarse y las piernas flaqueaban. Hemos vuelto en el mismo autobús
del día anterior, el número 55. Hemos buscado la parada que se encontraba junto
a un hospital. Una mujer mayor muy amablemente me ha preguntado en inglés,
mirándome a los ojos, si necesitaba ayuda cuando ha visto que comprobaba el
trayecto en el cartel que había en la parada. Llevaba unas gafas redonditas y
tenía los ojos azules.
Jueves, 29 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero
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