Gracias a Dios (Grâce à Dieu, 2018)
es la última película del cineasta galo François Ozon, autor de En la casa (Dans la maison, 2012),
adaptación de la obra teatral El chico de
la última fila del madrileño Juan Mayorga, y de la elegante y lírica Frantz (2016). En esta cinta se acerca
al drama de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica en Francia,
para convertirse en la Spotlight (Thomas
McCarthy, 2015) francesa. Ozon, que había concebido esta historia como un
documental en un primer momento, mantiene el nombre del abusador, el cura
Bernard Preynat, y del arzobispo de Lyon, encubridor y obstructor de la causa,
el cardenal Barbarin. Sin embargo, aunque es fiel a los testimonios de las
víctimas y al nacimiento y actividad de la asociación La palabra liberada, Ozon cambia el nombre de los tres hombres protagonistas.
En ellos, podemos constatar cómo una experiencia traumática de tal calibre
afecta de manera diferente y suscita reacciones diversas. Sin embargo, hay una
común: la culpa y la vergüenza que todos ellos experimentan, en algún momento,
por lo que les sucedió.
Alexandre
(Melvil Poupaud) es un padre modélico de familia que vive en Lyon con su esposa
y sus cuatro hijos, a quienes da una educación cristiana. Se entera de que el
sacerdote que abusó de él de niño en un campamento cuando era boy scout sigue
en contacto con menores. Inicia una causa interna dentro de la propia Iglesia
para apartar a su abusador del ejercicio con menores y procurar su expulsión
del sacerdocio. Topa entonces con la ambigüedad y la dilatación del
procedimiento por parte de la institución, así como con la incomprensión de sus
progenitores que le reprochan que remueva el pasado. Una denuncia a la
fiscalía provoca que entre en contacto con François (Denis Ménochet), un ateo
que vive el trauma de manera bien distinta y que, en un primer momento, tiene
reservas a la hora de denunciar. Por último, Emmanuel (Swann Arlaud), otra
víctima del sacerdote, ha vivido las consecuencias del abuso en su vida de
manera más directa ya que no ha sido capaz de desarrollar su existencia con normalidad.
Ozon adopta un punto de vista contenido, buscando la narración aséptica, que recoja los hechos más relevantes. Se reproducen, con voces en off, los correos electrónicos que Alexandre, Barbarin y la psicóloga del arzobispado intercambian y a los que Ozon tuvo acceso. Esa sobriedad discursiva y aridez en el relato visual es lo que otorga fuerza combativa a la historia de denuncia de estos hombres y provoca la indignación del espectador. Con esa parquedad, Ozon somete al receptor al silencio nocivo de décadas, al enmudecimiento castrador, socialmente impuesto a las víctimas de abusos, que ha infligido tanto daño como los propios abusos. Recordemos que, gracias a Dios, la mayoría de estos delitos han prescrito cuando las víctimas están en disposición de hablar y denunciar. Así la palabra se convierte, una vez más, en el elemento liberador y reparador de la herida porque solo después de la revelación del trauma se empieza a superar la vergüenza, la culpa y se puede reclamar justicia. Esta es una de las escenas que se repite en la película: la confesión de los abusos sufridos, en ocasiones durante años, por adultos con los que podemos convivir día a día y que guardan en secreto este pasado de ignominia. Ese es el drama al que apunta el relato con la fuerza de sus silencios: si todas las víctimas de abusos de la Iglesia gritaran al unísono, quedaríamos perturbados ante el clamor de semejante horror.
Ozon adopta un punto de vista contenido, buscando la narración aséptica, que recoja los hechos más relevantes. Se reproducen, con voces en off, los correos electrónicos que Alexandre, Barbarin y la psicóloga del arzobispado intercambian y a los que Ozon tuvo acceso. Esa sobriedad discursiva y aridez en el relato visual es lo que otorga fuerza combativa a la historia de denuncia de estos hombres y provoca la indignación del espectador. Con esa parquedad, Ozon somete al receptor al silencio nocivo de décadas, al enmudecimiento castrador, socialmente impuesto a las víctimas de abusos, que ha infligido tanto daño como los propios abusos. Recordemos que, gracias a Dios, la mayoría de estos delitos han prescrito cuando las víctimas están en disposición de hablar y denunciar. Así la palabra se convierte, una vez más, en el elemento liberador y reparador de la herida porque solo después de la revelación del trauma se empieza a superar la vergüenza, la culpa y se puede reclamar justicia. Esta es una de las escenas que se repite en la película: la confesión de los abusos sufridos, en ocasiones durante años, por adultos con los que podemos convivir día a día y que guardan en secreto este pasado de ignominia. Ese es el drama al que apunta el relato con la fuerza de sus silencios: si todas las víctimas de abusos de la Iglesia gritaran al unísono, quedaríamos perturbados ante el clamor de semejante horror.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico Ágora Alcorcón
Gracias, Begoña, por acercarnos esa otra cartelera alejada del circuito comercial, tan justa y necesaria. El título es ya de por sí revelador.
ResponderEliminarLas películas comerciales ya tienen la atención mediática suficiente. Me interesa el cine, el teatro y la literatura que me hace pensar. :-)
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