Tú y yo estamos en tiempos y lugares diferentes y, sin
embargo, estamos comunicándonos. Tú estás en tu casa y yo en el salón de mi
hogar. Incluso es posible que yo haya muerto cuando leas estas letras. A pesar
de todo, haces posible la correspondencia entre nosotros, dos desconocidos.
Mantenemos un diálogo que nos enriquece a ambos: sin conocernos hacemos que el
otro se sienta un poco menos aislado. Así compartimos solidariamente la soledad
de nuestra condición humana. Buscamos reposo en el sentido y en el sonido de
las palabras: yo, cuando escribo; tú, mientras lees. Porque los dos somos seres
incompletos. ¿Somos nosotros también personajes de la fabulación de alguien que
nos piensa? Los dos alimentamos un universo de imaginación en el que queremos
dar significado a nuestras heridas, aligerarlas, curarlas si se puede. Nos
hacemos compañía más allá del tiempo y del espacio. Estamos sentados en butacas
que nos abrazan los hombros y nos sostienen la cabeza con comodidad. Son
asientos diferidos en el espacio también. Me imagino el color de tapizado del
tuyo, la intensidad de la luz, la escena privada de lectura donde me permites
internarme en tu mundo y hablar contigo. No te extrañes; estoy pensando en ti
cuando emborrono estas rayas con tinta sobre el blanco del papel. ¿Qué
recuerdos tuyos conseguiré sacudir? ¿Qué lecturas pasadas o experiencias
literarias evocarás como consecuencia de este relato que protagonizamos tú y
yo? Antes de todo somos lectores: esta es nuestra primera experiencia
literaria. Ten en cuenta que el oficio de lector es mucho más valioso que el de
escritor. Sin ti, yo no soy nada. Si no eres capaz de iniciar esta conversación
conmigo, estas palabras no tendrán ningún sentido, no habrán conseguido su
propósito. Morirán antes de haber nacido. Estas líneas han permanecido inertes
hasta que tú has cogido el libro entre las manos y has decidido darles vida. También
me haces revivir a mí misma con este gesto tan sencillo. Me has vuelto a
alumbrar. Solo tu lectura, este acto tranquilo e inofensivo, es capaz de
revivir las palabras. Las hojas de papel que rozamos con la yema de los dedos
también son disímiles y, a la vez, tan iguales. ¿Qué es lo que hace que estos
escritos continúen perpetuándose durante centenares de años?
Begoña
Chorques Fuster
Profesora que escribe
Profesora que escribe
No se si has recibido mi comentario.No lo veo, así que te lo repito, mas o menos decía así:
ResponderEliminarQue relato más nostálgico.Creo recordar que este tema, escritor y lector, lo has tocado en algún otro relato
Con lo que no estoy de acuerdo es con lo que dices de la mayor importancia del lector respecto al escritor. ¿Que haríamos los lectores sin la previa existencia de los escritores?. Aburrirnos.
Querido Víctor. He compartido este mismo relato en su versión original en catalán. Puedes discrepar lo que quieras. Sin embargo, yo sigo pensando que nuestra primera experiencia con la literatura es como lectores. Sin lectores, no habría escritores. Iré más lejos: el buen escritor es, sin duda, un buen lector. Un abrazo.
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