Los restos mortales del dictador Francisco
Franco deben ser trasladados del Valle de los Caídos. Han pasado cuarenta y
tres años desde su muerte; parece que ha llegado el momento de que este
monumento a la vergüenza sea desmantelado. Es inadmisible en una democracia
moderna que exista un santuario que rinda homenaje a una dictadura fascista que
se perpetuó en el poder a lo largo de casi cuatro décadas. El gobierno
socialista encabezado por Pedro Sánchez debe buscar la mejor fórmula jurídica
para garantizar que esta exhumación no tenga vuelta atrás.
Se trata de una recomendación de la Naciones
Unidas. Algunos ministros han señalado que es un mandato democrático votado en
el Congreso de los Diputados, que el anterior ejecutivo del PP ignoró; otros
políticos han declarado que la sociedad española ya es lo suficientemente
madura para que este traslado se realice sin conflictos. ¿Se trataba realmente de
una falta de madurez democrática de la ciudadanía? ¿O quizás faltaba
determinación para emprender un traslado que levantaba ampollas en los sectores
más reaccionarios? ¿O es que acaso esas resistencias afines al franquismo han
perdido poder de influencia o se han alejado de los poderes fácticos? Lo que
parece inevitable, al fin, es que en España dejará de haber un monumento de
exaltación del fascismo con el beneplácito de la Iglesia católica. El
Arzobispado de Madrid, cercano al papa Francisco, ha afirmado que no se opondrá
a la exhumación.
¿Se imaginan un monumento de estas características
a las afueras de Berlín o en el corazón de Roma? No por repetido y sabido es
menos cierto este argumento. Quizás debamos preguntarnos por qué fue posible en
España y es impensable en Alemania o Italia, por qué aquí se ha asumido con una
naturalidad increíble durante decenios. ¿Fue esa transición realmente tan
modélica como nos han inculcado a los nacidos a partir de los setenta? ¿El
relato de este periodo histórico apasionante es tan uniforme y unívoco como se
ha pretendido desde determinadas instancias?
Quizás el gobierno de Sánchez y el parlamento
español no deban conformarse solo con esta exhumación. El revisionismo debería
imponerse y la aplicación de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero debería
hacerse efectiva finalmente. Con todo esto, deberían retirarse las
condecoraciones al torturador Billy el Niño, junto con las mejoras económicas
en su pensión que estas suponen; habría que retirar el recién concedido ducado
de Franco a la nieta de este, así como los 39 títulos nobiliarios que concedió
el Dictador y que siguen apareciendo en el registro de ‘grandezas y títulos del
reino’ del Ministerio de Justicia; además debería ilegalizarse la Fundación
Francisco Franco que hace apología del fascismo con dinero público recibido de
subvenciones; pero, sobre todo, deberían exhumarse los restos de todos los
represaliados del franquismo que permanecen en cunetas y fosas comunes.
¿Qué se puede hacer con el Valle de los Caídos
después del traslado? Debe reconvertirse en un memorial que recuerde lo que
ocurrió y lo que jamás debe volver a suceder. No comparto la idea de que pueda
ser un monumento a la reconciliación porque, durante demasiados años, ha
servido para recordarnos cómo una España aplastó, asesinó, reprimió y silenció
a la otra. Este Valle fue construido por presos políticos republicanos
condenados a trabajos forzados que, en demasiados casos, se dejaron la vida
literalmente en él y que permanecen allí enterrados junto al dictador.
A pesar de la oposición de la familia y de que
hayan afirmado que no se harán cargo de sus restos porque no pueden garantizar
que su tumba no sea profanada, parece que el destino más probable de Franco
será Mingorrubio, el cementerio de El Pardo, donde hay una capilla en cuya
cripta se encuentra la tumba de Carmen Polo, su mujer, fallecida en 1988. En este cementerio se encuentran enterrados figuras funestas del
Franquismo como Carrero Blanco, Arias Navarro y algunos ministros y militares. Ha
pasado casi desapercibido el hecho de que el mantenimiento de esta cripta
privada corre a cargo del Ayuntamiento de Madrid, aunque en la Funeraria
Municipal no hay constancia de factura alguna. ¿Son estas concesiones hechas a
la que fue la familia más poderosa de este país? ¿Debe pagarse la conservación
de este camposanto con dinero de todos los madrileños?
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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