El director alemán Win Wenders vuelve a rodar en Japón desde que lo hiciera en 1985 con Tokyo-Ga, un documental sobre Tokio en el que rinde homenaje al cine de Yasujiro Ozu. A partir de escenas del director nipón, Wenders se sumerge en el Japón real buscando radiografiar un país en continuo cambio.
En esta ocasión, Wenders opta por la ficción para volver a evocar al maestro Ozu y nos presenta a Hirayama (Koji Yakusho), un hombre de media edad que se gana la vida limpiando baños públicos en Tokio. A pesar de que se trata de un trabajo tedioso y poco agradable, el protagonista lo ejecuta con dedicación japonesa y al detalle. A lo largo de las escenas, nos vamos zambullendo en las rutinas de este hombre sencillo que afronta cada día con la certeza de que es único y de que hay que vivir cada momento. Tiene afición por las plantas, es un amante de la música de décadas pasadas que escucha en casetes, lee cada día y le gusta la fotografía analógica. Es, además, un ser humano contemplativo.
La historia, aparentemente simple y fácil de contar, se empeña en mostrarnos una y otra vez, como si se tratara de variaciones de una misma pieza musical, la vida sencilla de este hombre que vive solo y de cuyo pasado y familia no sabemos nada. Vamos descubriendo su cotidianeidad y la plenitud con que vive en sus espacios de tiempo libre. Sin embargo, es una persona solitaria que apenas interacciona con las personas de su entorno. Los diálogos son escuetos y amables, breves saludos y gestos, que en ocasiones son introspectivos y significativos. Aquellos con los que tiene más relación son su compañero de trabajo, un joven llamado Takashi (Tokio Emoto), y una sobrina suya que aparece por sorpresa, la joven Niko (Arisa Nakano). Gracias a ella, nos asomamos de manera tímida al pasado de Hirayama y a sus heridas emocionales, que las tiene.
El valor estético y ético de esta historia reside en el mérito de este personaje de centrarse en una vida sencilla alejada de toda ostentación y lujo, explorando la belleza y el significado de lo mundano. La satisfacción, la pasión personal y el descubrimiento de uno mismo son la gran revelación a la que podemos y debemos aspirar. No es de extrañar que fuera nominada al Óscar como Mejor Película Extranjera en 2024 y Koji Yakusho consiguiera el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes. El tratamiento de la fotografía, dirigida por Franz Lustig, crea el marco perfecto, tranquilo y evocador, basado en el detalle, para confirmarnos lo verdaderamente importante en la vida: “Mañana es mañana. Y ahora es ahora”.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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