¿La muerte puede ser cosa de risa? ¿Por qué ante la muerte de un amigo todas las frases resultan tópicas y superficiales? ¿Tiene sentido la amistad desde la infancia marcada por la rutina y la costumbre? Ayer salí de las Naves del Español en el Matadero de Madrid, con estas preguntas metidas en el bolsillo del abrigo, resguardándome de una tarde fría de invierno. Y sí, sí podemos reírnos de la muerte, es lo que nos queda como criaturas ridículas y estúpidas que tienen la batalla de la inmortalidad perdida. Solo aceptando nuestra levedad podemos vivir el momento con plenitud y conscientes de la fugacidad de nuestro paso por la Tierra. Cuando llega el momento de la verdad, solo nos queda sumergirnos en el silencio.
Somos poca cosa, como los tres protagonistas de Amistad de Juan Mayorga. Se trata de tres personajes masculinos, de mediana edad, que han llegado a ese punto vital en el que echar la vista atrás es ser consciente de todo lo que ha quedado por el camino, de lo deseado y no logrado. Son amigos de toda la vida y han compartido juegos en la infancia, viajes, ideas, trabajos, incluso alguna mujer. Ahora confraternizan con un juego mortal. Simulan la muerte de cada uno de ellos para decirse lo que no se atreven a confesarse de tú a tú. Se trata de tres varones con una educación emocional deficitaria, que les cuesta hablar de sí mismos desde las tripas, que siguen llamándose por el apellido como cuando se hicieron amigos en el colegio. Por eso, Manglano, Dumas y Ufarte se agarran a los lugares comunes compartidos con los compañeros de juventud mostrando una camaradería de la que, en ocasiones, parecen dudar. Confieso que cuando vi el cartel de la obra, pensé en Arte de Jasmina Reza en la que una obra de arte se convierte en pretexto para hablar de la amistad, dudar de ella y ponerla en jaque. La amistad es, probablemente junto a la familia y la pareja, la relación más esencial que tenemos. Dicen que, a diferencia de la familia (y me atrevo a decir la pareja también), elegimos a nuestros amigos. ¿Pero realmente elegimos a nuestros amigos de la infancia? Con los años, ¿nos dejamos llevar por la inercia o decidimos quedarnos en la casa en la que se convierten nuestros amigos de la niñez?
La muerte es algo tan serio que necesitamos el juego para enfrentarnos a ella. Solo así somos capaces de encarar la verdad: que el tiempo pasa y la vida se nos escurre entre chistes fáciles, trabajos que no nos satisfacen, imágenes autoconstruidas de nosotros mismos que esconden nuestro verdadero yo. Dumas, Manglano y Ufarte (en orden alfabético) recuerdan en algún momento la panda de cretinos del guasaclub que se juntaron para preparar la broma antológica para La señorita de Trevélez de Carlos Arniches, aquella solterona poco agraciada que Juan Antonio Bardem llevó al cine en Calle Mayor. La diferencia fundamental radica en que esta vez los pobres feos, las víctimas de esta broma macabra, somos nosotros mismos, especialmente los varones, porque “las mujeres se mueren de otra manera”. ¿Seremos capaces de decirnos sin ambages, sin coches de gama alta ni relojes de por medio, lo que realmente somos y tenemos? No lo sabemos, pero siempre nos quedará el teatro y la comedia para reírnos. Gracias, Juan.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Interesantes reflexiones, desde luego. Desde la perspectiva de alguien que está más cerca del final que del principio, espero encarar mi último viaje con la capacidad de seguir riendo y, sobre todo, compartiendo risas con los que quiero y me quieren. Después de todo, aquello que estudiamos sobre los seres vivos, "nacen, crecen, se reproducen y mueren", también aplica al ser humano.
ResponderEliminarGracias por tu reseña, Begoña
Vivir siendo conscientes de nuestra finitud haría que no nos jorobásemos tanto los unos a los otros. Hay quien se cree que es inmortal... ;-)
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