domingo, 8 de agosto de 2021

SALUD O LIBERTAD

Como si de un nuevo eslogan político se tratara, parece imponerse esta falsa disyuntiva de la misma forma que lo hizo la de salud o economía. La cuestión sintáctica no es baladí, ya que sustituir la conjunción copulativa por una disyuntiva hace brotar en nosotros un sentimiento de frustración y privación erróneo o desenfocado.

 

Esta semana, el Consejo Constitucional francés (el equivalente al Tribunal Constitucional) ha avalado el uso del llamado pasaporte Covid para acceder a locales de ocio (bares, restaurantes, museos, teatros, cines o gimnasios). También será necesario para acceder a centros comerciales y a trenes de medio y largo recorrido. Este podrá ser sustituido por una prueba negativa o la acreditación de haber superado la enfermedad. Mientras, en España, algunas comunidades autónomas, gobernadas por partidos de distinto color político, empiezan a aplicar estas restricciones en medio de la polémica y la disparidad de opiniones de los sectores económicos afectados. Los jueces franceses también consideran constitucional la vacunación obligatoria de las personas que desempeñan determinadas profesiones como sanitarios, bomberos o camareros por su exposición al público. El argumento principal de los jueces es que respeta el “equilibrio” entre las libertades individuales y la protección de la salud pública. Como era de esperar, los adalides de la libertad han puesto el grito en el cielo pues lo consideran un atropello a los derechos de las personas. ¿Se puede ser sanitario o docente y no querer vacunarse? Parece ser que sí. ¿Se puede ser un ciudadano responsable y no querer vacunarse? La mera formulación de esta pregunta, que dejo sin responder, ofenderá a algunos seguramente. Esta tendría que ser un cuestión ética, no jurídica.

 

Desde que empezó la pandemia, se despertó el debate sobre la limitación o suspensión de los derechos individuales, controversia que llegó hasta el Tribunal Constitucional español, a instancias de Vox, con la declaración de ilegal del confinamiento domiciliario que tuvo lugar durante el primer estado de alarma. Ha sido esta una victoria de la derecha española sobre el Gobierno español que carga de razón a todos aquellos que priman la libertad personal sobre todo lo demás. En este punto, cabría la reflexión sobre qué herramientas jurídicas restarían a las administraciones públicas en el caso de que una situación de la envergadura, provocada por el virus Covid-19, se volviera a producir.

 

Se suele afirmar que la valoración de las situaciones depende mucho del punto de vista desde el que se analice. Es por esto que he hablado de desenfoque –cierto que quienes no estén de acuerdo con mi tesis opinarán que la equivocada soy yo–, pero esta es mi visión del asunto. Pienso que estas cuestiones no debieran haber llegado a los tribunales ni debieran haber sido resueltas por los jueces. Una vez más, ha fallado el consenso y la capacidad de llegar a acuerdos de nuestros políticos. No obstante, no echemos balones fuera: ellos no son más que un reflejo de la sociedad que formamos entre todos. En mi opinión, se trata de una cuestión de responsabilidad individual que afecta a lo colectivo, no es más que comprometer (que viene de compromiso) la libertad personal en pos del bien común, es decir, para ponerla al servicio de la sociedad. Posiblemente, esto sonará ilusorio en los tiempos poscapitalistas que nos ha tocado vivir, donde lo individual está por encima de lo social, donde queremos convertir el deseo particular en derecho y ley. No obstante, se impone la realidad a esta fantasía narcisista. Optar por lo colectivo es simple pragmatismo, supervivencia pura y dura que podría ser calificada de egoísta. Cuanto mejor nos vaya como colectivo, más progreso personal alcanzaremos.

 

El diccionario de la RAE define el negacionismo como “la actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes”. No es un fenómeno nuevo. El mismo lexicón normativo menciona el holocausto pero no hace falta irse tan atrás; basta con observar a aquellos que se han pasado las últimas décadas negando el cambio climático (un dinosaurio que seguirá ahí cuando despertemos de la pesadilla de la pandemia).  Permitidme que ponga el foco en la definición –negación de la realidad– y en el porqué esto se produce en determinados individuos: por miedo y por egoísmo. Hay una parte de la sociedad que no está dispuesta a aceptar que nuestro modo de vida desenfrenado ha llegado a su fin, sencillamente porque el planeta está agotado y empieza a gritar ‘basta’. Una vez más, queremos que el mundo y la realidad respondan a nuestras apetencias inmediatas y subjetivas. No saciarla supone una fuente de frustración y privación, un atropello a nuestra libertad. En segundo lugar, se encuentra el miedo que un sector, por suerte minoritario, de personas están expresando hacia las vacunas al negarse a que le sean suministradas. Reconocer ese temor, expresarlo y ponerlo en contexto puede ser el principio para afrontarlo. Todos hemos sentido miedo a lo largo de esta pandemia en algún u otro momento, porque esta situación ha puesto de relieve nuestra vulnerabilidad. Ser capaces de compartirlo nos hará conscientes de que todos nos encontramos en el mismo barco. Nuestra suerte será común, porque nos encontramos ante un desafío planetario que compromete a la humanidad entera.

 

En definitiva, no se trata de salud o libertad. No podemos ser enteramente libres si no gozamos de una buena salud física y mental. De la misma forma, hemos de hablar de salud y economía, porque sin la primera no es posible la segunda. Para razonar esta última afirmación utilizaré un ejemplo sencillo, incluso pueril. Ante la noticia de un problema de salud grave, muchas veces mortal, de un personaje de relevancia pública, ¿no hemos afirmado que esta persona y sus familiares hubieran dado todo lo que poseen, que no es poco, por conseguir/comprar la salud y, en consecuencia, la vida? Sabemos que esto no es posible, sin embargo, nos empeñamos en vivir dándole la espalda a esta realidad, negándola.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


9 comentarios:

  1. ¡Cuánta razón hay en tus palabras, Begoña!Habría que preguntarse qué ha sido del "sentido común" del ser humano, que le llevaba a elegir siempre el mal menor, y, si ello implica algunas renuncias, habrá que aceptarlas para conservar aquello que tiene mas valor: la VIDA.

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    1. Creo que estamos perdiendo el 'sentido común' y el 'bien común' y así nos va... Y peor que nos va a ir como no enmendemos la dirección...

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  2. Precioso Begoña. Por desgracia están los discursos de la extrema derecha que se repiten sin análisis previo alguno. Esto que cuentas se puede trasladar perfectamente al problema humanitario que supone la inmigración. Vivimos un momento del yo, y eso no ayuda a que este mundo cambie, lo peor que vamos a peor. Lo dio por comportamientos sociales que llevan a un grupo de jóvenes a matar a otro de una paliza, y creo que se acaba de repetir hace poco. Gracias por escribir, compartir y hacer pensar.

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    1. Gracias, Antonio, por tu comentario. Para nuestra desgracia, nos dejamos llevar por un egoísmo poco inteligente... No queremos ver que según le vaya al que tenemos al lado, así nos irá a nosotros. Pasa con la inmigración (creemos sentirnos a salvo en nuestro territorio) y está empezando a pasar con las vacunas y su distribución tan desigual... En fin... ¡Vaya bichos, los humanos!

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  3. Como siempre te has expresado clarísimamente. Lástima que los negacionistas ni siquiera te leerán.Ellos se lo pierden. Seguirán siendo igual de cenutrios.

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    1. Lo importante es que cada cual hable con el negacionista que lleva dentro... el que no quiere asumir la realidad desasosegante que nos ha tocado vivir...

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  4. Begoña, qué casualidad. Ayer, me topé con el discurso fúnebre de Pericles sobre la democracia, en el que el orador repite a lo Martin Luther King "Aquí en Atenas, nosotros hacemos así". Entre los argumentos que utilizaba el griego para justificar por qué su polis era una democracia, estaba este:
    "Un ciudadano ateniense no descuida los asuntos públicos cuando atiende sus intereses privados, pero, sobre todo, no se ocupa de los asuntos públicos para resolver sus asuntos privados". Aunque la democracia que describe Pericles también tenía sus taras, lo cierto es que, como dices en tu artículo, cuando políticos y ciudadanos solo atienden a lo propio y no a lo común, la gestión de la cosa pública se convierte en una mera gestión de los egos. Ni siquiera una pandemia ha sido capaz de devolvernos al bien común de las polis griegas. Aquí, en Occidente, nosotros hacemos así.

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