lunes, 12 de julio de 2021

SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS

Una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. ¿Se puede decir algo mejor de alguien? Así comienza el monólogo Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes que el recientemente desaparecido José Sámano ha adaptado para el teatro. Un José Sacristán, en su plenitud interpretativa a los 83 años, se transforma en Nicolás, un pintor sumido en una crisis creativa, como consecuencia de la enfermedad y muerte de su esposa, Ana. En el escenario se produce una extraña trinidad pagana pues el espectador no sabe bien a quién escucha (personaje, actor o autor o a los tres a la vez). Miguel Delibes escribió esta novela después de la muerte de su mujer, Ángeles de Castro, en 1974 en una temprana madurez.

 

Nadie tiene derecho a condicionar la vida de nadie”, se afirma en la novela con una rotunda modernidad. Sin embargo, todo ser humano podría pronunciar uno o dos nombres propios que han marcado su existencia y que le han acompañado muchos años en el camino a Ítaca. Nicolás y Ana eran dos, pero hacía mucho que decidieron montarse al mismo tándem y, en el momento en que ella ha de bajarse, Nicolás descubre que la simbiosis con su compañera de vida le ha dejado sin orientación ni inspiración. La obra es un contenido y emocionante monólogo elegíaco, aunque se dirige a una de sus hijas, sobre el desgarro vital de ser el último en apagar la luz y lo duro que esto es. “Ahora pienso que no tendré nadie a mano cuando me asalte el miedo”.

 

El texto, aunque breve, encuentra hueco para reflexionar sobre la lectura y el papel que los libros deben desempeñar en nuestras vidas: “los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad de lector siempre quedaba insatisfecha”. Por supuesto la obra de Delibes cumple con este propósito. También medita sobre la creación artística y “la cruel servidumbre del artista”, porque “el hecho de haber pintado mil cuadros no significaba que pudiera pintar mil uno”. Así de caprichosa se muestra la musa o quizás se nos olvida que somos sencillamente humanos de carne y barro.  

 

En cada oración se van deshilvanando la admiración y el amor que Nicolás/Miguel sentía por su mujer y su concepción de la vida: “En el peor de los casos, yo he sido feliz 48 años; hay quien no logra serlo cuarenta y ocho horas en toda una vida”. Poco a poco el lector/espectador es salpicado con detalles de Ana que solo parecen intrascendentes (“Tu madre descubría la belleza en las cosas más precarias y aparentemente inanes”) hasta su irónico sentido del humor, su coquetería o su afición por la decoración y las casas: “Como médico será una notabilidad, pero la casa parece que se la han puesto sus enemigos”. Y es que la voz que nos habla es consciente de lo irreparable de su pérdida y del auténtico secreto de la felicidad: “Pero las más de las veces, callábamos. Nos bastaba mirarnos y sabernos. […] Estábamos juntos y era suficiente”.

 

Hace unos meses, en una entrevista, José Sacristán confesaba que esta podría ser su última obra dada su avanzada edad. Instalado en el presente, el futuro y su lucidez no le permiten mirar más allá. Sacristán/Delibes nos enseñan a mirar y a mirarnos. A pesar de nuestra finitud o precisamente por ella, paladear las palabras de Delibes a través de la voz de Sacristán es un regalo que los espectadores de este montaje guardaremos en nuestra memoria. “Si la muerte fue inevitable, ¿no habrá sido preferible así?

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

2 comentarios:

  1. José Sacristán es sin duda un grandísimo actor, corroborado por ese Premio Nacional de Cinematografía a toda una trayectoria profesional recientemente otorgado. Y Delibes es a su vez un destacado referente de nuestra literatura. Estoy segura de que la combinación de ambos ha de ser algo digno de ver. Gracias por tan interesante reseña!

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    1. Covadonga, es un lujo de obra. Yo ya la he visto dos veces y no me importaría una tercera.

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