“Los
ritos son necesarios”, dijo el zorro a su nuevo amigo el Principito. Y razón no
le faltaba. El miércoles recuperé un rito necesario para quien os escribe. Lo
hice con emoción y también con extrañeza. Es un rito aprendido desde la
infancia y afianzado en la adolescencia y la juventud. Las ciudades pequeñas en
los años ochenta y noventa del siglo pasado no ofrecían demasiadas alternativas
de ocio para los jóvenes. ¿Qué queréis que os diga? Soy una romántica y echaba
de menos el ritual de entrar en un sala de cine en penumbra, buscar mi butaca,
tomar asiento y disfrutar con el apagado de luces y el encendido de la
pantalla. Los primeros acordes que indican que se está en un cine donde se
exhiben las películas en versión original es una letanía familiar para mí, casi
un himno o un salmo responsorial. Ese día tomó un nuevo significado. Desconozco
si todo esto se podría considerar lo que han llamado la nueva normalidad, quizás
sea disfrutar de la cultura y del arte como lo hacíamos antes, pero con una nueva
mirada, como un privilegio y una necesidad que no hay que dar nunca por supuestos.
Los seres humanos estamos necesitados de ritos porque, como decía Umberto Eco, somos
animales religiosos por naturaleza y esto ocurre porque somos el único animal
que tiene la certeza y la consciencia de que va a morir. Y, después de lo
ocurrido, deberíamos saberlo más que nunca y disfrutar, con prudencia y
estoicismo, de la alegría de estar vivos y de los placeres de la vida y de la
cultura que nos riegan las emociones y el pensamiento.
La
última vez que celebré este rito fue el once de marzo, sin querer darme cuenta
de que tardaría algo más de tres meses en volver. La sala estuvo prácticamente
vacía en una sesión a mediodía; solo asistimos tres espectadores huérfanos para
ver un documental argentino que no iba a estar mucho tiempo en cartelera aunque
se había estrenado el 8M: La ola verde
(que sea ley). Se trata de un documental del cineasta Juan Solanas en el
que retrata las vibrantes movilizaciones del movimiento feminista para
despenalizar el aborto en Argentina y que llevaron a la presentación de una ley
en el Congreso en junio de 2018. La cinta recorre el camino del trámite
parlamentario, intercalando opiniones y testimonios de mujeres activistas,
víctimas de abortos clandestinos y familiares de fallecidas, juristas y
políticos, hasta su rechazo por parte del Senado argentino en agosto de ese
mismo año. A pesar del fracaso, el espectador abandona la sala con la
convicción de que la lucha por la libertad de las mujeres no está perdida,
porque conlleva salvar la vida de muchas hermanas. La ola verde consiguió el premio Otra mirada en el Festival de San Sebastián.
Aquella
tarde me quedó en el tintero de la cartelera otra película de mujeres, dirigida
por otra mujer: Gracia Querejeta. Estuvo hibernando pacientemente los tres
meses de confinamiento, en aquellos días en que contábamos los muertos a
centenares en un cómputo desgarrador. Ha sido una primavera dura y difícil y la
cultura nos ha consolado solo parcialmente de la enfermedad y la muerte. Y no
sé lo que hubiera sido de nosotros sin ella. Invisibles me devolvió el goce del ritual cinematográfico
recuperado. Las tres actrices protagonistas, Adriana Ozores, Nathalie Poza y
Emma Suárez, protagonizan esta historia de mujeres que han superado los
cincuenta y que se dan cuenta de su invisibilidad. Es una historia de diálogos
ágiles donde los matices y las contradicciones hacen de esta profesora de
matemáticas desilusionada, de esta inocente encargada de un vivero y de esta
ejecutiva agresiva, personajes creíbles que navegan entre la frustración y el
deseo de coherencia y felicidad. La relación entre ellas es una amistad real:
con reproches, escucha, mentiras y apoyo en la dificultad.
El
ritual se vio alterado por la distancia social y las mascarillas, pero la
sensación de recobrar una práctica que nutre y hace pensar lo compensó con
creces. También la mirada de complicidad de las dos trabajadoras y su saludo familiar. Sin embargo, aún nos queda recuperar otro espacio de encuentro
insustituible: el ágora teatral.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
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