domingo, 8 de marzo de 2020

SOBRE EL TEATRO DE JUAN MAYORGA

“La situación es teatral. Lo es la división del espacio” que nos separa. Así empezó Juan Mayorga su discurso de ingreso en la RAE en mayo de 2019 y razón no le faltaba. “La situación es tan teatral que, al anticiparla con su fantasía y temiendo estropearla, quien escribió estas palabras pudo sentirse tentado, mientras las preparaba en soledad, de pedir, como acostumbra, a un intérprete que las pronunciase en su nombre.”[i] Lo era el escenario, el salón de actos de la Real Academia Española, atiborrado de gente como este salón, investido de solemnidad, con el retrato de Cervantes presidiendo con el director de la institución (como hace ahora el propio Juan); y lo era el disfraz del académico, vestido de chaqué, de pingüino, era el traje de un emocionado hombre de mediana edad.

Representemos, imaginemos el momento. Dos académicos salen a buscar al nuevo miembro que entra por el pasillo central, entre aplausos (los vuestros) para iniciar la ceremonia teatral. Me acerco al ambón dubitativo (como estoy yo ahora), yerro en el asiento que debo ocupar (el acto me abruma, como a mí ahora) y empiezo la elocución para expresaros lo esencial del silencio en el teatro. Comienzo nervioso, consciente del momento trascendente que estoy viviendo y, según voy hilvanando mi discurso, la extraña convicción de no ser yo quien habla templa mis dudas y mi inquietud. Es “un carterista y un trapero y un remendón”[ii] quien habla.

La situación era teatral: esa que hemos evocado con fingimiento a través de mi descripción, como si del Acotador de Hamelin[iii] se tratase, pero que ha querido revelaros dos realidades que flotaban en el aire de aquel salón (¿de este?): la inmensa alegría de las gentes del teatro que allí estaban aquella tarde y el afecto y el cariño sinceros que se respiraban por este animal que habla y escribe, y que se declara enfermo de teatro. Como hoy, a la entrada colgaron el cartel de ‘Localidades agotadas’. Os decía que hemos revivido, representado un momento único y hermoso: vosotros, por primera vez participáis también de él; yo lo vivo por segunda vez; Juan, por M veces. Ese es el valor hipnótico del teatro que El mago[iv] también evoca.

“El teatro es el arte de la reunión y la imaginación”,[v] porque el teatro consiste en un doble acto de fingimiento: una persona que nos dice que es alguien que realmente no es y lo interpreta y otra que finge que se lo cree. Y así comienza la representación. Iniciémosla, pues, con un nuevo ejercicio. Yo fingiré hoy que soy una profesora de Secundaria pesimista[vi]; él representará el papel del dramaturgo Juan Mayorga, que nos habla del hecho teatral; vosotros interpretaréis interés y entusiasmo. En esa confusión entre realidad y ficción, el teatro nos hace tomar distancia de nuestra propia realidad para analizarla, para cuestionarla. Esto es lo que me interesó del teatro de este padre de familia numerosa: que me hace pensar, interrogarme y me devuelve al texto, de la palabra declamada al pensamiento escrito pero con una esencia fundamentalmente dialógica, no dogmática, que no llega a verdades absolutas (porque no las tiene), sino que hace preguntas e indaga en los diferentes puntos de vista, búsqueda esta que solo puede conducir al respeto y a la tolerancia.

Yo he conocido dos veces a Juan Mayorga. Desconozco si habrá una tercera. La primera fue en 2008 cuando asistí en el Teatro de la Abadía a la representación de La tortuga de Darwin. No conocía a aquel autor. Lo confieso. Fui atraída por el magnetismo teatral de Carmen Machi de quien me quedé prendada. Pero el texto que pronunciaba, una auténtica bofetada en la cara primero, emergió como una revelación. Así fui saltando de obra en obra con entusiasmo, según la cartelera me lo iba permitiendo y quién sabe si al ritmo de la propia Harriet, pero con su misma curiosidad, por los textos mayorguianos. Busqué sus obras publicadas pero no era fácil conseguirlas, pues aún La uÑa RoTa no había editado el volumen Teatro 1989 – 2014[vii]. Pero, como el propio Juan afirmó sobre su predecesor en la silla M, Carlos Bousoño, “digo verdad si declaro haber gozado de una relación íntima” desde entonces. Confieso esto en un tono casi firme y reivindicativo como el de Teresa de Ávila en La lengua en pedazos.[viii] Él hablaba, yo hablo de la amistad “que se establece entre el lector y el escritor cuya obra se convierte para aquel en refugio”,[ix] aunque los textos de Mayorga son, para mí, más bien, aguijón que despierta el intelecto y lleva a la búsqueda de la verdad y de otra de sus obras.

“Escribo buscando a otros; ojalá éste sea sitio de muchos encuentros.”[x] Y así nos encontramos en marzo de 2015 en el Ateneo de Madrid, después de la representación de la primera versión completa de Famélica que Mayorga escribió para y con la compañía de actores La Cantera, incorporando las impresiones y opiniones del público. Una vez más fui testigo del hecho como Harriet. Famélica, que trata el tema de las sociedades secretas, “le vino al autor al observar la salida del trabajo de una gran empresa.”[xi] Los empleados no parecían felices, confiesa. Así siguió, o empezó de nuevo, nuestro intercambio dialógico. Tardé más de un mes en escribirle el primer correo electrónico pensando que aquello había sido “ficción o sueño o sombra”[xii], en la cueva de Montesinos, en la torre de Segismundo o en la caverna de Platón. Después, como si de personajes de una comedia de Beckett se tratara, nos hemos ido encontrando y tropezando el uno con el otro a la entrada y la salida de los teatros de este escenario, a veces absurdo y onírico, que es nuestro Madrid.

Juan Mayorga es un continuo “rehacedor de su obra”[xiii] porque entiende que el espectador/lector encuentra nuevos sentidos en el texto que el autor no concibió, porque su constante búsqueda le impide sentirse satisfecho con sus textos. Pero, ante todo, el teatro de Mayorga es un arte político “al menos por tres razones. Porque se hace en asamblea. Porque su firma es colectiva. Porque es el arte de la crítica y de la utopía. Examina cómo vivimos e imagina otras formas de vivir.”[xiv] Vuelve a incrustar sus raíces en los orígenes del teatro clásico, celebrado en el ágora πολιτικη. Yo me atrevo a decir, además, que se compromete con la realidad y con nuestro mundo: da voz a quienes ven y viven la historia desde el suelo (los perdedores), en La tortuga de Darwin;[xv] explora el falseamiento de la historia y su relato unívoco en Reikiavik;[xvi] se sumerge en el exterminio nazi en Himmelweg[xvii] o en El cartógrafo[xviii]; cuestiona el papel del intelectual y su ética en tiempos de crisis en El traductor de Blumemberg[xix] o El crítico[xx] o la libertad creativa del escritor en Cartas de amor a Stalin;[xxi] ahonda en la memoria histórica en El jardín quemado[xxii] o en la humillación psicológica y en el dominio del débil en Animales nocturnos[xxiii]; indaga en el enjuiciamiento de la moral colectiva a través de los abusos a menores en Hamelin[xxiv] o en la violencia verbal en La paz perpetua[xxv] dando voz a los tres perros protagonistas; reflexiona sobre el papel de la escuela y la literatura en El chico de la última fila,[xxvi] o sobre la individualidad del sujeto frente al otro en El arte de la entrevista.[xxvii]   

En el teatro de Mayorga, los animales hablan (Últimas palabras de Copito de Nieve[xxviii]), toman la voz y la palabra porque los humanos hemos pervertido el valor esencial del lenguaje, las palabras que debieran describir la realidad en su esencia. Juan persigue la palabra como “desvelamiento” de la verdad y esto solo es posible a través de la duda metódica, que nos interpela a nosotros mismos y nos aleja de los totalitarismos y  de las verdades absolutas y monolíticas. Como Walter Benjamin, aboga por la superación de ese uso meramente comunicativo que hacemos del lenguaje, manipulándolo según nuestra/vuestra/su conveniencia para acercarnos acaso a una verdad más colectiva, más emocional, más solidaria.

Acabo ya, porque yo también interrumpo el silencio, y lo hago evocando/invocando a aquel niño que escuchaba a su padre leer en voz alta[xxix] mientras jugaba a las chapas, a aquel adolescente que iba a la Plaza de España de Madrid a escribir sus primeros versos, al hombre de teatro generoso convertido en ‘antiautor’. Como afirma Hamlet, “el resto es silencio”.[xxx]

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Discurso leído o interpretado
en el IES Parque de Lisboa de Alcorcón, el 3 de marzo de 2020


[i] Juan Mayorga, Silencio, Madrid, Real Academia Española, p. 9.
[ii] Ibid., p. 10.
[iii] Juan Mayorga, Hamelin / La tortuga de Darwin, Madrid, Cátedra Letras Hispánicas, 2015 (edición de Emilio Peral Vega).
[iv] Juan Mayorga, El mago, Segovia: La uÑa RoTa, 2018.
[v] Juan Mayorga, “Razón de teatro”, en Elipses, Segovia: La uÑa RoTa, 2016, p. 87.
[vi] Juan Mayorga, Intensamente azules, Segovia: La uÑa RoTa, 2017, p. 33 (ilustraciones de Daniel Montero Galán).
[vii] Juan Mayorga, Teatro 1989 – 2014, Segovia: La uÑa RoTa, 2014.
[viii] Ibid., p. 547.
[ix] Juan Mayorga, Silencio, Madrid, Real Academia Española, p. 11.
[x] Juan Mayorga, Teatro 1989 – 2014, Segovia: La uÑa RoTa, 2014, p. 9.
[xi] Juan Mayorga, Famélica, Segovia: La uÑa RoTa, 2016, p. 94.
[xii] Juan Mayorga, Silencio, Madrid, Real Academia Española, p. 10.
[xiii] Juan Mayorga, Hamelin / La tortuga de Darwin, Madrid, Cátedra Letras Hispánicas, 2015 (edición de Emilio Peral Vega), p. 12.
[xiv] Juan Mayorga, “Razón de teatro”, en Elipses, Segovia: La uÑa RoTa, 2016, p. 93.
[xv] Ibid., p. 169.
[xvi] Juan Mayorga, Teatro 1989 – 2014, Segovia: La uÑa RoTa, 2014, p. 727.
[xvii] Ibid., p. 297.
[xviii] Ibid., p. 601.
[xix] Ibid., p. 111.
[xx] Ibid., p. 573.
[xxi] Ibid., p. 219.
[xxii] Ibid., p. 147.
[xxiii] Ibid., p. 333.
[xxiv] Ibid., p. 385.
[xxv] Ibid., p. 513.
[xxvi] Ibid., p. 425.
[xxvii] Ibid., p. 683.
[xxviii] Ibid., p. 371.
[xxix] Ibid., p. 767.
[xxx] William Shakespeare, Hamlet, Madrid: Austral, 1994, p. 210 (traducción de Ángel-Luis Pujalte).


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