domingo, 25 de febrero de 2018

¿POR QUÉ SOY FEMINISTA?

Walter es un estudiante de dieciséis años. Walter es venezolano y hace pocos meses que llegó de su país para vivir en Alcorcón. Walter es un alumno inteligente y curioso al que le gusta leer. Walter escribe bien, muy bien, y sabe exponer sus ideas y conocimientos tanto oralmente como por escrito. Soy su profesora y él es mi alumno. Sé poco más de Walter y no necesito saber más.

Hace unas semanas, Walter redactó un texto argumentativo en el que hacía una apasionada, a veces vehemente, defensa de la idea de que no debemos ser feministas. Desde aquel día, mantenemos una disputatio sobre el asunto. Walter y yo tuvimos ocasión de hablar acerca de nuestros puntos de vista y de contrastarlos. Me pidió referencias bibliográficas, documentales y películas que ilustraran el pensamiento feminista. Afirmó que le gusta tener en cuenta todos los lados de una historia, exponerse a las ideas de pensamientos políticos o filosóficos con los que no está de acuerdo y que estaba enormemente interesado en conocer más este movimiento. También me dijo que tenía la impresión de que yo (me habla de usted) sigo la misma línea de razonamiento. Tengo que confesaros que me sentí secretamente orgullosa y complacida de que piense eso de mí.

Walter me recomendó un documental llamado “The Red Pill”, dirigido por la estadounidense y exfeminista, Cassie Jaye. Por mi parte, le he sugerido dos lecturas: Todos deberíamos ser feministas (Ed. Literatura Random House, 2015) de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie y Zami, una nueva forma de escribir mi nombre (Ed. Horas y Horas, 2010) que es la autobiografía de la poeta afroamericana Audre Lorde. También le sugerí dos películas: Sufragistas (Sarah Gavron, 2015) y Figuras ocultas (Theodore Melfi, 2016), así como la serie de TVE, Clara Campoamor. La mujer olvidada (2011), protagonizada por Elvira Mínguez.

Walter me dijo que en su país esta forma de pensar no es lo común en absoluto. Debe saber que, en mi educación emocional y reglada, en los años 80 en España, lo feminista era visto con recelo y sospecha. Feminista era un adjetivo peyorativo. Aún hoy escuchamos con frecuencia: ‘Yo no soy feminista ni machista, porque creo en la igualdad’. ¿Acaso no es eso el feminismo? Es el movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados solo para los hombres. Ni más ni menos que eso.

Desde estas líneas me gustaría decirle a Walter que no ha sido ningún discurso filosófico o político lo que ha hecho que me declare feminista; lo que ha permitido aumentar mi espíritu crítico y cambiar, poco a poco, la visión que me impuso el mundo, han sido las circunstancias de injusticia social, propias y ajenas, que he ido viviendo a lo largo de los años: experimentar que las mujeres tenemos que demostrar con creces nuestra valía para acceder a un puesto de responsabilidad; que la maternidad y la conciliación familiar es el temido techo de cristal al que se exponen las mujeres que quieren desarrollar una carrera profesional exitosa; que la violencia de género, física y psicológica, contra las mujeres no tiene edad, clase social ni nivel de estudios y que muchas mujeres la han sufrido a lo largo de los años en silencio; que las víctimas de violaciones tienen que sufrir un sistema judicial que demasiado a menudo cuestiona su dolor. Walter, ha sido la rebelión y la empatía (llámalo sororidad) ante las situaciones de desigualdad y violencia contra las mujeres lo que han hecho de mí una feminista.  

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el diario digital ‘Ágora Alcorcón’



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