domingo, 29 de marzo de 2020

UNIDOS, PERO SEPARADOS

La palabra que mejor nos define es desconcierto. Podríamos unirla a incertidumbre, desasosiego y perplejidad y aún no acabaríamos de explicar el estado en el que nos encontramos. Vivimos en un estado de alarma decretado hace dos semanas y, con la certeza, de que nuestro confinamiento durará, al menos, otros quince días. Hemos presenciado, de repente, cómo nuestra sociedad daba un frenazo tal que el dibujo del neumático de nuestras vidas ha quedado marcado en el asfalto de nuestro frágil mundo. Como supervivientes de un accidente mortal, aún nos despertamos incrédulos fantaseando con la idea de que anoche soñamos que vivíamos encerrados en nuestros hogares.

Y en solo dos semanas, todo ha cambiado. A la sensación de extrañeza se suma que nuestra vida cotidiana más inmediata, la que pertenece a nuestro ámbito más privado, nuestro hogar, permanece casi intacta, mientras las noticias demoledoras que nos llegan del exterior nos anuncian que nuestro mundo parece caerse en pedazos. La pregunta que me hago es si quiero que algo cambie dentro de mí después de vivir esta experiencia que jamás imaginamos sufrir o prefiero lamentarme por lo que perdí y ya no volverá a ser igual. Tengo la impresión de que este confinamiento puede sacar lo mejor y lo peor de nosotros como seres humanos. Ya lo estamos viendo.

Algún lector pensará que este es un artículo escrito desde la resiliencia acomodada o el aburguesamiento obsceno. Prefiero la primera al segundo. Y es verdad: no todos los confinamientos son iguales. Pienso en aquellos hogares donde se respira la violencia y la desazón, en los que la incertidumbre económica llega a ser angustiosa, en las personas que, como mi madre que cumplió años esta semana, lo pasan en soledad, en las familias de los sanitarios, empleados de supermercados, camioneros, etc. que salen a batirse el cobre, en los que sencillamente no tienen casa, en los que viven hacinados en pisos patera, en los que se aburren como ostras y se suben por las paredes porque no tienen nada que hacer. Es verdad, no todos los confinamientos son iguales. Lo sé porque estoy confinada en un minipiso de treinta metros cuadrados sin vistas a la calle, compartiendo este espacio con otra persona. Y, sin embargo, creo que podemos abrir nuestras ventanas interiores para asomarnos hacia lo que hay dentro, para disfrutar de lo vivido, de lo sembrado, de lo leído, de lo viajado que ahora nos puede alimentar y hacernos sentir vitales, calmados y esperanzados, a pesar de toda la inquietud.

La situación es dramática, especialmente en los hospitales. Acaso debiéramos reflexionar y hacer autocrítica todos. Cuántas veces hemos relativizado el impacto en la salud de este virus que se ceba especialmente con los más vulnerables, nuestros mayores. Lo hemos hecho de manera casi pornográfica, comparándolo con la gripe común, alegando que afectaba a personas de edad con patologías previas, como si estas no importaran y sintiéndonos a salvo. Parafraseando a la antropóloga Margaret Mead, un colectivo que no ayuda a sus miembros más débiles no merece el nombre de civilización. Hemos criticado y cuestionado por excesivas y sobreactuadas las primeras medidas tomadas hace semanas y, sin embargo, aún algunos se sienten vengadores de los balcones que salen a increpar al que pasea a su mascota o camina con su hijo autista. También me resulta sorprendente la ligereza con que se critica todo lo que las personas responsables de gestionar esta crisis sin precedentes hacen. ¿Tan buenos gestores somos de nuestras existencias? ¿Ha sido nuestro comportamiento tan irreprochable y modélico a lo largo de esta crisis? Tiempo habrá de analizar los errores cometidos y las alertas infravaloradas. Tiempo habrá en que, con nuestro voto, podremos decidir quién ha estado más cerca de dar la talla política que esta crisis sanitaria y humanitaria se merece. Tiempo habrá de decidir si queremos votar a quien defiende la sanidad pública de manera decidida o a quien se ha empeñado en hacer de nuestra salud un negocio durante décadas. Tiempo habrá de valorar si nuestro comportamiento depredador con el planeta merece un freno y aprendemos que es posible habitarlo de otra manera. Tiempo habrá de todo esto y de volvernos a echar los trastos a la cabeza para demostrarnos que estamos vivos. Tiempo habrá. Ahora es tiempo de reflexión y de permanecer unidos en lo más genuino que tenemos: nuestra condición humana que debe hacernos solidarios, comprensivos y responsables, más allá de todo lo demás. Y tenemos que hacerlo separados, cada cual en nuestra casa. Unidos, pero separados.  

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Obra del artista Hugo Aroca


4 comentarios:

  1. Apuntas en la, o las, dianas del comportamiento humano.
    Todo bien pensado y bien expresado. ¡Que envidia me das!

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    1. Gracias, Víctor. A ver si esto acaba pronto y podemos volver a disfrutar del teatro, del sol, del cine, de la calle...

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  2. Un giro inesperado en el guion a veces también sirve para cambiar el foco de atención del espectador. Es terrible esta experiencia, si bien siempre hubo experiencias terribles que nos pasaron inadvertidas por una cuestión de hemisferios.

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    1. Efectivamente, Pilar. Lo distinto es que esta vez nos está pasando a nosotros. A ver qué nos depara el futuro incierto y a ver qué respuestas sociales y políticas se vertebran e implementan. Nos jugamos mucho.

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