Parece que ya sabemos quién es el malo malísimo
desde hace dos años aunque, en los últimos tiempos, no dejan de brotar, como
las malas hierbas, villanos por toda la esfera internacional y por el suelo
patrio. Sin embargo, esta gacetilla no les dedicará una línea más a esos
malvados sacados del peor cómic de terror y que provocan la muerte de tantos
inocentes. Estos renglones van dedicados a sus secuaces, a los colaboradores
necesarios que asumen el discurso de violencia y maltrato para ejercer y
mantener un supuesto poder que consideran que los convierte en omnipotentes. No
son grandes mandatarios ni se le llama a desempeñar puestos de relevancia
pública y mediática. Están y viven entre nosotros, el común de los mortales.
Avispado lector, como ya habrás deducido, no me
estoy refiriendo a los círculos de poder a los que los ciudadanos de a pie no
tenemos acceso. Mira a tu alrededor, observa tu entorno y encontrarás hij@s de
Putin, personas que han vendido su alma al diablo por una misérrima cuota de
poder que les hace sentirse importantes en su vacuidad. A estas cretinas se les
olvida que acabarán en el lugar que nos espera a todos: la caja de pino. Estas
miserables se hallan en nuestros entornos laborales, vecinales, sociales y
también familiares. Como la peor cizaña, se encuentran sembradas por doquier y
crecen a expensas del buen hacer y el trabajo de los demás. Son parásitos que
se benefician del quehacer de aquellos a los que consideran sus subordinados
(porque este es su lenguaje) sin el menor rubor, colgándose medallas de la
dedicación y profesionalidad de quien está a su lado. Porque son pretenciosas y
arrogantes y consideran que las personas son de usar y tirar, que el fin
justifica los medios y quienes tenemos la desgracia de cruzarnos con estos seres
abyectos seremos utilizados para sus objetivos. Son mediocres, ineficaces,
incompetentes y sin ninguna capacidad de liderazgo resiliente y motivador. Son
unas completas inútiles. Y mira que odio esta palabra porque me parece el peor
insulto que podemos dirigirle a alguien, ya que todos servimos para algo.
Entonces, ¿para que sirven los hij@s de Putin? Los
hij@s de Putin tienen como objetivo el rédito y la vanagloria personales. Estos
seres psicópatas narcisistas buscan en el reconocimiento social, que no les
llega, subsanar su acuciado complejo de inferioridad porque, aunque no lo
confiesen abiertamente, saben que son unos completos incompetentes. En algún
momento de debilidad, lloran por las esquinas lamentándose de que nadie los
quiere. ¿Cómo te vamos a querer, pedazo de cabrón? Otra utilidad de estos
grandiosos hij@s de Putin es hacer daño. Ahora se les llama personas tóxicas a
los que toda la vida hemos denominado como hij@s de puta de tomo y lomo. En
realidad, son personas dañinas que buscan en el menosprecio de los demás su enaltecimiento,
como si de nuevos pseudomesías se trataran. Porque solo ellas pueden salvar al
entorno del caos, cuando ellas mismas generan ese desconcierto y embrollo. Son
amargadas que amargan con una capacidad de emponzoñar sin límites. Todo lo que
tocan lo envilecen y lo estropean. Ocupan un espacio que no merecen, que podría
ser aprovechado por personas eficaces y constructivas, no destructivas como
ellas, que provocan que todo sea una mierda y que todo su entorno se sienta
mal. Expresar sentido crítico, discrepancia o negarse a colaborar en sus
absurdos y demenciales planes nos convierte a los disidentes en proscritos, en
desleales a un plan supremo que busca su propia glorificación, enriquecimiento y/o
alimento de su vanidad.
Son vengativas porque pretenden ajustar las mil
cuentas pendientes que tienen consigo mismas en los demás. Actúan con alevosía
y malas artes. Y, qué carajo, porque son mala gente, chusma de la peor ralea
con la que tenemos la desgracia de tropezarnos. Su intención es humillar al
prójimo para quedar por encima. Buscan utilizar los puntos vulnerables de los
demás para hacer daño, porque solo se afirman a sí mismas en esa manera de
actuar. No saben lo que es la autocrítica. La represión y el maltrato son la
única respuesta que saben dar a los conflictos que están generando
constantemente con su manera déspota y autoritaria de obrar. Su discurso es
vacío y tramposo; con el lenguaje intentan distorsionar y manipular la
realidad. Repiten una serie de palabras que consideran mágicas, mientras le van
dando patadas al diccionario. No lo consiguen porque sus escasas luces no
llegan a ser ni de cruce.
Se rodean de los niet@s de Putin, subalternas
de los que esperan obediencia absoluta, marionetas a su servicio que no deben
ni pueden cuestionar su autoridad absoluta, morralla incapaz, colaboradoras serviles
con su despropósito, en la conjura de los necios y los locos, como los propios
hij@s de Putin. Y si acaso muestran el menor ápice de iniciativa, los aplastan
y los estrujan. Machacan a quien se acerca, los pasan por la trituradora hasta
hacerlos polvo, en pos del medro y el triunfo social y profesional. El abuso y
el maltrato son sus señas de identidad. Son vulgares, sin ningún carisma, ratas
de alcantarilla nauseabunda. Los hij@s de Putin desconocen lo que es la
inteligencia emocional: en primer lugar, porque no son inteligentes, son
estúpidas, tontas, pertenecen al género bobo y, además, han desertado de sus
emociones, las han amordazado, anestesiado a base de alienarse y enterrar sus
traumas del pasado que proyectan constantemente en los demás. Son psicópatas y
sociópatas.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Obra: Hijos de Puta de
José Manuel Ciria (2002)
Óleo sobre madera, 300 x 200 cm