Los maestros están subiendo a los escenarios (esperemos que no sea para cambiar de oficio). Maestros y profesores, especialmente los de la Segunda República, protagonizan algunos montajes interesantes de la cartelera teatral y cinematográfica de los últimos años. En Madrid, podemos ver dos montajes teatrales encarnados por maestros: Francisco Ferrer. ¡Viva la escuela moderna! de Jean-Claude Idée, dirigida por José Luis Gómez, en el Teatro de la Abadía, obra que reconstruye el proceso judicial del pedagogo y activista, e Historia de una maestra de Josefina Aldecoa, adaptada por Aurora Parrilla y dirigida por Raquel Alarcón, en el Teatro Valle-Inclán. La novela de Aldecoa ya fue adaptada y protagonizada por Paula Llorens hace dos años en el Teatro Fernán Gómez.
En la prehistoria de los más jóvenes queda La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), aquella joya que llenó de matices un soberbio Fernando Fernán Gómez. Mucho más cerca, hemos vibrado con el discurso de Miguel de Unamuno, pronunciado en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en la apertura del curso en octubre de 1936, en Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019) y nos hemos emocionado con la sensibilidad del joven maestro Antoni Benaiges en El maestro que prometió el mar (Patricia Font, 2023). Esta última inspiró la obra de teatro de Alberto Conejero, El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca (Ediciones Antígona, 2023), que subió a las tablas del Teatro de la Abadía dos temporadas seguidas y que fue cancelada en Briviesca.
Historia de una maestra es la novela que Josefina Aldecoa (1926 – 2011) escribió en 1990 para homenajear a su madre y a su abuela maestras. Esta obra es, ante todo, un alegato a favor del oficio de enseñar, tan denostado y minusvalorado en las últimas décadas. La propia Josefina Aldecoa toma la voz de la actriz Manuela Velasco para advertirnos que educar es peligroso, porque “solo a través de la educación, se puede transformar una sociedad”. Y lo dice con un convencimiento que nos hace renovar los votos a los enseñantes presentes en la sala.
Este idea vertebró la vida de Gabriela López Pardo, madre de Aldecoa, que nos indica desde el principio que tuvo que retomar su sueño hasta tres veces a lo largo de su vida. La primera fue en 1923, cuando una jovencísima Gabriela (María Ramos) consigue el diploma de maestra y decide que ejercerá la docencia en un pequeño pueblo de montaña donde el frío penetra en las casas de forma mucha más ágil que el conocimiento y la cultura. Allí se enfrentará a un alcalde con arrebatos caciquiles y a un párroco que se siente amenazado por una joven maestra con ganas de cambiar la vida de sus alumnos, especialmente de sus alumnas. Ya, en ese primer destino, Gabriela entiende que la suya es una profesión dura, obstaculizada por la incomprensión de una sociedad reacia al cambio y sumida en el analfabetismo.
Tiempo después, se marcha a Guinea Ecuatorial donde tampoco lo tendrá fácil. Allí encuentra el amor, pero las convenciones sociales y la fuerte estratificación étnica en las colonias impiden que Gabriela pueda culminar su proyecto de transformación colectiva y de realización amorosa. Gabriela pudo ser incluso víctima de una agresión sexual. Desencantada, vuelve a España y conoce al que será su marido y padre de su hija, Josefina, el también maestro Ezequiel (Víctor Sainz) y con el que vivió emocionada el advenimiento de la Segunda República y el deseo de cambiar la España de la época desde la educación y la cultura.
La adaptación teatral, como la novela, nos muestra los claroscuros que estos años de ilusión fueron dejando en el ánimo de todos los que se entregaron a este noble oficio, la dificultad de mantener una visión transformadora de la escuela a lo largo de los años, vapuleada por las resistencias reaccionarias que deseaban una sociedad ignorante e iletrada. También asistimos a la tarea que desempeñaron aquellas Misiones pedagógicas que pretendían hacer llegar la cultura y el teatro a las zonas rurales. Porque, ¿la vocación tiene límite? Nos preguntan antes de entrar al teatro en el programa de mano. Y una piensa en el cansancio de su cuarto de siglo ya cumplido con la tiza, y en el continuo cuestionamiento de una profesión que solo puede ser ejercida con rigor y generosidad desde la convicción de que solo formando personas con sentido crítico conseguiremos un auténtico progreso social.
La novela termina con el comienzo de la guerra civil en 1936, pero la historia continuó. “La educación siempre vuelve a empezar, pero el mundo siempre continúa allí donde estaba”, asegura Marina Garcés. Por eso, Josefina Aldecoa fundó en 1959, en plena dictadura franquista, el Colegio Estilo en Madrid para desarrollar las ideas pedagógicas de su madre y de su abuela, que no eran otras que las del krausismo, fundamento de la Institución Libre de Enseñanza, que pretendía una educación humanista, laica, artística y libre. El Colegio Estilo echó el cierre antes de la pandemia. No obstante, esa convicción sigue viva, todavía hoy, en unos tiempos en los que la niebla del fascismo parece que cae sobre nuestra sociedad y nos hunde en la sinrazón. La respuesta ha de ser sencilla, pero contundente: “Frente a la oscuridad, educar sigue siendo un acto de resistencia”, afirma José Luis Gómez. Resistamos entonces, dilectos colegas, resistamos.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
