domingo, 2 de julio de 2023

CARMINA BURANA

Se apagan las luces y comienza el espectáculo. El patio de butacas se convierte en un bosque y los palcos emulan las copas de los árboles. Aparecen entonces luciérnagas voluptuosas y sinuosas cuya danza hipnotiza. La música comienza a sonar. Intuimos a los músicos en el escenario, a través de un velo poético, que nubla nuestra mirada pero que abre nuestros poros al rocío de las notas musicales. La directora de orquesta da la espalda al público. No obstante, es la maestra de la ceremonia dionisíaca que justo empieza. La sentimos presente, muy presente, tanto que en un momento nos mira, nos dirige y nos invoca al deleite.

 

El coro de voces masculinas y femeninas nos envuelven antes de tomar el escenario. La primera solista femenina nos convoca al festín orgiástico y musical que van a celebrar y al que estamos invitados. Poco a poco, la partitura de Carl Orff toma cuerpo y el goce y el disfrute de los Goliardos impregna el aire, flota en el ambiente y llega a nuestros pulmones. Sobre el escenario un cilindro de ocho metros de diámetro que envuelve literalmente a los músicos, mientras las imágenes nos trasladan a una luna gigante, al deshielo, a un éxtasis floral o a una vendimia.

 

Los Goliardos, esos clérigos vagabundos y pícaros del siglo XIII, nos enseñan su filosofía de vida, la de la alegría de vivir, la de gozar de los sentidos sin tapujos. El Carmina Burana es un canto a la vida disipada y, por eso, nos llevan a la taberna con ellos, nos cuelgan de grúas y nos sumergen en vino, agua y fuego, porque a la vida hemos venido a mancharnos. Soprano, tenor y barítono nos seducen con sus voces, nos arrastran a la desmesura y al placer sin paliativos.

 

Carl Orff creó esta cantata entre 1935 y 1936 musicando un conjunto de escritos de los goliardos medievales. Saltamos en el tiempo y nos plantamos en el siglo XIII, época con más luces que sombras a diferencia de lo que los programas educativos se han empeñado en decirnos. La risa, el juego, el placer dionisíaco se convierten en escuela de vida. Siglo XIII y XX se dan la mano. Retornamos a los años 70 del siglo que dejamos atrás con La fura dels baus. Innovación teatral y experimentación emanan del espectáculo que proclama que quiere ser total. Nos elevamos y rozamos el cielo con la yema de los dedos cuando suena “O Fortuna”, esa diosa caprichosa que nos lleva y nos trae y que ha sido propicia para que gocemos de este momento mágico y báquico. La soprano, ser mitológico, proclama el triunfo de la sensualidad, se encumbra, se sitúa a nuestro alcance, y nos lleva al encuentro de la fortuna de la vida. Carpe diem!

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

2 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo con tu comentario. No me canso de escuchar y ver esta sensacional ópera de Carl Off. La última vez el pasado mes de mayo en el Auditorio Nacional. Espectacular.
    Hace unos años en el Liceo de Barcelona. No se me olvidará.
    Gracias por recordarme su majestuosidad y encanto.

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