domingo, 17 de noviembre de 2019

CRÓNICA DE JERUSALÉN_03

DÍA 03. JERUSALÉN: Hoy hemos empezado el día en el mercado Mahane Yehuda que tiene una parte cubierta y otra al aire libre. Aquí ha habido un mercado desde la época otomana. Los británicos intentaron mejorar su organización pero no hubo manera de conseguirlo. Tiene una apariencia desordenada, como todos los mercados árabes. A pesar de ello, tiene dos calles principales: Mahane Yehuda Street tiene el mercado al aire libre y en ella se pueden comprar carne y verdura, y Etz Chayim Street donde se encuentra el mercado abierto y se hallan aceitunas, dulces y zumos. En la parte interior también hay establecimientos, pensados para los turistas, donde se puede comer. Para los jerosolimitanos es un lugar donde comprar fruta y verdura. Como era temprano, hemos llegado a la hora del montaje de los tenderetes y de la descarga de camiones. Todos estaban bien atareados preparándolo todo. Todavía no había demasiada gente comprando. A los israelitas les gustan mucho los dulces, los frutos secos y las golosinas. Hay muchas tiendas donde puedes encontrarlas. En algunas tiendas había dátiles y halva, un turrón de pasta de sésamo. Se ve que necesitan azúcar para endulzar la vida. Cuando llegas al final te encuentras en la calle Jaffa, una de las calles principales de Jerusalén, a través de la cual pasa el moderno tranvía. He observado que hay mendigos en las calles. Israel es un país muy rico, apoyado por los Estados Unidos, que no tiene paro. Nos ha llamado la atención un joven, algo gordinflón, vestido a la manera judía (chaqueta, sombrero y rizos). Nos ha mirado con curiosidad. Ya nos hemos acostumbrado a que nos miren con cara inquisitiva. Se ha colocado en una esquina para pedir limosna.

Desde allí hemos caminado hasta el Museo de Israel. Cuando íbamos por un callejón, un hombre se ha acercado y nos ha preguntado muy amablemente si necesitábamos ayuda. Nos ha hecho algunas indicaciones. Hacía un tiempo muy agradable. Hemos atravesado el parque Sacker que debe de ser una de las zonas verdes más grandes de Jerusalén. Allí está el Knésset (asamblea en hebreo), sede del gobierno israelí. Hemos caminado bordeándolo y contemplándolo desde abajo. En el parque no había mucha gente: era domingo, un día laborable aquí.

Impresionan los recursos económicos de este pueblo. Se observa, sobre todo, en los museos y en los edificios públicos. El Museo de Israel conserva los Manuscritos del Mar Muerto aunque, por motivos de conservación, se exponen facsímiles. Para visitarlos debes bajar a una habitación que parece acorazada, en cuya entrada hay un viejo judío que te mira por encima de las gafas distraído. La arquitectura exterior y interior del edificio es impresionante. El Santuario del Libro tiene una techumbre inconfundible, de color blanco, con forma de tapa que quiere simbolizar las tinajas donde se conservaban los Manuscritos. Es el emblema arquitectónico del museo. Los primeros rollos fueron descubiertos en el año 1947. El más importante, el mejor conservado y el más largo (de más de siete metros) es el Gran Manuscrito de Isaías. La sala principal exhibe un facsímil del mismo.

Más adelante, caminando por los exteriores, se llega a una maqueta gigantesca de Jerusalén, alrededor de la cual puedes pasear. Hacía las delicias de los niños que la contemplaban imaginando viejas historias de guerra. En el edificio principal, conservan una buena colección de arte impresionista y de vanguardia. Hay obras de Pissarro, Monet, Rothko, Pollock o Modigliani y muchos otros. Las salas de los museos se organizan atendiendo a los donantes de las colecciones. En cada ala del museo se indica quién fue el propietario de aquella colección de arte que un buen día decidió donarla al museo.

También hay una parte dedicada a la vida judía. Había una exposición sobre vestimenta modesta en las mujeres. Presentaban el testimonio de una judía, una musulmana y una monja cristiana ortodoxa. Lo hacían con actrices porque ellas no querían/podían mostrar el rostro. En un audiovisual explicaban todo lo que significa para ellas como mujeres vestir de esta manera, escondiendo su cuerpo a los ojos de los hombres.

En el museo había muchas familias con niños y muchos soldados jovencísimos de visita en grupo. El servicio militar es obligatorio en Israel para los hombres (tres años) y las mujeres (dos), aunque muchos buscan maneras para no hacerlo. Los judíos ortodoxos están exentos de hacerlo. Hay muchos que buscan excusas para escaquearse. Una manera muy común es acudir a su rabino y pedirle un certificado que diga que estudian las sagradas escrituras. Muchos rabinos acceden al fraude porque así consiguen subvenciones por tener estudiantes del Talmud.

Hemos salido al mediodía del Museo de Israel. Hemos caminado hasta el barrio de Rehavia que desde principios del siglo XX es un lugar de moda para vivir. Era un barrio laico pero cada vez se ven más judíos ortodoxos. Actualmente, se encuentra allí la residencia del primer ministro, Benjamín Netanyahu, y del presidente de Israel. Para llegar hemos bajado bordeando el Monasterio de la Cruz, un monasterio ortodoxo oriental, construido en el siglo XI, junto al barrio Neveh Granot. La tradición dice que el monasterio se levantó en el lugar donde fue enterrada la cabeza de Adán, primer hombre según la Biblia. Resulta que hay dos lugares más en Jerusalén que reclaman este honor. ¡Dios mío! Cuando hemos pasado por allí, el sol de mediodía dejaba testimonio en nuestras cabezas, todavía vivas.

Todo esto lo sabemos porque hoy hemos comido en el café israelí Jehoshua del barrio de Rehavia con Eugenio García Gascón, periodista que vive en Jerusalén desde el año 1992. Eugenio escribe para los periódicos Público y Ara. Eugenio es un hombre tímido, que no habla demasiado pero cuyas palabras tienen el valor de la experiencia y el conocimiento de esta tierra durante casi tres décadas. Eugenio y yo nos habíamos estado escribiendo correos donde principalmente yo le hacía preguntas sobre nuestro futuro viaje: cuestiones prácticas, en las primeras misivas; dudas sobre la situación política en los siguientes. Eugenio ha venido acompañado de Nano, un perro israelita con nombre valenciano. Como todos los perros, nos ha pedido comida cuando hemos empezado a comer. Eugenio habla árabe y hebreo. Nos dice que no tiene mérito. El hebreo es mucho más fácil y previsible que el árabe. Además, el hebreo no tiene variedades dialectales. Hemos tenido una conversación de tres horas sobre el país, la lengua, las costumbres, el conflicto árabe-israelí. También hemos hablado de la vivienda, la sanidad y la educación del país.

Ha sido un placer conversar sobre ello, aunque yo habría querido que él hubiera hablado más. ¡Teníamos tantas preguntas que hacerle! Eugenio es pesimista sobre la resolución del conflicto. Llegó a principios de los noventa, después de renunciar a ir a El Cairo, pensando que en un lustro, más o menos, podría contar el fin del enfrentamiento árabe-israelí. Hoy están peor que nunca. ¡Qué pena y qué asco! Cuando nos hemos despedido, hemos quedado que el próximo encuentro será en Madrid, ya que él volverá para quedarse muy pronto.

A continuación, hemos pateado la parte moderna de Jerusalén. En esta ciudad las distancias no son demasiado grandes. Allí está el barrio ultraortodoxo de Mea She’arim donde se ven mujeres judías muy jóvenes, cargadas de niños, con una indumentaria cercana a los amis. Hemos caminado por la calle Strauss hasta Kikar Shabbat, la intersección principal de Mea She’arim donde había mucha gente. Nos hemos puesto manga larga para no llamar la atención demasiado, a pesar del calor estival y aunque nuestros pantalones han provocado alguna mirada de censura. Nos hemos comportado de la manera más respetuosa posible observando a nuestro alrededor. Hemos hecho fotografías discretamente con el teléfono móvil; pensamos que era mejor llevar la cámara guardada en la mochila. En una esquina había un músico tocando el arpa. Todos los que nos deteníamos en el semáforo lo observábamos. Habíamos leído que está prohibido dirigirse a los niños y a las personas del sexo opuesto. Tampoco hemos querido adentrarnos en las calles secundarias del barrio porque las reprobaciones verbales son más o menos frecuentes, llegando a veces a lanzar piedras. Este es el barrio de judíos ultraortodoxos jaredíes más antiguo de Jerusalén. En 2011 algunos grupos extremistas trataron de segregar las aceras de Mea She’arim: los hombres, por un lado; las mujeres, por el otro. Esta medida fue declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo de Israel gracias a la oposición de muchos judíos ortodoxos. Todo tiene un límite.

Este barrio, a unos diez minutos a pie de la calle Jaffa y de la calle King George V, contrasta con la calle peatonal de Ben Yehuda, un lexicógrafo lituano, que fue decisivo para la recuperación del hebreo. Cuando en 1881 emigró a Palestina, entonces provincia del imperio otomano, decidió no hablar con sus hijos en otra lengua que no fuera el hebreo. Lo que parecía un proyecto utópico se convirtió en la recuperación de una lengua que había estado muerta durante siglos. Esta calle está llena de tiendas y de gente comprando y sentada en las terrazas charlando animadamente. Había en una parte de la calle un piano de cola donde cualquier viandante podía sentarse y tocar. En el instante en el que pasamos, un joven tocaba el piano.

Cuando subíamos la calle para volver, un judío mayor, sentado detrás de una mesa, me ha anunciado que el Mesías que esperan ya ha llegado. La mayoría no se ha enterado todavía. Ha insistido en darnos información y he pensado por qué lo hacía; no somos judías y la religión judía se transmite por la madre. El hombre nos ha hablado con mucha amabilidad y nos ha pedido que siguiéramos los siete preceptos que venían al dorso de una hoja. Me parece que le daba pena que aquellas dos pobres turistas se condenaran. Me ha regalado una especie de estampa con la imagen del rabino Menahem Mendel Schneerson, que murió en Nueva York en el año 1994. Este señor fue el séptimo y último líder de la dinastía Jabad-Lubavitch y se considera que él mismo, conocido por El Rabe, fue el mesías. Hemos encontrado diversas imágenes de este rabino por los lugares que hemos visitado y me pregunto hasta qué punto tiene influencia. Resulta que en los Estados Unidos el Día de la Educación (Education Day) se celebra el día del cumpleaños de El Rebe y fue proclamado por el mismísimo Presidente Jimmy Carter. Los tentáculos del judaísmo y la religión llegan a lugares donde no sospechamos. El Rabe estaría muy contento de saber que el yerno de un nuevo presidente de Estados Unidos, algo polémico tal vez, y con influencia en Oriente Medio es posiblemente seguidor del Jabad.

Finalmente, hemos seguido nuestro ritual jerosolimitano de aquellas horas: proveernos de agua y de algo para cenar. Mañana por la mañana volvemos a Palestina; visitaremos Hebrón para conocer un poco la realidad de la ocupación. En la vida hay días que valen por dos; aquí cada día vale por una semana entera.

Domingo, 25 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero



4 comentarios:

  1. ¡¡¡Muy interesante!!!
    Deseando leer la siguiente parte

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    1. Gracias, Javier. El día cuarto fue probablemente el más intenso y el más duro... La visita a Hebrón fue muy ilustrativa de lo que sucede en esta parte del mundo. Buen domingo. Begoña

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  2. Consigues llevar al lector de tu mano por las calles e intrahistoria de Jerusalén. Quedo a la espera de la crónica del día cuatro.

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    1. Gracias, Pilar. La intrahistoria de este lugar es acaso demasiado extraña y oscura para entenderla.

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