domingo, 20 de octubre de 2019

CRÓNICA DE JERUSALÉN_01

DÍA 01. MADRID - JERUSALÉN: El despertador ha sonado a las cinco de la madrugada. Con el sueño entre los dedos, hemos ido al aeropuerto colocando las calles. Ya nos hemos encontrado un buen número de peregrinos cristianos y algún judío con kipá. ¿Qué le vamos a hacer? Vamos a Tierra Santa. El vuelo ha sido muy tranquilo. Será que íbamos en la gracia de Dios, pero no nos han dado ni un vaso de agua, aunque no fuera bendita. En las cuatro horas largas he aprovechado para leer sobre Tel Aviv, la poesía de Anna Swir y he vuelto a ver Inside Out de Pixar para comprobar cómo me van las emociones. A nuestro alrededor, íbamos en la compañía de un grupo de jóvenes universitarios varones de la Universidad de Navarra que tenían como propósito visitar los lugares santos del cristianismo. Leían libros bien gordos y hablaban sobre ellos y también veían vídeos en sus móviles y hacían bromas. La educación exquisita era su seña de identidad.

A la llegada al aeropuerto de Ben Gurion (primer presidente de Israel que proclamó el estado en 1948), hemos pasado el control de pasaportes. Ya habíamos leído que este es seguramente el aeropuerto del mundo donde más se vigila la seguridad. Cuando nos tocaba la revisión manual del pasaporte, después de guardar la cola, el trabajador jovencísimo de físico caucásico nos ha espetado un ‘foreign no’ y hemos decidido desplazarnos a la caseta de al lado sin volver a hacer toda la fila. Este trabajador, joven también, con barba y la piel bien morena (la diversidad física me llama la atención) nos ha preguntado cuántos días íbamos a permanecer en el país, por qué los visitábamos y en qué ciudades íbamos a pernoctar. Ha sido corto y hemos podido pasar rápido. Nada más salir del aeropuerto, hemos tomado un sherut (taxi colectivo) hacia Jerusalén. En este medio de transporte, tienes que esperar hasta que se llene para emprender la marcha. Nos ha tocado esperar media hora hasta que todos los asientos se han ido ocupando en un goteo continuo y lento. La mayoría de los viajeros eran de habla inglesa. Los dos últimos que han subido han sido un matrimonio judío mayor que han tenido que sentarse separados: él delante y ella en la parte de atrás. El marido le ha encomendado al viajero que se sentaba junto a su esposa y que tenía una pierna lesionada y debía llevarla estirada: ‘Take care my wife’. Ha dicho riendo y el resto de los ocupantes le han correspondido al chiste con al menos una sonrisa. Las señales de la autovía están en hebreo, árabe e inglés. He pensado si no sería más fácil vivir en paz respetándose. Israel tiene dos lenguas oficiales: el hebreo y el árabe, pero desconozco si los funcionarios tienen la obligación de conocer ambas lenguas, cosa que dudo.

Algunos conductores son incívicos con adelantamientos por la derecha. El conductor lleva el microbús con pericia. En un momento en que íbamos por el carril de la izquierda, una moto le ha adelantado por la derecha, se ha situado delante de nosotros y ha frenado obligando a nuestro conductor a hacer lo mismo. El conductor y el hombre judío mayor se han reído de este comportamiento atrevido y desafiante del motorista. No sé qué me ha llamado más la atención: el comportamiento incorrecto y peligroso del motorista o la reacción lúdica y divertida de los ocupantes del sherut.

Jerusalén es de color ocre. Me recuerda a Ammán y a El Cairo un poco. Todas la casas están cubiertas con el mismo paramento, algo almohadillado, de este color. Han tardado en atendernos en la recepción del hotel porque el recepcionista le explicaba a una clienta en hebreo algo que parecía no gustarle a la señora. Finalmente, hemos comido a las cinco de la tarde con más hambre que el Lazarillo. Hemos tomado un rollo de verdura y ensalada y hemos bebido agua para hidratarnos un poco. Ha sido nuestra primera comida santa.

Después hemos caminado hacia abajo hasta la Ciudad Vieja. Hemos entrado por la puerta de Jaffa, dejando a mano derecha la Torre de David, como es conocida. En la Ciudadela, se encontraba el palacio de Herodes que, después de su muerte, fue utilizado por los procuradores romanos. Uno de ellos fue Poncio Pilato (os sonará su nombre). Hemos recorrido la calle de David donde hay muchas tiendas (es un zoco árabe) y hemos llegado a la Iglesia del Santo Sepulcro donde están las últimas estaciones de la Vía Dolorosa, el vía crucis que Jesucristo recorrió hasta la crucifixión. Fuera había mucha gente sentada alrededor de la fachada conversando de manera distraída. He pensado si eran conscientes de que estaban en uno de los lugares más importantes del cristianismo o será que en Jerusalén es sencillamente imposible responder a todos los estímulos culturales que se reciben. A la entrada, un religioso ortodoxo llamaba la atención a todos aquellos que no llevaban las piernas y los hombros cubiertos. Seis comunidades religiosas diferentes comparten la administración del Santo Sepulcro: etíopes ortodoxos, armenios apostólicos, católicos romanos, griegos ortodoxos, coptos ortodoxos y sirios ortodoxos. Tengo entendido que no tienen muy buena relación y que las llaves de la iglesia las tiene una familia árabe que las custodia desde hace generaciones. La concordia es la seña de identidad de esta tierra.

Aquí ya hemos contemplado las primeras muestras de fervor religioso en esta tierra. En la Piedra de la Unción, justo a la entrada, algunos visitantes rezaban con la frente pegada en la piedra que conmemora el lugar donde el cuerpo de Jesús fue ungido antes de ser enterrado. También, en una capilla a la derecha, a la que se sube por unas escaleras se puede tocar la piedra del Gólgota. Más gente devota guardaba la cola para ver la Capilla del Santo Sepulcro. No nos hemos planteado esperar las dos horas que tardaríamos en llegar a la puerta para ver la tumba de Cristo. Pero, ¿no resucitó? ¿Aquel sepulcro fue donde estuvo los tres días que permaneció muerto? Desde fuera parece un lugar muy oscuro, demasiado.

Cuando hemos dejado atrás la devoción cristiana, un torrente de judíos que corrían hacia el Muro de las Lamentaciones para celebrar el principio del Sabbath y hacer las oraciones nos ha arrastrado sin ninguna misericordia. Era casi imposible saber por donde pisábamos; solo nos dejábamos llevar por la fe rabínica que nos ha desembocado en la plaza del Muro. A un lado, los hombres; al otro, las mujeres. Me ha impresionado ver cómo la religión y las creencias aún mueven las vidas de las personas. Algunos grupos formaban un círculo y cantaban y gritaban y daban saltos en un rito conocido para ellos. No sé si he vivido el día de hoy o lo he soñado. Siento la percepción alucinada. Estar en Jerusalén, un lugar tan importante para la historia de la humanidad y para las tres religiones monoteístas, una ciudad en disputa, me produce una sensación de extrañeza. No sé si he visto todo lo que he visto o era una película. Mañana iremos a Palestina para visitar Belén y Jericó. Ahora a dormir y a soñar con lo que he visto hoy.

Viernes, 23 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero



4 comentarios:

  1. Jerusalén, que significa "ciudad de la paz". Pronto dejarás de dudar si fue sueño o no y vivirás en la certeza del recuerdo: la memoria de ese pasado tuyo en ese curioso oxímoron de Jerusalén, ciudad de la paz.

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  2. Ya empiezo a entrar en esa certeza. Reescribir el diario de viaje me está ayudando a vivirlo así. Y seguir leyendo sobre este lugar tan fascinante, absurdo y contradictorio.

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  3. Cualquier vida es precisamente eso: fascinante, absurda y contradictoria.

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