domingo, 8 de septiembre de 2019

LA MUJER DE GRIS

“La mujer no tenía ningún atractivo especial. Ni guapa ni fea, ni alta ni baja, ni joven ni vieja. Un personaje gris entre la masa gris. Con un pañuelo al cuello.” Así empieza La mujer de gris (Navona, 2015), primera novela de Anna Maria Villalonga. Lo interpreto como toda una declaración de intenciones: la narrativa de esta profesora barcelonesa pone el foco en aquellos personajes grises que no importan en los grandes relatos, en la Historia en mayúsculas. Y es por eso que la hace más atractiva a aquellos que buscamos los latidos de los que no importan, de aquellos seres anónimos que transitan por nuestras calles y en los cuales nos podemos fijar por un detalle cualquiera, un pañuelo perdido con olor a perfume femenino. Son todos esos personajes en los que podemos convertirnos nosotros mismos.  

He de reconocer que mi principal prejuicio a la hora de encarar la lectura de esta obra fue la narrativa de la propia autora. ¿Por qué? Después de leer La sonrisa de Darwin (Navona, 2018), segunda novela de Villalonga e historia de personajes bien trabada con una prosa solvente, me adentraba en esta trama intrigada, sin saber muy bien qué encontraría. Pues bien, el resultado no defrauda.  El protagonista, uno de ellos, es un personaje anodino, que no sabe qué hacer con su vida, un inadaptado. Se trata de una especie de James Stewart a la busca de una ventana indiscreta que le brinde la oportunidad de fisgonear y salir de sí mismo. Hay que mencionar las referencias cinematográficas y literarias con las que Villalonga rellena los acontecimientos contados con nuevos significados. Hitchcock y sus títulos importantes están presentes, pero también grandes del cine, como Bogart, y de la literatura, como Virginia Woolf y La señora Dalloway, obra que relee Celia.    

Así cobra toda el significado la cita inicial del prólogo de Espejo roto de la propia Mercè Rodoreda. A este hombre que se mira en el espejo no le gusta lo que ve; siente una gran insatisfacción. Se contempla en el espejo con numerosas ocasiones a lo largo de las páginas del libro. Así busca un autorreconocimiento en la imagen que proyecta, quizás un sueño o quizás la cara más profunda y auténtica de la realidad o de uno mismo. La mujer de gris es la narración de un seguimiento por parte de un hombre que, en realidad, se busca a sí mismo, busca una historia que protagonizar, es casi un personaje a la busca de autor (autora, en este caso) como aquellos de Pirandello. Es consciente de que “soy un voyeur y punto. Y, no nos engañemos, el rol de voyeur es un rol inútil. Por definición”. Como lo sabe, se decide a actuar después de años de parálisis vital y se convierte casi en un personaje quijotesco. Mirar se opone a actuar. Mirar es un papel pasivo”. Esto también lo sabe la escritora Villalonga. Hay que mirar, observar la realidad de manera meticulosa para sacar provecho, para analizarla, pero en un momento incierto tiene que coger libreta y bolígrafo, como su personaje, para comenzar a actuar. Así realidad y ficción se convierten en la dos caras de la misma página, dos fotogramas de la misma película, dos fragmentos del mismo espejo. Y en esta persecución vital se involucra la propia autora, sin quererlo (o quizás sí): solo en la medida en que su protagonista alcance su entidad e identidad como protagonista, ella se convertirá en escritora. El juego metaliterario y metavital se desliza entre los párrafos. No hace falta que os diga que ambos consiguen su objetivo.  

Begoña Chorques Fuster 
Profesora que escribe



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