domingo, 19 de octubre de 2025

EL CAUTIVO

Para algunos, los mitos son intocables, especialmente, si se trata de vacas sagradas. Sin embargo, si nos detenemos un poco y observamos con calma, nos daremos cuenta de que lo que los ha convertido en leyendas ha sido precisamente su vulnerabilidad. Miguel de Cervantes tuvo una vida azarosa, se podría incluso afirmar que fue desdichada. Los problemas económicos, familiares y legales marcaron su paso por la Tierra. Toda su vida estuvo persiguiendo el éxito como escritor, fama que solo le llegó al final de su periplo vital. Por eso, miró de reojo con envidia el triunfo de sus coetáneos, especialmente el de Lope de Vega. No fue el único que vio con suspicacia la celebridad incontestable del Fénix de los ingenios. Murió sabiendo que había dejado una obra notable, pero sin saber que sería la obra cumbre de la Literatura Universal. Todo esto marcó su personalidad y su visión del mundo que se reflejan en su manera de escribir y en su personaje inmortal.

 

De todos los infortunios por los que tuvo que transitar del que menos información tenemos es de su cautiverio en Argel que duró cinco años. En 1575, de vuelta a España desde Nápoles a bordo de la galera Sol, fue capturado junto a su hermano Rodrigo. Fue hecho esclavo. La fatalidad de que llevara consigo dos cartas de recomendación de don Juan de Austria y del duque de Sessa hizo pensar a sus captores que era una persona importante y adinerada. Por ello, pidieron quinientos escudos de oro para ser liberado. Su madre consiguió reunir cierta cantidad de dinero que no era suficiente para que ambos fuesen puestos en libertad. Miguel decidió que fuera su hermano el que volviera a la Península. Cervantes tenía casi treinta años cuando fue secuestrado y ya había sufrido la parálisis de su mano izquierda, como consecuencia de su participación en la batalla de Lepanto en 1571.

 

El cautiverio de Cervantes en Argel siempre ha estado envuelto en un halo de misterio, porque intentó escapar hasta en cuatro ocasiones y fue interceptado o descubierto otras tantas veces. Siempre se responsabilizó de los planes de fuga cuando fueron detenidos. Lo que resulta asombroso es que no fuera ejecutado por ello, debido a su carácter reincidente y sabiendo las torturas ejemplarizantes que se infligían a los díscolos. Asimismo, estuvo a punto de ser deportado a Constantinopla, situación que hubiera hecho aun más difícil su rescate. En aquellos años, el bey o gobernador turco de Argel era Hasán Bajá que llegó a tenerlo encadenado y apartado del resto, en su presidio, durante cinco meses. Alguna biografía del autor más universal ya insinúa, de forma más o menos implícita, lo que Alejandro Amenábar ha expuesto en su última cinta El cautivo y que ha escandalizado a las mentes decentes y biempensantes.

 

Sin embargo, no se han dado cuenta de que Amenábar ha querido hacer una película cervantina. En esta, vemos a un Cervantes joven y apuesto, a pesar de su lesión, capaz de encandilar a sus compañeros y al mismísimo Hasán Bajá con sus historias, como si se tratara de una nueva Scheherezade. Son relatos donde se mezcla la realidad con la ficción y en los que la fantasía es un ingrediente fundamental. Amenábar nos presenta a un Cervantes consciente de que la única manera de soportar y superar la situación límite en la que se encuentra es a través de la imaginación y de la solidaridad con sus compañeros. También deja constancia en diferentes secuencias de la huella profunda que dejó su cautiverio en su obra literaria; no solo en El Quijote, con la historia del cautivo, la mora Zoraida u otros capítulos tan archiconocidos como el de los molinos de viento, sino en Los trabajos de Persiles y Sigismunda o El trato de Argel, entre otros. El perspectivismo cervantino, tan necesario en la vida, lo encontramos en la presencia de distintos narradores: aparte del protagonista, contador de cuentos, Antonio de Sosa, interpretado por un insustituible Miguel Rellán, ejerce de narrador de la historia, como si de un Cervantes anciano se tratara. Porque, si se acercan a la obra cervantina, encontrarán una visión poliédrica y rica de la realidad y del mundo, no para ser juzgada sino para ser comprendida.

 

Así Amenábar se adentra en la historia, espinosa e inenarrable para algunos, de su relación con Hasán Bajá. Pero no recurre al relato monolítico y romantizado, tampoco se deja llevar por el morbo, extremos que hubieran resultado fáciles. Sí logra, en la elección de los dos protagonistas, crear una química difícil de describir con palabras. Julio Peña y Alessandro Borghi nos brindan dos interpretaciones veraces y convincentes en medio de la ensoñación del cautiverio de Argel. Los diálogos entre ambos y la mirada azul de Hasán Bajá nos permiten entender el comportamiento de Cervantes, más allá de su instinto de supervivencia. Hasán Bajá, veneciano de nacimiento y otomano por azares semejantes al rapto de Cervantes, le confiesa que la crueldad es lo que le ha permitido sobrevivir y mantener su posición y que no cree en el amor, solo en los piccoli piaceri. Un ingenuo Cervantes se mantiene firme en su fe en Venus, aunque se deja seducir por un Argel babilónico y hedonista. 

 

Como les decía, Amenábar ha entendido la esencia de la obra cervantina que no es otra que la bondad para con los seres humanos, una generosidad que emana de la comprensión. Quien leyó El Quijote, lo sabe, que diría el Fénix de los ingenios. Y, por eso, resulta verosímil la relación amorosa y sexual entre Miguel de Cervantes y Hasán Bajá, muy especialmente, la reacción del turco ante la posibilidad de la liberación del alcalaíno. Al final, parece que un amor, capaz de respetar la voluntad del ser amado y más profundo de lo que está dispuesto a reconocer, vence al incrédulo Bajá. A Cervantes, como a nosotros, le quedó el profundo mar de los ojos de Hasán en los que bucear desde el recuerdo: un piccolo piacere… Y, por supuesto, ¡la libertad!

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

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