domingo, 24 de abril de 2022

ENCUENTRO POÉTICO EN VENECIA

Me estallan los ojos con tanta belleza. El arte me desborda las pupilas incapaces de asumir tanta hermosura. En cada rincón donde reposo la mirada me espera una estampa única que guardo en una esquina de mi memoria, para disfrutarla poco a poco como un rumiante ancestral. Venecia es el máximo exponente de un mundo bello y decadente, que se sabe herido de muerte, dirigido al hundimiento inevitable pero, a la vez, imposible no contemplarlo con admiración y deleite. 

 

En Venecia, rodeada de tanta obra de arte y de tanta historia, encamino mis pasos desde la Piazza San Marco hasta Dorsoduro, barrio universitario, que acoge los diferentes edificios desperdigados de la Università Ca’Foscari Venezia. Con rayos de sol de Campo Santa Margherita en los bolsillos, llego a San Sebastiano donde la acogida de la profesora Paula Marquès me devuelve el sabor del capuccino que hemos compartido por la mañana. También está Clara Benanti, la estudiante en prácticas que ha ayudado a hacer realidad el incontro poético. Sin saber si lo es realmente o es ficción, después de aplazar el viaje a la bella città de los canales durante dos años, me hallo sentada frente a estudiantes italianos de catalán. ¿O solo lo imagino? Si no pensara que somos criaturas del azar, creería que este aplazamiento me ha traído este encuentro, poder gozar más del instante ligero.

 

Hay estudiantes en el aula, otros están en casa y se asoman por la pantalla del ordenador: nueva normalidad que nos ha dejado este maldito virus y a la cual no me acostumbro. Perdemos el olor y el tacto; mantenemos el oído y la vista, aunque diferidos en el espacio ¿Qué ocurre con el gusto? Ya lo decían los clásicos, Tempus fugit, y los minutos se escurren entre los dedos. El tiempo pasa deprisa pero catamos diversos temas. ¿Cómo nace un poema? ¿Qué provoca que se encienda una idea? Preguntas de imposible respuesta más allá del detalle que, de pronto, deja de pasar desapercibido. En la literatura, la literalidad es esencial; en la poesía, aún más. No podemos cambiar una palabra sin que el verso sufra una metamorfosis. Pero, ¿podemos ir más lejos y buscar esta literalidad en la metáfora y en el sentido oculto que se insinúa con timidez? Las palabras nos hablan de la realidad, pero también la crean. Lo que no se dice no existe pero, ¿lo que se escribe perdura en el tiempo y en la memoria? Son aquellos segundos que se van huidizos y nos dejan sin nada, desposeídos de todo. Las palabras conforman el mundo en que vivimos, también dibujan con sílabas los límites de nuestro ser interior. Este es el poder transformador de las palabras. ¿La metáfora es una creación de quien escribe el poema o sencillamente se esconde esperando que alguien la encuentre y la corte como una flor o un espárrago?

 

He escrito poesía para atrapar instantes, para poderlos coger con las manos y tocarlos con la yema de los dedos, para que las personas de que hablo no se vayan del todo, para sentirme un poco menos sola e intuir que, al final, todos estamos hechos del mismo barro. Quizás por eso escribo estas líneas: para tener la certeza de la existencia de tanta belleza a pesar de tanto horror, del gozo de unas jornadas irrepetibles rodeada de arte y luz en la Serenissima, de saber que la arena de una playa del Lido me espera para morir como una ola más.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe 




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